Por: Arsinoé Orihuela (Del “Colectivo La digna voz”)
La iniciativa del Congreso Popular que impulsan artistas e
intelectuales, y cuya instalación está programada para el próximo 5 de febrero
(97 aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917), es una
propuesta con un potencial insospechado, pero que sólo podrá alcanzar su cima
transformacional si adopta posicionamientos políticos claros, teóricamente
consistentes, éticamente firmes. Las buenas voluntades individuales no se
traducen automáticamente en resultados deseables, especialmente cuando la trama
en cuestión es la política. La arena pública atraviesa una confusión ideológica
lacerante. Es necesario identificar los orígenes de esta confusión, como un
primer paso en la definición de un programa y plan de acción.
La modernidad inauguró básicamente tres credos: el progreso,
el Estado, y la razón (técnica, ciencia). Ninguna de las tres ideologías
dominantes en la esfera política partidaria, a saber, conservadurismo
(liberal), liberalismo, socialismo (liberal), torpe e imprecisamente
escenificadas por el PAN, PRI y PRD, cuestiona seriamente alguno de estos
credos. Adviértase que acá nadie objeta la pertinencia de valerse de los
recursos que están al alcance de un movimiento en ciernes. Pero es fundamental
arrancar esta moción protoparlamentaria con un orientación crítica sin
contemplaciones, particularmente en relación con las generalidades
programáticas e ideológicas, no pocas veces invisibles, que a menudo impulsan
los partidos políticos: la noción destinal de la historia (progreso o la eterna
promesa de un futuro mejor), la modernización sostenida en dispositivos de
regulación o “reingeniería” de los comportamientos individuales, la
obligatoriedad del Estado en la construcción de cánones de socialización, el
frío cálculo de la racionalidad técnica para
la administración de los recursos
públicos. La falta de cuestionamiento a estas prescripciones, que involucra a
las fuerzas e instituciones políticas más visibles, ha propiciado un
desconcierto ciudadano en torno a los asuntos de orden público, inhabilitando
la participación política activa de vastos segmentos sociales que advierten, no
sin razón, una obstinada subrepresentación de sus preocupaciones, demandas e
intereses, y una sobrerrepresentación de las mismas agendas que administración
tras administración avanzan cualesquiera que sean los colores o idearios en el
timón. En este sentido, el Congreso Popular debe fijar un posicionamiento
claro, y contribuir, con base en acciones contundentes y no con discursos, a
despejar la nebulosidad ideológica que prima en la arena política.
Aunque es evidente que esta moción nace como resultado de un
posicionamiento político, que sin duda enriquecerá su posición en el transcurso
de su gestación, es importante comenzar a reflexionar acerca de los asuntos que
inevitablemente deberá abordar. Acá sólo se tocan tres.
I. La relación con los partidos políticos
La iniciativa del Congreso Popular se ampara en el artículo
39 constitucional, que establece: “La soberanía nacional reside esencial y
originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se
instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable
derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
Hasta acá todo va bien. El problema se presenta cuando se
trata de establecer qué dispositivos o vehículos salvaguardarán la tenencia de
la soberanía en manos del “pueblo”. Si los partidos políticos y/o el Estado no
desempeñan más esa función (o acaso nunca la desempeñaron), ¿a que órganos
corresponde la tarea de guarnecer la residencia de la llamada “soberanía
popular”? Si no se reconceptualiza la noción de “pueblo” (e incluso la de
“soberanía”), el peligro de tropezar en las ciénagas del liberalismo ideológico
se hace más factible.
En este sentido, es fundamental establecer una postura en
relación con los partidos, cuya caducidad o inutilidad, para los fines que acá
se persiguen, es inexcusable. Y esto conduce a otro asunto medular: si los
partidos son órganos de representación de un interés parcial (se asume que
inescapablemente), ¿qué alternativa organizacional cabe reivindicar?
II. La relación con la iniciativa privada
Está implícito en esta propuesta extraoficial parlamentaria,
que los partidos políticos, instituciones públicas y órganos de Estado
representan intereses abreviados: a saber, los de la clase en el poder. Y
aunque esta clase es aparentemente caleidoscópica (corporaciones foráneas,
megabancos transnacionales, empresariado nacional, caciques regionales), está
claro que el poder instituyente (el pueblo) carece de herramientas
político-jurídicas para intervenir en procesos deliberativos que atañen a temas
públicos, precisamente porque están centralizados en poderes privados, formal o
fácticamente constituidos: vale decir, en una clase dominante, unificada en
torno a contenidos cruciales.
El Congreso Popular debe contar con un programa que apunte a
confiscar progresivamente esas facultades extraordinarias que usufructúan las
esferas privadas con fines naturalmente privados. En suma, contribuir a frenar
el régimen de prerrogativas privadas en aras de un auténtico derecho público.
III. La articulación con otras luchas
Otras iniciativas de contrapoder (o poder paralelo al poder
oficial) han fracasado por una falta de acercamiento y coordinación con otras
luchas análogas. La discrepancia entre las izquierdas que advierten algunos
analistas, se debe no solo a diferencias facciosas o ideológicas, sino
esencialmente a posicionamientos políticos irreconciliables que conciernen a
condiciones materiales de vida. El Congreso Popular puede efectuar la tarea de
vincular esta moción con otras, pero a partir de la identificación de un
terreno común de reivindicaciones. La autonomía o autogobierno, y la propiedad
pública sobre los recursos naturales, humanos e infraestructurales, son
reclamos que incumben a una multiplicidad de movimientos, grupos y franjas
poblacionales.
La reforma energética no puede ser el único factor de
aglutinación. Es un suicidio político ceñirse a un solo programa
unidimensional. En cambio, es políticamente inteligente extender los horizontes
de esta iniciativa, y diversificar su campo de acción política.
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