Entre la
grandeza y la sordidez.
Por: Lorenzo
Meyer
2 Feb. del 2012
•El problema
original.
El examen de
la historia de nuestro país, o de cualquier otro, ofrece pruebas irrefutables
de lo escaso de los momentos en que la vida pública alcanza niveles de
grandeza. No sólo son pocos sino breves y espaciados. Normalmente, el proceso
político está dominado por la mediocridad y con frecuencia por la injusticia,
el abuso, la corrupción, la violencia y el crimen. En fin, lo que escasea son
los ejemplos de la política como expresión de lo mejor del espíritu humano.
Entre los
responsables de diseñar y poner en práctica las grandes decisiones de carácter
político, la conducta basada en una elevada altura de miras y sentido de la
responsabilidad es tan rara que cuando ocurre la celebramos como cosa
extraordinaria y se toma como la excepción que confirma una regla: que el
ejercicio del poder en la esfera pública es una actividad sórdida, incompatible
por naturaleza con la honestidad y con el respeto a los códigos de la ética de
cada época.
Hace ya más
de dos milenios, Platón en su República, obra escrita alrededor del 380 A.C. y
en otros de sus famosos diálogos, concluyó que los mejores gobernantes deberían
ser los individuos más sabios, los más dedicados a la búsqueda y el respeto por
la verdad. Justamente ese compromiso con la adquisición del conocimiento -que
se equiparaba con la virtud- llevaría a que tales personajes, en caso de
ejercer el poder, lo hicieran en función no de su interés particular sino del
bien del conjunto social. Sin embargo, el gran filósofo griego concluyó que en
la práctica era muy improbable que una polis, cualquiera, permitiera a sus
mejores ciudadanos desempeñar el papel de gobernantes. Y es que los valores e
ideas de quienes Platón definió como mejores -los sabios y virtuosos- siempre
serían diferentes de los que mantenían la gran mayoría de los ciudadanos.
Irremediablemente esas diferencias se reflejaban en las divisiones y pugnas que
caracterizaban el ejercicio del poder, que desembocaban en la hostilidad entre
facciones e incluso en luchas civiles, lo que, para Platón, era el fracaso de
la política.
A dos
milenios y varios siglos más de distancia, el análisis político emplea un
vocabulario y unos planteamientos distintos a aquellos de la Grecia clásica,
pero en lo esencial sigue enfrascado en diseñar fórmulas para cuadrar el
círculo: cómo llevar a los puestos de responsabilidad política, si no a los
mejores -la mira se ha bajado-, al menos a personajes inteligentes, preparados
y, sobre todo, honestos y comprometidos a ejercer el poder dentro del marco de
la legalidad imperante y en beneficio de aquello que en cada época puede
considerarse el mejor interés de la comunidad.
•El siglo XX
como ejemplo.
El
conocimiento sobre los grandes hitos de la política mundial del siglo pasado es
lo suficientemente generalizado como para echar mano de ese periodo y comprobar
lo raro y fugaz de la grandeza política, lo persistente de la política como
horror y lo ancho de la zona de mediocridad que se extiende entre ambos
extremos.
•El extremo
nocivo.
Los casos
más monstruosos de ejercicio nocivo del poder en el siglo pasado los ofrecen
los regímenes totalitarios, uno de cuyos efectos fue la guerra más sangrienta
de la historia -la Segunda Guerra Mundial- que tuvo un costo en vidas humanas
que se calcula en alrededor de 60 millones de personas -el 2.6% de la población
mundial de la época- y donde las víctimas civiles superaron a las militares
(Ferguson, Niall, The war of the world, Nueva York: Penguin, 2006, pp.
649-651). No hay cálculos más o menos exactos sobre las víctimas del terror
interno y del Gulag soviéticos, pero el historiador inglés Eric Hobsbawm, cuya
visión no puede calificarse de derecha, no duda en considerar entre 10 y 20
millones, e incluso más, las muertes atribuidas a ese sistema (The age of
extremes, Vintage Books, 1996, p. 393). El militarismo japonés significó la
pérdida de la vida del 5% de la población china -mucho más civiles que
militares- y el 2.9% de la japonesa -más militares que civiles (Ferguson, op.
cit., p. 650), en total entre 13 y 23 millones de personas. Y ya que se toca el
caso de China, la colectivización, "el gran salto adelante" y la
"gran revolución cultural", que se llevaron a cabo en ese país bajo
el liderazgo de Mao Zedong entre 1955 y hasta la muerte del líder en 1976,
también cobraron varios millones de vidas amén de mucha penuria y humillación.
Los
totalitarismos no fueron los únicos ejemplos de la brutalidad y la estupidez
como esencia de un tipo de política. La larga lista de dictaduras que se
esparcen a lo largo del siglo XX en América Latina, Europa, Asia y África han
sido mejor explicadas por la literatura que por las ciencias sociales, sobre
todo en nuestra región (un buen ejemplo es Mario Vargas Llosa, que aborda la
dictadura de Trujillo en Dominicana en La fiesta del chivo, Alfaguara, 2000).
Esa Tercera Guerra Mundial que fue la Guerra Fría, y que duró 45 años, provocó
varios millones de muertos en la periferia del sistema internacional -Asia,
África, América Latina y partes de Europa-, donde también consolidó sistemas
antidemocráticos tanto en el área capitalista como en la socialista. El caso
mexicano entre 1946 y 1994 se puede explorar y explicar con esa perspectiva.
•El gran medio
o la política de tono gris.
En la mayor
parte de los países la mayor parte del tiempo la política es confrontación y
cooperación dentro de la normalidad. El liderazgo simplemente administra con
mayor o menor fortuna las presiones y las pugnas de individuos, grupos,
partidos y clases más las demandas provenientes del medio ambiente externo. En
esos casos domina lo mediocre y predecible; el tono sobresaliente es el gris.
•La política
como un intento por alcanzar la grandeza
Los breves
periodos en que el ejercicio del poder aspira a la grandeza, generalmente,
corresponden a lo que sugirió Platón: al momento en que las circunstancias
propician la coincidencia entre liderazgo y calidad; definida ésta como una
mezcla de altura de miras, conocimiento a fondo de la coyuntura histórica y del
entorno social, valentía, generosidad y buen juicio sobre las fortalezas y
debilidades de colaboradores y adversarios, entre otros elementos.
En el siglo
XX no abundan pero sí existen estos casos. Gandhi y la movilización de la India
para lograr su independencia es uno de ellos. Sin proponérselo, y en nombre de
la dignidad de la comunidad india discriminada en Sudáfrica, Gandhi se metió al
mundo de la política a finales del siglo XIX, aprendió por la vía dura
-humillación, cárcel, represión- a enfrentar la brutalidad del poder con la
fuerza de los grandes principios morales; más tarde, armado de esa experiencia,
arremetió contra los males provocados por la dominación imperial en su país de
origen: India. Ahí se transformó en el improbable gran líder de masas que
encabezó una resistencia pacífica pero sin cuartel a favor de la independencia.
La lucha contra los británicos se basó en ocupar las alturas morales y desde
ahí, haciendo del ejemplo personal un gran instrumento de persuasión, inspirar,
movilizar y dirigir a millones, hasta vencer al adversario en sus propios
términos. Años más tarde, también en Sudáfrica, Nelson Mandela lograría, con
una combinación de lucha pacífica primero y armada después, un gran discurso
moral y un ejemplo de congruencia entre el decir y el hacer -28 años en prisiones
de la isla Robben y en Pollsmoor- para finalmente ganar su libertad, derrotar
la brutal política de segregación racial del Apartheid y encabezar desde la
Presidencia un gran proyecto para hacer de Sudáfrica una sociedad multirracial
comprometida con la convivencia de la mayoría negra con las minorías blanca y
asiática. Hay, desde luego, otros ejemplos de la política dirigida por los
mejores, aunque ya no alcanzan el consenso que hay en torno a Gandhi o Mandela.
Para México, lo más cercano al modelo en cuestión sería el cardenismo.
•Conclusión.
Los ejemplos
de la política como una actividad encabezada por un personaje, un grupo y un
conjunto de principios e ideas, y que en circunstancias adversas logra encauzar
las energías de una sociedad hacia un estadio superior de su desarrollo, sin
recurrir o muy poco al uso de la fuerza, sólo se da muy de tarde en tarde y por
un periodo corto. La India posterior a Gandhi y la Sudáfrica después de Mandela
ya no lograron mantener el momentum, aunque tampoco perdieron todo lo
alcanzado. El logro de Gandhi y Mandela es haber mostrado el rostro positivo de
la política cuando lo mejor de una sociedad puede hacerse cargo de ella.
0 comentarios:
Publicar un comentario