Por: Jaime
Avilés.
Una gran paradoja: si el descubrimiento de grandes yacimientos en el Golfo de México
llevó a nuestro país a la ruina económica y a la pérdida de su industria
petrolera, el auge de los primeros años del boom exportador (1976-1982) produjo
notables cambios en la esfera de la política. Éstos, sin embargo, acabarían por
hundir en el descrédito a los partidos.
En 1976,
luego de que un pescador campechano llamado Cantarell denunció la existencia de
enormes borbotones de petróleo en las aguas de la Sonda de Campeche, el viejo
lobo que era Jesús Reyes Heroles, último ideólogo del nacionalismo
revolucionario, y según Monsiváis, “defensor de lo indefendible”, pero todo un
Don Quijote, agrego yo, comparado con sus hijos –el ex director de Pemex, Jesús
Federico Reyes Heroles y su hermano, el “analista” de Reforma, Federico Jesús
de los mismos apellidos– convenció a López Portillo de que era el momento de
abrir y hacer más flexible el sistema político nacional.
La “reforma
política” de 1979 abrió las puertas del Congreso a los partidos proscritos por
el verticalismo, a saber, el sinarquista de los descendientes de la Cristiada,
y el comunista y otros de izquierda. Cuando López Portillo relevó a Luis
Echeverría, la Liga Comunista 23 de Septiembre daba sus últimos coletazos y la
guerra sucia contra las organizaciones político-militares de los jóvenes que se
habían alzado en armas –a partir del asalto al cuartel de Madera, Chihuahua
(1965) pero sobre todo después de las matanzas de Tlatelolco (68) y San Cosme
(71)– se aproximaba a su fin.
Pero esa
reforma, que además ofreció la amnistía a todos los guerrilleros presos o
prófugos que se comprometieran a deponer las armas y luchar únicamente por la
vía parlamentaria, estuvo precedida por una renovación muy refrescante en el
ámbito de los medios de comunicación.
El gravísimo
error cometido por Echeverría el 8 de julio de 1976 –cuando tiró a Julio
Scherer de la dirección general de Excélsior, porque temía no poder acallar las
críticas del grupo de ese diario cuando anunciara la devaluación del peso (la
primera en 22 años) menos de dos meses después– en realidad podó el árbol
genealógico de la prensa mexicana.
Del tronco
tronchado de Excélsior, nacieron la revista Proceso (1976) y el periódico
unomásuno (1977), de cuyas entrañas brotaría La Jornada (1984). Paralelamente,
el Partido Comunista Mexicano (7 de septiembre de 1919), se autodisolvió (1981)
para fusionarse con cuatro organizaciones aun más pequeñas, y convertirse en
Partido Socialista Unificado de México.
Al salir de
la clandestinidad y entrar en el sistema, es decir, al comenzar a recibir apoyo
económico del Estado, muchos abnegados militantes comunistas que habían llevado
una vida de privaciones y de hambre, especialmente los más jóvenes, como que le
agarraron de repente un amor sin barreras al dinero, lo que inoculó en sus
estructuras el veneno de la corrupción que habría de llevarlos, en ciertos
casos, a las sábanas de seda de la prostitución de altura.
Tras la
simbólica hazaña realizada por Arnoldo Martínez Verdugo, que en 1982 logró
recuperar el Zócalo para la izquierda y reunir cerca de un millón de votos como
candidato presidencial frente a Miguel de la Madrid, el PSUM entró rápidamente
en una crisis muy parecida a la que había orillado al PCM a disolverse, de tal
modo que en 1987 se transformó en Partido Mexicano Socialista (PMS), a cuyas
filas se negaron a sumarse Heberto Castillo, Eduardo Valle y las bases del
Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT).
Para las
presidenciales de 1988 estaba previsto que PMS y PMT impulsaran la candidatura
de Heberto Castillo, pero la escisión que se produjo en el PRI en 1987 y que
aglutinó un gigantesco movimiento popular en torno de Cuauhtémoc Cárdenas, dio
por resultado, tras el fraude electoral que entronizó a Salinas de Gortari en
1988, la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 1989.
Ex priístas,
ex comunistas y ex socialistas unidos, desarrollaron el primer verdadero
partido de masas identificado pálidamente con las ideas clásicas de la
izquierda y con las nostalgias del nacionalismo revolucionario, pero tras las
elecciones legislativas de 199l, que gracias a un nuevo fraude, ahora operado
por Manuel Camacho Solís, le permitió al PRI obtener una amplia mayoría en el
Congreso para aprobar las reformas salinistas sobrevino el derrumbe de la Unión
Soviética.
De manera
que cuando se extinguió la “esperanza” del socialismo, que en los países donde
fue realidad constituyó una longeva pesadilla, y al mismo tiempo se desvaneció
la fuerza electoral de Cuauhtémoc, pasaron en México tres años de vacío
absoluto. Pero éste se acabó el primero de enero de 1994 cuando saltan a la
escena pública mundial los indígenas rebeldes del EZLN, que enloquecen a los
jóvenes italianos y a los viejos marxistas franceses, y crean un espectáculo
mediático de proporciones colosales, que a la postre se traduciría en
decepciones y maledicencias.
Pero la
insurrección zapatista de 1994, cuyas repercusiones en la ciudad de México son
extraordinarias, obligó al gobierno de Salinas a conceder una vieja demanda de
la izquierda: permitir a los habitantes del DF elegir a sus autoridades por
voto directo y secreto a partir de 1997, cosa que instaló a Cuauhtémoc Cárdenas
en el Gobierno del Distrito Federal y a la vez comenzó a destrozarlo
políticamente, mediante el asedio de los medios de comunicación y la ofensiva
que en su contra desataría el propio EZLN, con la huelga universitaria de 1998-99,
que favorecería la cómoda victoria de Fox en las elecciones presidenciales de
2000, hito histórico a partir del cual los zapatistas se eclipsaron para vivir
desde entonces, en palabras de Luciano de Samosata, “como Platón, en su propia
isla y con sus propias leyes”.
EZLN
En medio del
desencanto provocado por la estupidez y el cinismo de Fox, así como los acuerdo
que logró con los zapatistas para que éstos abandonaran el escenario, emergió
la figura del nuevo jefe del Gobierno del Distrito Federal, un joven tabasqueño
que para los medios electrónicos hablaba con exasperante “lentitud” (habilidoso
truco para ganar tiempo de exposición en pantalla), que había logrado, como
presidente del PRD, las más altas votaciones que ese partido obtendría en su
historia.
Atemorizado
por el ascenso de AMLO, Fox trató de darle una especie de golpe de Estado a
escala local, y lo que hizo en verdad fue posicionarlo como una nueva opción
política hacia las presidenciales de 2006. La derecha entonces lo combatió con
todos los recursos a su alcance, desde los videoescándalos hasta la vergonzosa
gira del subcomandante Marcos, el circo de las encuestas y el fraude electoral
que dio el “triunfo” a Calderón por 246 mil votos.
fox-cal
Calderón
aceleró al máximo el desmantelamiento del Estado, del país, de las
instituciones públicas y la despoblación de regiones enteras que debido a su
riqueza de hidrocarburos y metales sólidos fueron sanguinariamente limpiadas
por los cárteles, mientras impulsaba su reforma energética, luego de comprar el
voto y la conciencia de senadores y diputados de izquierda que habían llegado
al Poder Legislativo con los votos de los simpatizantes de AMLO y que no
dudaron en traicionar a sus electores en cuanto se apoltronaron como miembros
del Congreso de la Unión.
AMLO 5
El esfuerzo
colosal que supuso, para el movimiento encabezado por AMLO, la larga batalla de
2008 en contra de la privatización de Pemex, no pudo impedir que el Congreso,
con los votos del PRI, del PAN y de la corriente Nueva Izquierda del PRD,
autorizara la división del Golfo de México en bloques abiertos a las
trasnacionales para la exploración de gas shale en aguas profundas, ni la
entrega a esas mismas empresas de pozos supuestamente “secos” en la costa y las
aguas someras de Tabasco.
A esas
movilizaciones populares no acudió sino la sociedad civil, no así los
sindicatos, ni los campesinos, ni los indígenas rebeldes: el México que surgió
de la revolución de 1910 y de la Constitución de 1917, el que logró la
expropiación petrolera de 1938, el que mantuvo un desarrollo desigual y
combinado con altas tasas de crecimiento anual hasta 1980 y que empezó a ser
destruido a partir de 1982, probablemente ya no existía en 2008 pero no nos
dimos cuenta sino cuatro años después.
La
privatización de Pemex fue arreglada en varios escenarios simultáneamente entre
el otoño de 2011 y el invierno de 2012: en el exterior, con el gobierno de
Estados Unidos, la OCDE, la Unión Europea, el FMI, el Banco Mundial, las
petroleras texanas, la inglesa British Petroleum y la española Repsol.
En el ámbito
de la clase política con las dirigencias del PAN y del PRD, así como con los
directivos de los medios de comunicación, sin exclusión de La Jornada ni de
Proceso, publicaciones que mucha gente considera de “izquierda”. Durante la
campaña electoral de Peña Nieto, La Jornada no informó acerca de la compra de
votos a medida que ésta se realizaba etapa por etapa, tampoco reportó los actos
represivos en que fueron molidos a golpes los antipatizantes del copetón
oligofrénico, ni mucho menos vio prácticas fraudulentas el día de los comicios.
Apergollados
por la sequía económica en que Luis Videgaray, secretario nominal de Hacienda,
mantuvo el país a lo largo de 2013, todos los medios, como en los viejos
tiempos del partido único, se pusieron incondicionalmente al servicio del
“señor presidente”, con actitudes lacayunas de la época de Díaz Ordaz. Más les
salía no salirse del huacal porque si se atrevían con qué iban a pagar la
nómina de sus periodistas, a los que algunos casos obligaron a firmar como
“información exclusiva”, supuestas noticias que no eran sino inserciones
publicitarias pagadas.
Y lo que
sucedió después es lo que estamos viendo y viviendo en estos momentos. Partidos
políticos y medios de comunicación acataron las instrucciones de sacar adelante
cuatro reformas que en realidad, son una y la misma: la educativa, la política,
la fiscal y la energética.
La educativa
exterminará toda forma de disidencia en el ámbito del magisterio. La política
permitirá la reelección de senadores y diputados, creará una nueva autoridad
electoral y un nuevo organismo de “procuración de justicia” (¿?) además de
criminalizar la protesta social.
La reforma
hacendaria, que apoyaron los del PRD argumentando que era “progresiva” y “de
izquierda”, autorizó a Videgaray a contratar deuda externa por 800 mil millones
de pesos el año entrante, cantidad que dejará de percibir Pemex tras la
privatización, o que el gobierno de nuestro extinto país regalará a las
petroleras extranjeras.
A las
movilizaciones convocadas por AMLO contra de este golpe definitivo hacia el
país que alguna vez fue nuestro y que ahora es un enorme y ensangrentado
enclave extractivo, no se sumaron ni siquiera los trabajadores de Pemex, ni los
ferrocarrileros, ni los metalúrgicos, ni los manufactureros, ni las
maquiladoras, ni los pescadores, ni los transportistas, ni los ejidatarios, ni
el EZLN, ni nadie, porque ya no existen.
Lo que fue
nuestro país ahora es sólo un territorio poblado por decenas de millones de
“soldados de
fortuna”, cuyos rasgos más notables son el analfabetismo, la televidencia, la
obesidad, la falta de autoestima y sobre todo, la certeza absoluta de que jamás
podrán tener una vida digna gracias al trabajo, al esfuerzo y al estudio.
Indiferencia
Con decenas
de millones de pobres y hambrientos, a quienes les da lo mismo quién esté en el
poder, pues todos los han jodido, el sistema construyó una maquinaria para
fabricar miserables que venden su voto por 500 pesos y legitiman cualquier
política pública, por monstruosa que sea, porque a fin de cuentas fueron
entrenados para no pensar con ideas propias y para repetir supuestas críticas
que en realidad fortalecen a quienes los dominan.
Este
trabajo, como lo prometí en Twitter, está dedicado a Julio Hernández López,
pero va también para quienes como él andan diciendo que la privatización de
Pemex fue posible debido a la “tibieza” de Andrés Manuel López Obrador. Si
están dispuestos a demostrar que arribaron de buena fe a tales conclusiones,
espero que lo demuestren metiéndose a nadar en el cráter del Nevado de Toluca.
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