sábado, 21 de diciembre de 2013

El Pacto o la simulación democrática.

Por: Jaime Avilés.

Una gran paradoja: si el descubrimiento de grandes yacimientos en el Golfo de México llevó a nuestro país a la ruina económica y a la pérdida de su industria petrolera, el auge de los primeros años del boom exportador (1976-1982) produjo notables cambios en la esfera de la política. Éstos, sin embargo, acabarían por hundir en el descrédito a los partidos.

En 1976, luego de que un pescador campechano llamado Cantarell denunció la existencia de enormes borbotones de petróleo en las aguas de la Sonda de Campeche, el viejo lobo que era Jesús Reyes Heroles, último ideólogo del nacionalismo revolucionario, y según Monsiváis, “defensor de lo indefendible”, pero todo un Don Quijote, agrego yo, comparado con sus hijos –el ex director de Pemex, Jesús Federico Reyes Heroles y su hermano, el “analista” de Reforma, Federico Jesús de los mismos apellidos– convenció a López Portillo de que era el momento de abrir y hacer más flexible el sistema político nacional.

La “reforma política” de 1979 abrió las puertas del Congreso a los partidos proscritos por el verticalismo, a saber, el sinarquista de los descendientes de la Cristiada, y el comunista y otros de izquierda. Cuando López Portillo relevó a Luis Echeverría, la Liga Comunista 23 de Septiembre daba sus últimos coletazos y la guerra sucia contra las organizaciones político-militares de los jóvenes que se habían alzado en armas –a partir del asalto al cuartel de Madera, Chihuahua (1965) pero sobre todo después de las matanzas de Tlatelolco (68) y San Cosme (71)– se aproximaba a su fin.

Pero esa reforma, que además ofreció la amnistía a todos los guerrilleros presos o prófugos que se comprometieran a deponer las armas y luchar únicamente por la vía parlamentaria, estuvo precedida por una renovación muy refrescante en el ámbito de los medios de comunicación.

El gravísimo error cometido por Echeverría el 8 de julio de 1976 –cuando tiró a Julio Scherer de la dirección general de Excélsior, porque temía no poder acallar las críticas del grupo de ese diario cuando anunciara la devaluación del peso (la primera en 22 años) menos de dos meses después– en realidad podó el árbol genealógico de la prensa mexicana.

Del tronco tronchado de Excélsior, nacieron la revista Proceso (1976) y el periódico unomásuno (1977), de cuyas entrañas brotaría La Jornada (1984). Paralelamente, el Partido Comunista Mexicano (7 de septiembre de 1919), se autodisolvió (1981) para fusionarse con cuatro organizaciones aun más pequeñas, y convertirse en Partido Socialista Unificado de México.

Al salir de la clandestinidad y entrar en el sistema, es decir, al comenzar a recibir apoyo económico del Estado, muchos abnegados militantes comunistas que habían llevado una vida de privaciones y de hambre, especialmente los más jóvenes, como que le agarraron de repente un amor sin barreras al dinero, lo que inoculó en sus estructuras el veneno de la corrupción que habría de llevarlos, en ciertos casos, a las sábanas de seda de la prostitución de altura.

Tras la simbólica hazaña realizada por Arnoldo Martínez Verdugo, que en 1982 logró recuperar el Zócalo para la izquierda y reunir cerca de un millón de votos como candidato presidencial frente a Miguel de la Madrid, el PSUM entró rápidamente en una crisis muy parecida a la que había orillado al PCM a disolverse, de tal modo que en 1987 se transformó en Partido Mexicano Socialista (PMS), a cuyas filas se negaron a sumarse Heberto Castillo, Eduardo Valle y las bases del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT).

Para las presidenciales de 1988 estaba previsto que PMS y PMT impulsaran la candidatura de Heberto Castillo, pero la escisión que se produjo en el PRI en 1987 y que aglutinó un gigantesco movimiento popular en torno de Cuauhtémoc Cárdenas, dio por resultado, tras el fraude electoral que entronizó a Salinas de Gortari en 1988, la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 1989.

Ex priístas, ex comunistas y ex socialistas unidos, desarrollaron el primer verdadero partido de masas identificado pálidamente con las ideas clásicas de la izquierda y con las nostalgias del nacionalismo revolucionario, pero tras las elecciones legislativas de 199l, que gracias a un nuevo fraude, ahora operado por Manuel Camacho Solís, le permitió al PRI obtener una amplia mayoría en el Congreso para aprobar las reformas salinistas sobrevino el derrumbe de la Unión Soviética.

De manera que cuando se extinguió la “esperanza” del socialismo, que en los países donde fue realidad constituyó una longeva pesadilla, y al mismo tiempo se desvaneció la fuerza electoral de Cuauhtémoc, pasaron en México tres años de vacío absoluto. Pero éste se acabó el primero de enero de 1994 cuando saltan a la escena pública mundial los indígenas rebeldes del EZLN, que enloquecen a los jóvenes italianos y a los viejos marxistas franceses, y crean un espectáculo mediático de proporciones colosales, que a la postre se traduciría en decepciones y maledicencias.

Pero la insurrección zapatista de 1994, cuyas repercusiones en la ciudad de México son extraordinarias, obligó al gobierno de Salinas a conceder una vieja demanda de la izquierda: permitir a los habitantes del DF elegir a sus autoridades por voto directo y secreto a partir de 1997, cosa que instaló a Cuauhtémoc Cárdenas en el Gobierno del Distrito Federal y a la vez comenzó a destrozarlo políticamente, mediante el asedio de los medios de comunicación y la ofensiva que en su contra desataría el propio EZLN, con la huelga universitaria de 1998-99, que favorecería la cómoda victoria de Fox en las elecciones presidenciales de 2000, hito histórico a partir del cual los zapatistas se eclipsaron para vivir desde entonces, en palabras de Luciano de Samosata, “como Platón, en su propia isla y con sus propias leyes”.

EZLN

En medio del desencanto provocado por la estupidez y el cinismo de Fox, así como los acuerdo que logró con los zapatistas para que éstos abandonaran el escenario, emergió la figura del nuevo jefe del Gobierno del Distrito Federal, un joven tabasqueño que para los medios electrónicos hablaba con exasperante “lentitud” (habilidoso truco para ganar tiempo de exposición en pantalla), que había logrado, como presidente del PRD, las más altas votaciones que ese partido obtendría en su historia.

Atemorizado por el ascenso de AMLO, Fox trató de darle una especie de golpe de Estado a escala local, y lo que hizo en verdad fue posicionarlo como una nueva opción política hacia las presidenciales de 2006. La derecha entonces lo combatió con todos los recursos a su alcance, desde los videoescándalos hasta la vergonzosa gira del subcomandante Marcos, el circo de las encuestas y el fraude electoral que dio el “triunfo” a Calderón por 246 mil votos.

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Calderón aceleró al máximo el desmantelamiento del Estado, del país, de las instituciones públicas y la despoblación de regiones enteras que debido a su riqueza de hidrocarburos y metales sólidos fueron sanguinariamente limpiadas por los cárteles, mientras impulsaba su reforma energética, luego de comprar el voto y la conciencia de senadores y diputados de izquierda que habían llegado al Poder Legislativo con los votos de los simpatizantes de AMLO y que no dudaron en traicionar a sus electores en cuanto se apoltronaron como miembros del Congreso de la Unión.

AMLO 5

El esfuerzo colosal que supuso, para el movimiento encabezado por AMLO, la larga batalla de 2008 en contra de la privatización de Pemex, no pudo impedir que el Congreso, con los votos del PRI, del PAN y de la corriente Nueva Izquierda del PRD, autorizara la división del Golfo de México en bloques abiertos a las trasnacionales para la exploración de gas shale en aguas profundas, ni la entrega a esas mismas empresas de pozos supuestamente “secos” en la costa y las aguas someras de Tabasco.

A esas movilizaciones populares no acudió sino la sociedad civil, no así los sindicatos, ni los campesinos, ni los indígenas rebeldes: el México que surgió de la revolución de 1910 y de la Constitución de 1917, el que logró la expropiación petrolera de 1938, el que mantuvo un desarrollo desigual y combinado con altas tasas de crecimiento anual hasta 1980 y que empezó a ser destruido a partir de 1982, probablemente ya no existía en 2008 pero no nos dimos cuenta sino cuatro años después.

La privatización de Pemex fue arreglada en varios escenarios simultáneamente entre el otoño de 2011 y el invierno de 2012: en el exterior, con el gobierno de Estados Unidos, la OCDE, la Unión Europea, el FMI, el Banco Mundial, las petroleras texanas, la inglesa British Petroleum y la española Repsol.

En el ámbito de la clase política con las dirigencias del PAN y del PRD, así como con los directivos de los medios de comunicación, sin exclusión de La Jornada ni de Proceso, publicaciones que mucha gente considera de “izquierda”. Durante la campaña electoral de Peña Nieto, La Jornada no informó acerca de la compra de votos a medida que ésta se realizaba etapa por etapa, tampoco reportó los actos represivos en que fueron molidos a golpes los antipatizantes del copetón oligofrénico, ni mucho menos vio prácticas fraudulentas el día de los comicios.

Apergollados por la sequía económica en que Luis Videgaray, secretario nominal de Hacienda, mantuvo el país a lo largo de 2013, todos los medios, como en los viejos tiempos del partido único, se pusieron incondicionalmente al servicio del “señor presidente”, con actitudes lacayunas de la época de Díaz Ordaz. Más les salía no salirse del huacal porque si se atrevían con qué iban a pagar la nómina de sus periodistas, a los que algunos casos obligaron a firmar como “información exclusiva”, supuestas noticias que no eran sino inserciones publicitarias pagadas.

Y lo que sucedió después es lo que estamos viendo y viviendo en estos momentos. Partidos políticos y medios de comunicación acataron las instrucciones de sacar adelante cuatro reformas que en realidad, son una y la misma: la educativa, la política, la fiscal y la energética.

La educativa exterminará toda forma de disidencia en el ámbito del magisterio. La política permitirá la reelección de senadores y diputados, creará una nueva autoridad electoral y un nuevo organismo de “procuración de justicia” (¿?) además de criminalizar la protesta social.

La reforma hacendaria, que apoyaron los del PRD argumentando que era “progresiva” y “de izquierda”, autorizó a Videgaray a contratar deuda externa por 800 mil millones de pesos el año entrante, cantidad que dejará de percibir Pemex tras la privatización, o que el gobierno de nuestro extinto país regalará a las petroleras extranjeras.

A las movilizaciones convocadas por AMLO contra de este golpe definitivo hacia el país que alguna vez fue nuestro y que ahora es un enorme y ensangrentado enclave extractivo, no se sumaron ni siquiera los trabajadores de Pemex, ni los ferrocarrileros, ni los metalúrgicos, ni los manufactureros, ni las maquiladoras, ni los pescadores, ni los transportistas, ni los ejidatarios, ni el EZLN, ni nadie, porque ya no existen.

Lo que fue nuestro país ahora es sólo un territorio poblado por decenas de millones de
“soldados de fortuna”, cuyos rasgos más notables son el analfabetismo, la televidencia, la obesidad, la falta de autoestima y sobre todo, la certeza absoluta de que jamás podrán tener una vida digna gracias al trabajo, al esfuerzo y al estudio.

Indiferencia

Con decenas de millones de pobres y hambrientos, a quienes les da lo mismo quién esté en el poder, pues todos los han jodido, el sistema construyó una maquinaria para fabricar miserables que venden su voto por 500 pesos y legitiman cualquier política pública, por monstruosa que sea, porque a fin de cuentas fueron entrenados para no pensar con ideas propias y para repetir supuestas críticas que en realidad fortalecen a quienes los dominan.


Este trabajo, como lo prometí en Twitter, está dedicado a Julio Hernández López, pero va también para quienes como él andan diciendo que la privatización de Pemex fue posible debido a la “tibieza” de Andrés Manuel López Obrador. Si están dispuestos a demostrar que arribaron de buena fe a tales conclusiones, espero que lo demuestren metiéndose a nadar en el cráter del Nevado de Toluca.

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