Por: Jaime Avilés.
Dos días
después de decretar la expropiación de los yacimientos de petróleo y gas, y de
las compañías estadounidenses y europeas que los explotaban, el domingo 20 de
marzo de 1938, el general Lázaro Cárdenas se fue con su familia, sus
colaboradores más cercanos y algunos periodistas, a disfrutar de un día de
campo en el Nevado de Toluca.
En algún momento se excusó para ir
a atender supuestas necesidades del vientre y, para sorpresa de unos y
desconcierto de otros, reapareció con los hombros, los brazos y las piernas al
desnudo, en un traje de baño de dos piezas –calzoncillo y camiseta– y se metió
a nadar en la pequeña laguna de aguas heladas, a cuatro mil metros de altura
sobre el nivel del mar.
“Para que no digan que estamos
calientes”, bromeó al salir hecho un témpano, y la hazaña deportiva fue noticia
de primera plana en todos los periódicos del lunes 21. Como bien lo ha señalado
el poeta Oscar de Pablo, la nacionalización de la industria petrolera fue
consecuencia de una lucha proletaria. En diciembre de 1935, los obreros de las
diversas compañías que operaban en México formaron el Sindicato Único de
Trabajadores Petroleros y en 1936, para exigir mayores salarios y mejores
condiciones laborales, presentaron un pliego petitorio con una demanda central:
obtener un contrato colectivo de trabajo.
Pero la huelga no estalló sino
hasta mayo de 1937 y se prolongó 12 días. Como las empresas no sólo no
accedieron a ninguna de las exigencias sindicales sino que se negaron a pagar
los salarios caídos durante la huelga, el 8 de diciembre de ese mismo año hubo
un paro laboral de 24 horas, que endureció aun más la postura de los patrones.
Ante la prepotencia de los dueños de la tecnología, que amenazaron con irse del
país y sacar sus capitales, Cárdenas les dobló la apuesta y les impuso la
expropiación.
Con un olfato geopolítico
privilegiado, aprovechó los gravísimos conflictos que ya prefiguraban la
Segunda Guerra Mundial y se atrevió a nacionalizar el petróleo con la certeza
de que Washington no lo atacaría militarmente, y mucho menos los británicos, que
se preparaban para enfrentar a Hitler.
Todo lo que sucedió alrededor de
la gesta petrolera es legendario: el talento de los ingenieros mexicanos que
supieron echar a andar las refinerías y reanudar la extracción de crudo; los
sacrificios que hizo la gente del pueblo para ayudar a transportar la gasolina,
que se vendía en cubetas; la colecta que contribuyó a indemnizar a las
compañías expropiadas, y la solidez económica que adquirió el país desde ese
momento
Hasta el sexenio de Díaz Ordaz, el
país mantuvo un crecimiento sostenido de 8 por ciento anual, desarrolló una
infraestructura admirable, se urbanizó y se convirtió en un gigante para los
paisitos de Centroamérica y del norte de América del Sur, todo ello, claro
está, adobado con una corrupción desaforada y un verticalismo punto menos que
totalitario, al que Cárdenas no fue ajeno en su diseño.
1938
Recuérdese que en los años 30
había tres países que habían unificado las estructuras del gobierno, del
partido y del ejército en una sola columna vertebral: el Partido Comunista de
la Unión Soviética, el Partido Nazional Socialista alemán y el Partido Nacional
Revolucionario mexicano, abuelo del PRI. El PCUS retuvo el poder de 1917 a
1991, el de los nazis duró poco más de una década, el más longevo sin duda es
el que fundó el general Plutarco Elías Calles en 1929 y que metamorfoseado
primero en Partido de la Revolución Mexicana (1938) y en Partido Revolucionario
Institucional (1946), continúa gobernando hasta la fecha, como no dejó de
hacerlo mientras de 2000 a 2012 estuvo en Los Pinos el PAN.
Es una paradoja poco atendida
hasta ahora: la debacle petrolera de México empezó con el descubrimiento del
yacimiento de Cantarell durante el sexenio de Luis Echeverría, que marcó
asimismo el fin de la estabilidad económica, que había mantenido una paridad
entre el peso y el dólar a razón de 12.50 por uno de 1954 a 1976.
Cuando José López Portillo anuncia
que son tan grandes nuestras reservas probadas de petróleo que tendremos que
aprender a “administrar la abundancia”, poco después quiebra de hecho el modelo
económico establecido Cárdenas a partir de la expropiación.
Luciano Concheiro lo planteó así
recientemente: “Mientras hubo petróleo para el autoconsumo y fue mínimo el que
se exportó, México creció por décadas a tasas que hoy le envidiamos a China. En
cambio, cuando se volvió un país esencialmente exportador, se devaluó el peso,
se desató la inflación y comenzaron las privatizaciones”.
En términos de bonanza económica
para las clases medias, de buenos contratos colectivos para los sindicatos de
industria y de fomento a la producción agropecuaria y protección a los
campesinos, la expropiación petrolera abrió un ciclo histórico que transcurrió
de 1938 a 1982, y que se caracterizó asimismo por la soberanía y la autodeterminación,
por lo menos en política exterior, frente a Estados Unidos.
Pero después de esos 44 años, que
aborrecimos a medida que los íbamos viviendo y que hoy recordamos como una
especie de edad de oro, el colapso económico de 1980, la crisis de la deuda
externa que puso a López Portillo a los pies del FMI, y la consiguiente toma
del poder por los neoliberales en 1982, abrió un nuevo ciclo que se ha cerrado
en estos días con la reprivatización de la industria petrolera en todos sus
aspectos.
1982-2013: Lo que desapareció.
Hubo en México, hasta 1982, una
oferta de lectura masiva, a precios muy accesibles, para niños y adultos. Los
olvidados “cuentos” –revistas de 32 páginas tamaño carta, a colores, con tapas
de papel couché– llegaron a sumar un millón de ejemplares al mes, en sus
distintas variedades: Lágrimas, Risas y Amor, Memín Pinguín, Los Supersabios,
Chanoc, Kalimán y muchos pero muchos más.
La crisis de la deuda (1980), las
devaluaciones (81-82), la irrupción de Nintendo y otros factores acabaron con
el principal estímulo para el fomento a la lectura: los niños nacidos en ese
umbral histórico ya no crecieron, como los de generaciones previas, con el
“vicio” de la palabra escrita sino con la adicción a los juegos audiovisuales,
que por hipnóticos e inmovilizadores, y aunados a la comida chatarra
popularizada por la televisión, comenzaron a forjar legiones de obesos.
Agréguese a esta primera etapa de
la supresión del pensamiento crítico, las reformas deseducativas que impulsaron
Salinas, Zedillo, Fox y Calderón. En 1991, con ayuda de Héctor Aguilar Camín y
los “intelectuales” del grupo Nexos, Salinas, a través de Zedillo, que era
titular de la SEP, rescribió la historia de México en los libros de texto
gratuito para los alumnos de primaria.
Fue toda una operación ideológica.
El pasado prehispánico perdió su importancia, Juárez fue minimizado, Villa y
Zapata salieron del santoral laico y, por el contrario, la figura de Porfirio
Díaz fue proyectada a las nubes. Más aún, la separación entre la Iglesia y el
Estado, lograda por la Reforma, y las constantes invasiones militares de
Estados Unidos a México así como el despojo de más de la mitad del territorio,
fueron sepultadas por las intenciones diplomáticas de reanudar relaciones con
el Vaticano y firmar un tratado de libre comercio con el imperio del norte.
A los efectos que provocó en las
nuevas generaciones de niños este coctel de olvido histórico, intoxicación
audiovisual y productos chatarra, se añadió la eliminación de materias como
civismo, ética, lógica y filosofía en los programas de estudios de la enseñanza
media superior. Desde Salinas hasta el último día de Calderón, y antes y
durante y después, con la colaboración letal de Televisa, decenas de millones
de mexicanos en la etapas formativas de la vida, sufrieron una imperceptible
trepanación: el neoliberalismo les extrajo el encéfalo y los volvió zombies.
Esto –ojo– les ocurrió a los niños
escolarizados que llegaron a la secundaria. Mejor no imaginar qué pasó con los
que no terminaron la primaria. La deseducación masiva transcurrió en el lado
más oscuro del desmantelamiento del pacto social de 1917. En el lado visible,
como nos consta, sexenio a sexenio pulverizó los acuerdos básicos de ese pacto,
a saber, el derecho de huelga reconocido por los patrones, el ejido campesino
reconocido por los terratenientes, la enseñanza laica y gratuita, a despecho de
la Iglesia, y el dominio del Estado sobre los recursos estratégicos de la
nación.
Pues bien, De la Madrid abolió de
hecho, jamás por decreto, el artículo 123, que enumera los derechos de los
trabajadores, empezando por los más sagrados: el de la organización sindical y
el de la huelga. Este proceso corrió en forma paralela al auge de la robótica
en las fábricas del primer mundo y en México a la desindustrialización, todo lo
cual fue explicado filosóficamente por los pensadores posmodernos.
Salinas, en la siguiente etapa,
destruyó el artículo 27, que garantizaba la propiedad de los campesinos sobre
la tierra, y Zedillo complementó su obra retirando los subsidios a la
producción agrícola, acabando con los precios de garantía y con las estructuras
que se encargaban de comprar las cosechas y asegurar el abasto en el mundo
rural: Zedillo y Salinas son los primeros responsables del despoblamiento del
campo, que quedó en manos del narcotráfico, cuya violencia, a su vez,
administraron con vocación genocida Fox y Calderón.
Pero Salinas, además, vulneró el
artículo 27 en los aspectos relativos a la propiedad de la nación sobre los
recursos del subsuelo, para quitar los tornillos y tuercas legales que
salvaguardaban la propiedad de la nación sobre los hidrocarburos. Tanto
Zedillo, como Fox y Calderón, se valieron de esta primera apertura para
entregar la producción de energía eléctrica a las empresas privadas, establecer
contratos de riesgo compartido para las transnacionales petroleras, dividir el
Golfo de México en bloques para permitirles la exploración en aguas profundas y
entregarles pozos supuestamente “secos” en aguas someras de Tabasco y Campeche.
Por lo demás, Salinas convirtió en
letra muerta el 130, para despojar al Estado de su carácter laico, restablecer
relaciones diplomáticas con el Vaticano e incrementar la presencia de los curas
en la vida pública, una labor que redondearon con obsceno deleite los mochos de
Fox y Calderón.
Así, en una primera síntesis,
cabría resumir que de 1982 a 2012 se extinguieron junto con el derecho de
huelga, o fueron domesticados o suprimidos, los llamados “sindicatos
democráticos”, los obreros calificados y la idílica conciencia de clase. En su
lugar aparecieron las maquiladoras con su mano de obra, esencialmente femenina,
esclavizada, y sin derechos laborales de ninguna índole.
El campesinado pasó a formar parte
también del museo de los factores de la producción, en primer lugar, debido a
la desaparición de las políticas proteccionistas para los ejidatarios –una
exigencia clave de Estados Unidos para firmar el TLC, sin dejar de subsidiar a
sus propios agricultores– que al mismo tiempo quedaron en desventaja frente a
los productos agrícolas del mundo entero que desde entonces llegan al país
gracias a la apertura de ilimitada de nuestras.
Si los campesinos migraron a razón
de 500 mil cada año hacia Estados Unidos y la soberanía alimentaria fue
sacrificada en aras de las importaciones, las tierras de labor fueron ocupadas
por los productores de mariguana y amapola, y los comerciantes de drogas
ilicítas, agudizaron la despoblación estratégica de los territorios donde,
ahora se sabe y se entiende, hay reservas de gas shale (norte de Coahuila y
Nuevo León, zonas costeras de Tamaulipas y Veracruz) o enormes yacimientos de
fierro (costa de Michoacán).
Junto con los obreros y los
campesinos desaparecieron a su vez, paradójicamente, los banqueros mexicanos,
que luego de ser expropiados por López Portillo el primero de septiembre de
1982, vieron cómo sus negocios pasaban a manos de buitres salinistas, a quienes
De la Madrid se los entregó a partir de 1983, para que los exprimieran y los
reventaran, generando la descomunal deuda del Fobaproa, antes de venderlos a
bancos de España y Estados Unidos.
Sin banqueros, ni obreros, ni
campesinos, y sin los artículos esenciales de la Constitución de 1917, el
desmantelamiento del pacto social se dio igualmente a medida que los
neoliberales se encargaban de “adelgazar” el Estado mediante el despido masivo
de empleados públicos y el retiro de políticas de fomento a la producción, todo
lo cual, sumado a la usura como recurso supremo de los bancos, multiplicó en
forma exponencial la pobreza y la miseria, y desde luego la violencia, que desde
entonces cuenta con un ejército de reserva integrado por “soldados de fortuna”,
cuyos rasgos más notables son el analfabetismo, la televidencia, la obesidad,
la falta de autoestima y sobre sobre todo, la certeza absoluta de que jamás
podrán tener una vida digna gracias al trabajo, al esfuerzo y al estudio.
Con decenas de millones de pobres
y hambrientos, a quienes les da lo mismo quién esté en el poder, pues todos los
han jodido, el sistema construyó una maquinaria para fabricar miserables que
venden su voto por 500 pesos y legitiman cualquier política pública, por
monstruosa que sea, porque a fin de cuentas fueron entrenados para no pensar
con ideas propias y para repetir.
Otra paradoja: si el descubrimiento de grandes
yacimientos en el Golfo de México llevó a nuestro país a la ruina económica y a
la pérdida de su industria petrolera, el auge de los primeros años del boom
exportador (1976-1982) produjo notables cambios en la esfera de la política.
Éstos, sin embargo, acabarían por hundir en el descrédito a los partidos.
En 1976, luego de que un pescador
campechano llamado Cantarell denunció la existencia de enormes borbotones de
petróleo en las aguas de la Sonda de Campeche, el viejo lobo que era Jesús
Reyes Heroles, último ideólogo del nacionalismo revolucionario, y según
Monsiváis, “defensor de lo indefendible”, pero todo un Don Quijote, agrego yo,
comparado con sus hijos –el ex director de Pemex, Jesús Federico Reyes Heroles
y su hermano, el “analista” de Reforma, Federico Jesús de los mismos apellidos–
convenció a López Portillo de que era el momento de abrir y hacer más flexible
el sistema político nacional.
La “reforma política” de 1979
abrió las puertas del Congreso a los partidos proscritos por el verticalismo, a
saber, el sinarquista de los descendientes de la Cristiada, y el comunista y
otros de izquierda. Cuando López Portillo relevó a Luis Echeverría, la Liga
Comunista 23 de Septiembre daba sus últimos coletazos y la guerra sucia contra
las organizaciones político-militares de los jóvenes que se habían alzado en
armas –a partir del asalto al cuartel de Madera, Chihuahua (1965) pero sobre
todo después de las matanzas de Tlatelolco (68) y San Cosme (71)– se aproximaba
a su fin.
Pero esa reforma, que además
ofreció la amnistía a todos los guerrilleros presos o prófugos que se comprometieran
a deponer las armas y luchar únicamente por la vía parlamentaria, estuvo
precedida por una renovación muy refrescante en el ámbito de los medios de
comunicación.
El gravísimo error cometido por
Echeverría el 8 de julio de 1976 –cuando tiró a Julio Scherer de la dirección
general de Excélsior, porque temía no poder acallar las críticas del grupo de
ese diario cuando anunciara la devaluación del peso (la primera en 22 años)
menos de dos meses después– en realidad podó el árbol genealógico de la prensa mexicana.
Del tronco tronchado de Excélsior,
nacieron la revista Proceso (1976) y el periódico unomásuno (1977), de cuyas
entrañas brotaría La Jornada (1984). Paralelamente, el Partido Comunista
Mexicano (7 de septiembre de 1919), se autodisolvió (1981) para fusionarse con
cuatro organizaciones aun más pequeñas, y convertirse en Partido Socialista
Unificado de México.
Al salir de la clandestinidad y
entrar en el sistema, es decir, al comenzar a recibir apoyo económico del
Estado, muchos abnegados militantes comunistas que habían llevado una vida de
privaciones y de hambre, especialmente los más jóvenes, como que le agarraron
de repente un amor sin barreras al dinero, lo que inoculó en sus estructuras el
veneno de la corrupción que habría de llevarlos, en ciertos casos, a las
sábanas de seda de la prostitución de altura.
Tras la simbólica hazaña realizada
por Arnoldo Martínez Verdugo, que en 1982 logró recuperar el Zócalo para la
izquierda y reunir cerca de un millón de votos como candidato presidencial frente
a Miguel de la Madrid, el PSUM entró rápidamente en una crisis muy parecida a
la que había orillado al PCM a disolverse, de tal modo que en 1987 se
transformó en Partido Mexicano Socialista (PMS), a cuyas filas se negaron a
sumarse Heberto Castillo, Eduardo Valle y las bases del Partido Mexicano de los
Trabajadores (PMT).
Para las presidenciales de 1988
estaba previsto que PMS y PMT impulsaran la candidatura de Heberto Castillo,
pero la escisión que se produjo en el PRI en 1987 y que aglutinó un gigantesco
movimiento popular en torno de Cuauhtémoc Cárdenas, dio por resultado, tras el
fraude electoral que entronizó a Salinas de Gortari en 1988, la fundación del
Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 1989.
Ex priístas, ex comunistas y ex
socialistas unidos, desarrollaron el primer verdadero partido de masas
identificado pálidamente con las ideas clásicas de la izquierda y con las
nostalgias del nacionalismo revolucionario, pero tras las elecciones
legislativas de 199l, que gracias a un nuevo fraude, ahora operado por Manuel
Camacho Solís, le permitió al PRI obtener una amplia mayoría en el Congreso
para aprobar las reformas salinistas sobrevino el derrumbe de la Unión
Soviética.
De manera que cuando se extinguió
la “esperanza” del socialismo, que en los países donde fue realidad constituyó
una longeva pesadilla, y al mismo tiempo se desvaneció la fuerza electoral de
Cuauhtémoc, pasaron en México tres años de vacío absoluto. Pero éste se acabó
el primero de enero de 1994 cuando saltan a la escena pública mundial los
indígenas rebeldes del EZLN, que enloquecen a los jóvenes italianos y a los
viejos marxistas franceses, y crean un espectáculo mediático de proporciones
colosales, que a la postre se traduciría en decepciones y maledicencias.
Pero la insurrección zapatista de
1994, cuyas repercusiones en la ciudad de México son extraordinarias, obligó al
gobierno de Salinas a conceder una vieja demanda de la izquierda: permitir a
los habitantes del DF elegir a sus autoridades por voto directo y secreto a partir
de 1997, cosa que instaló a Cuauhtémoc Cárdenas en el Gobierno del Distrito
Federal y a la vez comenzó a destrozarlo políticamente, mediante el asedio de
los medios de comunicación y la ofensiva que en su contra desataría el propio
EZLN, con la huelga universitaria de 1998-99, que favorecería la cómoda
victoria de Fox en las elecciones presidenciales de 2000, hito histórico a
partir del cual los zapatistas se eclipsaron para vivir desde entonces, en
palabras de Luciano de Samosata, “como Platón, en su propia isla y con sus
propias leyes”.
EZLN
En medio del desencanto provocado
por la estupidez y el cinismo de Fox, así como los acuerdo que logró con los
zapatistas para que éstos abandonaran el escenario, emergió la figura del nuevo
jefe del Gobierno del Distrito Federal, un joven tabasqueño que para los medios
electrónicos hablaba con exasperante “lentitud” (habilidoso truco para ganar
tiempo de exposición en pantalla), que había logrado, como presidente del PRD,
las más altas votaciones que ese partido obtendría en su historia.
Atemorizado por el ascenso de
AMLO, Fox trató de darle una especie de golpe de Estado a escala local, y lo
que hizo en verdad fue posicionarlo como una nueva opción política hacia las
presidenciales de 2006. La derecha entonces lo combatió con todos los recursos
a su alcance, desde los videoescándalos hasta la vergonzosa gira del
subcomandante Marcos, el circo de las encuestas y el fraude electoral que dio
el “triunfo” a Calderón por 246 mil votos.
Fox-Cal.
Calderón aceleró al máximo el
desmantelamiento del Estado, del país, de las instituciones públicas y la
despoblación de regiones enteras que debido a su riqueza de hidrocarburos y
metales sólidos fueron sanguinariamente limpiadas por los cárteles, mientras
impulsaba su reforma energética, luego de comprar el voto y la conciencia de
senadores y diputados de izquierda que habían llegado al Poder Legislativo con
los votos de los simpatizantes de AMLO y que no dudaron en traicionar a sus
electores en cuanto se apoltronaron como miembros del Congreso de la Unión.
AMLO 5
El esfuerzo colosal que supuso,
para el movimiento encabezado por AMLO, la larga batalla de 2008 en contra de
la privatización de Pemex, no pudo impedir que el Congreso, con los votos del
PRI, del PAN y de la corriente Nueva Izquierda del PRD, autorizara la división
del Golfo de México en bloques abiertos a las trasnacionales para la
exploración de gas shale en aguas profundas, ni la entrega a esas mismas
empresas de pozos supuestamente “secos” en la costa y las aguas someras de
Tabasco.
A esas movilizaciones populares no
acudió sino la sociedad civil, no así los sindicatos, ni los campesinos, ni los
indígenas rebeldes: el México que surgió de la revolución de 1910 y de la
Constitución de 1917, el que logró la expropiación petrolera de 1938, el que
mantuvo un desarrollo desigual y combinado con altas tasas de crecimiento anual
hasta 1980 y que empezó a ser destruido a partir de 1982, probablemente ya no
existía en 2008 pero no nos dimos cuenta sino cuatro años después.
La privatización de Pemex fue
arreglada en varios escenarios simultáneamente entre el otoño de 2011 y el
invierno de 2012: en el exterior, con el gobierno de Estados Unidos, la OCDE,
la Unión Europea, el FMI, el Banco Mundial, las petroleras texanas, la inglesa
British Petroleum y la española Repsol.
En el ámbito de la clase política
con las dirigencias del PAN y del PRD, así como con los directivos de los
medios de comunicación, sin exclusión de La Jornada ni de Proceso,
publicaciones que mucha gente considera de “izquierda”. Durante la campaña
electoral de Peña Nieto, La Jornada no informó acerca de la compra de votos a
medida que ésta se realizaba etapa por etapa, tampoco reportó los actos
represivos en que fueron molidos a golpes los antipatizantes del copetón
oligofrénico, ni mucho menos vio prácticas fraudulentas el día de los comicios.
Apergollados por la sequía
económica en que Luis Videgaray, secretario nominal de Hacienda, mantuvo el
país a lo largo de 2013, todos los medios, como en los viejos tiempos del
partido único, se pusieron incondicionalmente al servicio del “señor
presidente”, con actitudes lacayunas de la época de Díaz Ordaz. Más les salía
no salirse del huacal porque si se atrevían con qué iban a pagar la nómina de
sus periodistas, a los que algunos casos obligaron a firmar como “información
exclusiva”, supuestas noticias que no eran sino inserciones publicitarias
pagadas.
Y lo que sucedió después es lo que
estamos viendo y viviendo en estos momentos. Partidos políticos y medios de
comunicación acataron las instrucciones de sacar adelante cuatro reformas que
en realidad, son una y la misma: la educativa, la política, la fiscal y la
energética.
La educativa exterminará toda
forma de disidencia en el ámbito del magisterio. La política permitirá la
reelección de senadores y diputados, creará una nueva autoridad electoral y un
nuevo organismo de “procuración de justicia” (¿?) además de criminalizar la
protesta social.
La reforma hacendaria, que
apoyaron los del PRD argumentando que era “progresiva” y “de izquierda”,
autorizó a Videgaray a contratar deuda externa por 800 mil millones de pesos el
año entrante, cantidad que dejará de percibir Pemex tras la privatización, o
que el gobierno de nuestro extinto país regalará a las petroleras extranjeras.
A las movilizaciones convocadas
por AMLO contra de este golpe definitivo hacia el país que alguna vez fue
nuestro y que ahora es un enorme y ensangrentado enclave extractivo, no se
sumaron ni siquiera los trabajadores de Pemex, ni los ferrocarrileros, ni los
metalúrgicos, ni los manufactureros, ni las maquiladoras, ni los pescadores, ni
los transportistas, ni los ejidatarios, ni el EZLN, ni nadie, porque ya no
existen.
Lo que fue nuestro país ahora es
sólo un territorio poblado por decenas de millones de
“soldados de fortuna”, cuyos
rasgos más notables son el analfabetismo, la televidencia, la obesidad, la
falta de autoestima y sobre todo, la certeza absoluta de que jamás podrán tener
una vida digna gracias al trabajo, al esfuerzo y al estudio.
Indiferencia
Con decenas de millones de pobres
y hambrientos, a quienes les da lo mismo quién esté en el poder, pues todos los
han jodido, el sistema construyó una maquinaria para fabricar miserables que
venden su voto por 500 pesos y legitiman cualquier política pública, por
monstruosa que sea, porque a fin de cuentas fueron entrenados para no pensar
con ideas propias y para repetir supuestas críticas que en realidad fortalecen
a quienes los dominan.
Este trabajo, como lo prometí en
Twitter, está dedicado a Julio Hernández López, pero va también para quienes
como él andan diciendo que la privatización de Pemex fue posible debido a la
“tibieza” de Andrés Manuel López Obrador. Si están dispuestos a demostrar que
arribaron de buena fe a tales conclusiones, espero que lo demuestren metiéndose
a nadar en el cráter del Nevado de Toluca.
0 comentarios:
Publicar un comentario