sábado, 21 de diciembre de 2013

MÉXICO YA NO EXISTE.





Por: Jaime Avilés. 

Dos días después de decretar la expropiación de los yacimientos de petróleo y gas, y de las compañías estadounidenses y europeas que los explotaban, el domingo 20 de marzo de 1938, el general Lázaro Cárdenas se fue con su familia, sus colaboradores más cercanos y algunos periodistas, a disfrutar de un día de campo en el Nevado de Toluca.
En algún momento se excusó para ir a atender supuestas necesidades del vientre y, para sorpresa de unos y desconcierto de otros, reapareció con los hombros, los brazos y las piernas al desnudo, en un traje de baño de dos piezas –calzoncillo y camiseta– y se metió a nadar en la pequeña laguna de aguas heladas, a cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar.
“Para que no digan que estamos calientes”, bromeó al salir hecho un témpano, y la hazaña deportiva fue noticia de primera plana en todos los periódicos del lunes 21. Como bien lo ha señalado el poeta Oscar de Pablo, la nacionalización de la industria petrolera fue consecuencia de una lucha proletaria. En diciembre de 1935, los obreros de las diversas compañías que operaban en México formaron el Sindicato Único de Trabajadores Petroleros y en 1936, para exigir mayores salarios y mejores condiciones laborales, presentaron un pliego petitorio con una demanda central: obtener un contrato colectivo de trabajo.
Pero la huelga no estalló sino hasta mayo de 1937 y se prolongó 12 días. Como las empresas no sólo no accedieron a ninguna de las exigencias sindicales sino que se negaron a pagar los salarios caídos durante la huelga, el 8 de diciembre de ese mismo año hubo un paro laboral de 24 horas, que endureció aun más la postura de los patrones. Ante la prepotencia de los dueños de la tecnología, que amenazaron con irse del país y sacar sus capitales, Cárdenas les dobló la apuesta y les impuso la expropiación.
Con un olfato geopolítico privilegiado, aprovechó los gravísimos conflictos que ya prefiguraban la Segunda Guerra Mundial y se atrevió a nacionalizar el petróleo con la certeza de que Washington no lo atacaría militarmente, y mucho menos los británicos, que se preparaban para enfrentar a Hitler.

Todo lo que sucedió alrededor de la gesta petrolera es legendario: el talento de los ingenieros mexicanos que supieron echar a andar las refinerías y reanudar la extracción de crudo; los sacrificios que hizo la gente del pueblo para ayudar a transportar la gasolina, que se vendía en cubetas; la colecta que contribuyó a indemnizar a las compañías expropiadas, y la solidez económica que adquirió el país desde ese momento
Hasta el sexenio de Díaz Ordaz, el país mantuvo un crecimiento sostenido de 8 por ciento anual, desarrolló una infraestructura admirable, se urbanizó y se convirtió en un gigante para los paisitos de Centroamérica y del norte de América del Sur, todo ello, claro está, adobado con una corrupción desaforada y un verticalismo punto menos que totalitario, al que Cárdenas no fue ajeno en su diseño.
1938
Recuérdese que en los años 30 había tres países que habían unificado las estructuras del gobierno, del partido y del ejército en una sola columna vertebral: el Partido Comunista de la Unión Soviética, el Partido Nazional Socialista alemán y el Partido Nacional Revolucionario mexicano, abuelo del PRI. El PCUS retuvo el poder de 1917 a 1991, el de los nazis duró poco más de una década, el más longevo sin duda es el que fundó el general Plutarco Elías Calles en 1929 y que metamorfoseado primero en Partido de la Revolución Mexicana (1938) y en Partido Revolucionario Institucional (1946), continúa gobernando hasta la fecha, como no dejó de hacerlo mientras de 2000 a 2012 estuvo en Los Pinos el PAN.
Es una paradoja poco atendida hasta ahora: la debacle petrolera de México empezó con el descubrimiento del yacimiento de Cantarell durante el sexenio de Luis Echeverría, que marcó asimismo el fin de la estabilidad económica, que había mantenido una paridad entre el peso y el dólar a razón de 12.50 por uno de 1954 a 1976.

Cuando José López Portillo anuncia que son tan grandes nuestras reservas probadas de petróleo que tendremos que aprender a “administrar la abundancia”, poco después quiebra de hecho el modelo económico establecido Cárdenas a partir de la expropiación.

Luciano Concheiro lo planteó así recientemente: “Mientras hubo petróleo para el autoconsumo y fue mínimo el que se exportó, México creció por décadas a tasas que hoy le envidiamos a China. En cambio, cuando se volvió un país esencialmente exportador, se devaluó el peso, se desató la inflación y comenzaron las privatizaciones”.
En términos de bonanza económica para las clases medias, de buenos contratos colectivos para los sindicatos de industria y de fomento a la producción agropecuaria y protección a los campesinos, la expropiación petrolera abrió un ciclo histórico que transcurrió de 1938 a 1982, y que se caracterizó asimismo por la soberanía y la autodeterminación, por lo menos en política exterior, frente a Estados Unidos.
Pero después de esos 44 años, que aborrecimos a medida que los íbamos viviendo y que hoy recordamos como una especie de edad de oro, el colapso económico de 1980, la crisis de la deuda externa que puso a López Portillo a los pies del FMI, y la consiguiente toma del poder por los neoliberales en 1982, abrió un nuevo ciclo que se ha cerrado en estos días con la reprivatización de la industria petrolera en todos sus aspectos.
1982-2013: Lo que desapareció.
Hubo en México, hasta 1982, una oferta de lectura masiva, a precios muy accesibles, para niños y adultos. Los olvidados “cuentos” –revistas de 32 páginas tamaño carta, a colores, con tapas de papel couché– llegaron a sumar un millón de ejemplares al mes, en sus distintas variedades: Lágrimas, Risas y Amor, Memín Pinguín, Los Supersabios, Chanoc, Kalimán y muchos pero muchos más.
La crisis de la deuda (1980), las devaluaciones (81-82), la irrupción de Nintendo y otros factores acabaron con el principal estímulo para el fomento a la lectura: los niños nacidos en ese umbral histórico ya no crecieron, como los de generaciones previas, con el “vicio” de la palabra escrita sino con la adicción a los juegos audiovisuales, que por hipnóticos e inmovilizadores, y aunados a la comida chatarra popularizada por la televisión, comenzaron a forjar legiones de obesos.
Agréguese a esta primera etapa de la supresión del pensamiento crítico, las reformas deseducativas que impulsaron Salinas, Zedillo, Fox y Calderón. En 1991, con ayuda de Héctor Aguilar Camín y los “intelectuales” del grupo Nexos, Salinas, a través de Zedillo, que era titular de la SEP, rescribió la historia de México en los libros de texto gratuito para los alumnos de primaria.
Fue toda una operación ideológica. El pasado prehispánico perdió su importancia, Juárez fue minimizado, Villa y Zapata salieron del santoral laico y, por el contrario, la figura de Porfirio Díaz fue proyectada a las nubes. Más aún, la separación entre la Iglesia y el Estado, lograda por la Reforma, y las constantes invasiones militares de Estados Unidos a México así como el despojo de más de la mitad del territorio, fueron sepultadas por las intenciones diplomáticas de reanudar relaciones con el Vaticano y firmar un tratado de libre comercio con el imperio del norte.
A los efectos que provocó en las nuevas generaciones de niños este coctel de olvido histórico, intoxicación audiovisual y productos chatarra, se añadió la eliminación de materias como civismo, ética, lógica y filosofía en los programas de estudios de la enseñanza media superior. Desde Salinas hasta el último día de Calderón, y antes y durante y después, con la colaboración letal de Televisa, decenas de millones de mexicanos en la etapas formativas de la vida, sufrieron una imperceptible trepanación: el neoliberalismo les extrajo el encéfalo y los volvió zombies.
Esto –ojo– les ocurrió a los niños escolarizados que llegaron a la secundaria. Mejor no imaginar qué pasó con los que no terminaron la primaria. La deseducación masiva transcurrió en el lado más oscuro del desmantelamiento del pacto social de 1917. En el lado visible, como nos consta, sexenio a sexenio pulverizó los acuerdos básicos de ese pacto, a saber, el derecho de huelga reconocido por los patrones, el ejido campesino reconocido por los terratenientes, la enseñanza laica y gratuita, a despecho de la Iglesia, y el dominio del Estado sobre los recursos estratégicos de la nación.
Pues bien, De la Madrid abolió de hecho, jamás por decreto, el artículo 123, que enumera los derechos de los trabajadores, empezando por los más sagrados: el de la organización sindical y el de la huelga. Este proceso corrió en forma paralela al auge de la robótica en las fábricas del primer mundo y en México a la desindustrialización, todo lo cual fue explicado filosóficamente por los pensadores posmodernos.
Salinas, en la siguiente etapa, destruyó el artículo 27, que garantizaba la propiedad de los campesinos sobre la tierra, y Zedillo complementó su obra retirando los subsidios a la producción agrícola, acabando con los precios de garantía y con las estructuras que se encargaban de comprar las cosechas y asegurar el abasto en el mundo rural: Zedillo y Salinas son los primeros responsables del despoblamiento del campo, que quedó en manos del narcotráfico, cuya violencia, a su vez, administraron con vocación genocida Fox y Calderón.
Pero Salinas, además, vulneró el artículo 27 en los aspectos relativos a la propiedad de la nación sobre los recursos del subsuelo, para quitar los tornillos y tuercas legales que salvaguardaban la propiedad de la nación sobre los hidrocarburos. Tanto Zedillo, como Fox y Calderón, se valieron de esta primera apertura para entregar la producción de energía eléctrica a las empresas privadas, establecer contratos de riesgo compartido para las transnacionales petroleras, dividir el Golfo de México en bloques para permitirles la exploración en aguas profundas y entregarles pozos supuestamente “secos” en aguas someras de Tabasco y Campeche.
Por lo demás, Salinas convirtió en letra muerta el 130, para despojar al Estado de su carácter laico, restablecer relaciones diplomáticas con el Vaticano e incrementar la presencia de los curas en la vida pública, una labor que redondearon con obsceno deleite los mochos de Fox y Calderón.

Así, en una primera síntesis, cabría resumir que de 1982 a 2012 se extinguieron junto con el derecho de huelga, o fueron domesticados o suprimidos, los llamados “sindicatos democráticos”, los obreros calificados y la idílica conciencia de clase. En su lugar aparecieron las maquiladoras con su mano de obra, esencialmente femenina, esclavizada, y sin derechos laborales de ninguna índole.
El campesinado pasó a formar parte también del museo de los factores de la producción, en primer lugar, debido a la desaparición de las políticas proteccionistas para los ejidatarios –una exigencia clave de Estados Unidos para firmar el TLC, sin dejar de subsidiar a sus propios agricultores– que al mismo tiempo quedaron en desventaja frente a los productos agrícolas del mundo entero que desde entonces llegan al país gracias a la apertura de ilimitada de nuestras.
Si los campesinos migraron a razón de 500 mil cada año hacia Estados Unidos y la soberanía alimentaria fue sacrificada en aras de las importaciones, las tierras de labor fueron ocupadas por los productores de mariguana y amapola, y los comerciantes de drogas ilicítas, agudizaron la despoblación estratégica de los territorios donde, ahora se sabe y se entiende, hay reservas de gas shale (norte de Coahuila y Nuevo León, zonas costeras de Tamaulipas y Veracruz) o enormes yacimientos de fierro (costa de Michoacán).
Junto con los obreros y los campesinos desaparecieron a su vez, paradójicamente, los banqueros mexicanos, que luego de ser expropiados por López Portillo el primero de septiembre de 1982, vieron cómo sus negocios pasaban a manos de buitres salinistas, a quienes De la Madrid se los entregó a partir de 1983, para que los exprimieran y los reventaran, generando la descomunal deuda del Fobaproa, antes de venderlos a bancos de España y Estados Unidos.
Sin banqueros, ni obreros, ni campesinos, y sin los artículos esenciales de la Constitución de 1917, el desmantelamiento del pacto social se dio igualmente a medida que los neoliberales se encargaban de “adelgazar” el Estado mediante el despido masivo de empleados públicos y el retiro de políticas de fomento a la producción, todo lo cual, sumado a la usura como recurso supremo de los bancos, multiplicó en forma exponencial la pobreza y la miseria, y desde luego la violencia, que desde entonces cuenta con un ejército de reserva integrado por “soldados de fortuna”, cuyos rasgos más notables son el analfabetismo, la televidencia, la obesidad, la falta de autoestima y sobre sobre todo, la certeza absoluta de que jamás podrán tener una vida digna gracias al trabajo, al esfuerzo y al estudio.
Con decenas de millones de pobres y hambrientos, a quienes les da lo mismo quién esté en el poder, pues todos los han jodido, el sistema construyó una maquinaria para fabricar miserables que venden su voto por 500 pesos y legitiman cualquier política pública, por monstruosa que sea, porque a fin de cuentas fueron entrenados para no pensar con ideas propias y para repetir.
 Otra paradoja: si el descubrimiento de grandes yacimientos en el Golfo de México llevó a nuestro país a la ruina económica y a la pérdida de su industria petrolera, el auge de los primeros años del boom exportador (1976-1982) produjo notables cambios en la esfera de la política. Éstos, sin embargo, acabarían por hundir en el descrédito a los partidos.
En 1976, luego de que un pescador campechano llamado Cantarell denunció la existencia de enormes borbotones de petróleo en las aguas de la Sonda de Campeche, el viejo lobo que era Jesús Reyes Heroles, último ideólogo del nacionalismo revolucionario, y según Monsiváis, “defensor de lo indefendible”, pero todo un Don Quijote, agrego yo, comparado con sus hijos –el ex director de Pemex, Jesús Federico Reyes Heroles y su hermano, el “analista” de Reforma, Federico Jesús de los mismos apellidos– convenció a López Portillo de que era el momento de abrir y hacer más flexible el sistema político nacional.
La “reforma política” de 1979 abrió las puertas del Congreso a los partidos proscritos por el verticalismo, a saber, el sinarquista de los descendientes de la Cristiada, y el comunista y otros de izquierda. Cuando López Portillo relevó a Luis Echeverría, la Liga Comunista 23 de Septiembre daba sus últimos coletazos y la guerra sucia contra las organizaciones político-militares de los jóvenes que se habían alzado en armas –a partir del asalto al cuartel de Madera, Chihuahua (1965) pero sobre todo después de las matanzas de Tlatelolco (68) y San Cosme (71)– se aproximaba a su fin.
Pero esa reforma, que además ofreció la amnistía a todos los guerrilleros presos o prófugos que se comprometieran a deponer las armas y luchar únicamente por la vía parlamentaria, estuvo precedida por una renovación muy refrescante en el ámbito de los medios de comunicación.
El gravísimo error cometido por Echeverría el 8 de julio de 1976 –cuando tiró a Julio Scherer de la dirección general de Excélsior, porque temía no poder acallar las críticas del grupo de ese diario cuando anunciara la devaluación del peso (la primera en 22 años) menos de dos meses después– en realidad podó el árbol genealógico de la prensa mexicana.
Del tronco tronchado de Excélsior, nacieron la revista Proceso (1976) y el periódico unomásuno (1977), de cuyas entrañas brotaría La Jornada (1984). Paralelamente, el Partido Comunista Mexicano (7 de septiembre de 1919), se autodisolvió (1981) para fusionarse con cuatro organizaciones aun más pequeñas, y convertirse en Partido Socialista Unificado de México.
Al salir de la clandestinidad y entrar en el sistema, es decir, al comenzar a recibir apoyo económico del Estado, muchos abnegados militantes comunistas que habían llevado una vida de privaciones y de hambre, especialmente los más jóvenes, como que le agarraron de repente un amor sin barreras al dinero, lo que inoculó en sus estructuras el veneno de la corrupción que habría de llevarlos, en ciertos casos, a las sábanas de seda de la prostitución de altura.
Tras la simbólica hazaña realizada por Arnoldo Martínez Verdugo, que en 1982 logró recuperar el Zócalo para la izquierda y reunir cerca de un millón de votos como candidato presidencial frente a Miguel de la Madrid, el PSUM entró rápidamente en una crisis muy parecida a la que había orillado al PCM a disolverse, de tal modo que en 1987 se transformó en Partido Mexicano Socialista (PMS), a cuyas filas se negaron a sumarse Heberto Castillo, Eduardo Valle y las bases del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT).
Para las presidenciales de 1988 estaba previsto que PMS y PMT impulsaran la candidatura de Heberto Castillo, pero la escisión que se produjo en el PRI en 1987 y que aglutinó un gigantesco movimiento popular en torno de Cuauhtémoc Cárdenas, dio por resultado, tras el fraude electoral que entronizó a Salinas de Gortari en 1988, la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 1989.
Ex priístas, ex comunistas y ex socialistas unidos, desarrollaron el primer verdadero partido de masas identificado pálidamente con las ideas clásicas de la izquierda y con las nostalgias del nacionalismo revolucionario, pero tras las elecciones legislativas de 199l, que gracias a un nuevo fraude, ahora operado por Manuel Camacho Solís, le permitió al PRI obtener una amplia mayoría en el Congreso para aprobar las reformas salinistas sobrevino el derrumbe de la Unión Soviética.
De manera que cuando se extinguió la “esperanza” del socialismo, que en los países donde fue realidad constituyó una longeva pesadilla, y al mismo tiempo se desvaneció la fuerza electoral de Cuauhtémoc, pasaron en México tres años de vacío absoluto. Pero éste se acabó el primero de enero de 1994 cuando saltan a la escena pública mundial los indígenas rebeldes del EZLN, que enloquecen a los jóvenes italianos y a los viejos marxistas franceses, y crean un espectáculo mediático de proporciones colosales, que a la postre se traduciría en decepciones y maledicencias.
Pero la insurrección zapatista de 1994, cuyas repercusiones en la ciudad de México son extraordinarias, obligó al gobierno de Salinas a conceder una vieja demanda de la izquierda: permitir a los habitantes del DF elegir a sus autoridades por voto directo y secreto a partir de 1997, cosa que instaló a Cuauhtémoc Cárdenas en el Gobierno del Distrito Federal y a la vez comenzó a destrozarlo políticamente, mediante el asedio de los medios de comunicación y la ofensiva que en su contra desataría el propio EZLN, con la huelga universitaria de 1998-99, que favorecería la cómoda victoria de Fox en las elecciones presidenciales de 2000, hito histórico a partir del cual los zapatistas se eclipsaron para vivir desde entonces, en palabras de Luciano de Samosata, “como Platón, en su propia isla y con sus propias leyes”.
EZLN
En medio del desencanto provocado por la estupidez y el cinismo de Fox, así como los acuerdo que logró con los zapatistas para que éstos abandonaran el escenario, emergió la figura del nuevo jefe del Gobierno del Distrito Federal, un joven tabasqueño que para los medios electrónicos hablaba con exasperante “lentitud” (habilidoso truco para ganar tiempo de exposición en pantalla), que había logrado, como presidente del PRD, las más altas votaciones que ese partido obtendría en su historia.
Atemorizado por el ascenso de AMLO, Fox trató de darle una especie de golpe de Estado a escala local, y lo que hizo en verdad fue posicionarlo como una nueva opción política hacia las presidenciales de 2006. La derecha entonces lo combatió con todos los recursos a su alcance, desde los videoescándalos hasta la vergonzosa gira del subcomandante Marcos, el circo de las encuestas y el fraude electoral que dio el “triunfo” a Calderón por 246 mil votos.
Fox-Cal.
Calderón aceleró al máximo el desmantelamiento del Estado, del país, de las instituciones públicas y la despoblación de regiones enteras que debido a su riqueza de hidrocarburos y metales sólidos fueron sanguinariamente limpiadas por los cárteles, mientras impulsaba su reforma energética, luego de comprar el voto y la conciencia de senadores y diputados de izquierda que habían llegado al Poder Legislativo con los votos de los simpatizantes de AMLO y que no dudaron en traicionar a sus electores en cuanto se apoltronaron como miembros del Congreso de la Unión.
AMLO 5
El esfuerzo colosal que supuso, para el movimiento encabezado por AMLO, la larga batalla de 2008 en contra de la privatización de Pemex, no pudo impedir que el Congreso, con los votos del PRI, del PAN y de la corriente Nueva Izquierda del PRD, autorizara la división del Golfo de México en bloques abiertos a las trasnacionales para la exploración de gas shale en aguas profundas, ni la entrega a esas mismas empresas de pozos supuestamente “secos” en la costa y las aguas someras de Tabasco.
A esas movilizaciones populares no acudió sino la sociedad civil, no así los sindicatos, ni los campesinos, ni los indígenas rebeldes: el México que surgió de la revolución de 1910 y de la Constitución de 1917, el que logró la expropiación petrolera de 1938, el que mantuvo un desarrollo desigual y combinado con altas tasas de crecimiento anual hasta 1980 y que empezó a ser destruido a partir de 1982, probablemente ya no existía en 2008 pero no nos dimos cuenta sino cuatro años después.
La privatización de Pemex fue arreglada en varios escenarios simultáneamente entre el otoño de 2011 y el invierno de 2012: en el exterior, con el gobierno de Estados Unidos, la OCDE, la Unión Europea, el FMI, el Banco Mundial, las petroleras texanas, la inglesa British Petroleum y la española Repsol.
En el ámbito de la clase política con las dirigencias del PAN y del PRD, así como con los directivos de los medios de comunicación, sin exclusión de La Jornada ni de Proceso, publicaciones que mucha gente considera de “izquierda”. Durante la campaña electoral de Peña Nieto, La Jornada no informó acerca de la compra de votos a medida que ésta se realizaba etapa por etapa, tampoco reportó los actos represivos en que fueron molidos a golpes los antipatizantes del copetón oligofrénico, ni mucho menos vio prácticas fraudulentas el día de los comicios.
Apergollados por la sequía económica en que Luis Videgaray, secretario nominal de Hacienda, mantuvo el país a lo largo de 2013, todos los medios, como en los viejos tiempos del partido único, se pusieron incondicionalmente al servicio del “señor presidente”, con actitudes lacayunas de la época de Díaz Ordaz. Más les salía no salirse del huacal porque si se atrevían con qué iban a pagar la nómina de sus periodistas, a los que algunos casos obligaron a firmar como “información exclusiva”, supuestas noticias que no eran sino inserciones publicitarias pagadas.
Y lo que sucedió después es lo que estamos viendo y viviendo en estos momentos. Partidos políticos y medios de comunicación acataron las instrucciones de sacar adelante cuatro reformas que en realidad, son una y la misma: la educativa, la política, la fiscal y la energética.
La educativa exterminará toda forma de disidencia en el ámbito del magisterio. La política permitirá la reelección de senadores y diputados, creará una nueva autoridad electoral y un nuevo organismo de “procuración de justicia” (¿?) además de criminalizar la protesta social.
La reforma hacendaria, que apoyaron los del PRD argumentando que era “progresiva” y “de izquierda”, autorizó a Videgaray a contratar deuda externa por 800 mil millones de pesos el año entrante, cantidad que dejará de percibir Pemex tras la privatización, o que el gobierno de nuestro extinto país regalará a las petroleras extranjeras.
A las movilizaciones convocadas por AMLO contra de este golpe definitivo hacia el país que alguna vez fue nuestro y que ahora es un enorme y ensangrentado enclave extractivo, no se sumaron ni siquiera los trabajadores de Pemex, ni los ferrocarrileros, ni los metalúrgicos, ni los manufactureros, ni las maquiladoras, ni los pescadores, ni los transportistas, ni los ejidatarios, ni el EZLN, ni nadie, porque ya no existen.
Lo que fue nuestro país ahora es sólo un territorio poblado por decenas de millones de
“soldados de fortuna”, cuyos rasgos más notables son el analfabetismo, la televidencia, la obesidad, la falta de autoestima y sobre todo, la certeza absoluta de que jamás podrán tener una vida digna gracias al trabajo, al esfuerzo y al estudio.
Indiferencia
Con decenas de millones de pobres y hambrientos, a quienes les da lo mismo quién esté en el poder, pues todos los han jodido, el sistema construyó una maquinaria para fabricar miserables que venden su voto por 500 pesos y legitiman cualquier política pública, por monstruosa que sea, porque a fin de cuentas fueron entrenados para no pensar con ideas propias y para repetir supuestas críticas que en realidad fortalecen a quienes los dominan.

Este trabajo, como lo prometí en Twitter, está dedicado a Julio Hernández López, pero va también para quienes como él andan diciendo que la privatización de Pemex fue posible debido a la “tibieza” de Andrés Manuel López Obrador. Si están dispuestos a demostrar que arribaron de buena fe a tales conclusiones, espero que lo demuestren metiéndose a nadar en el cráter del Nevado de Toluca.

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