Por: Claudio Katz.
1.- Economías centrales.
Al cabo de seis años de crisis global la coyuntura
internacional ofrece un cuadro muy variado. Los bancos fueron salvados a
expensas de un enorme bache fiscal y una gran expansión del desempleo. En las
economías centrales se contuvo la depresión pero no el estancamiento, China
consolidó su ascenso, las economías intermedias mantuvieron un crecimiento
frágil y la periferia sufrió una nueva degradación.
Los cambios geopolíticos han puesto en debate la supremacía
imperial de Estados Unidos, la continuidad de la Unión Europea y la aparición
de nuevos bloques. La ofensiva del capital sobre el trabajo persiste con
fuertes resistencias en Europa, convulsiones en Medio Oriente y reacciones
sociales en Asia.
¿Cómo impacta la crisis en las distintas regiones? ¿Qué
alcance y significado tiene la multipolaridad? ¿Cambió la relación social de
fuerzas en que se asienta el neoliberalismo? Los acontecimientos del último
sexenio brindan pistas para esclarecer las tendencias de la coyuntura, la etapa
y la época del capitalismo.
Dilemas del socorro bancario
La quiebra de Lehman Brothers inauguró un período de
turbulencias que transformó a la crisis en un dato cotidiano de las economías
centrales. Los incontables paralelos con lo ocurrido en 1929 retratan la
gravedad del torbellino, que convulsionó a los bancos estadounidenses y al
euro.
Al comienzo del 2014 la anémica recuperación de la Eurozona
coexiste con una inestable reanimación económica de Estados Unidos, el
languidecimiento de Japón y la desaceleración de China. Es el mismo escenario
que ha predominado en los últimos años. Los promisorios signos de reactivación
se diluyen con la reaparición de nubarrones financieros y paralizaciones
productivas. Pocos analistas anuncian el fin de la crisis y muchos consideran factible
una reaparición del momento crítico vivido en el 2008-09.
Esta incierta coyuntura prevalece al cabo de una inédita
expansión del gasto público. Todos los gobiernos de los países afectados por la
crisis desplegaron un gran socorro para rescatar a los financistas que
especularon con créditos sub-prime, burbujas y bonos empaquetados.
Las investigaciones sobre el rol de Goldman Sachs en el
diseño de hipotecas titularizadas fueron cerradas. Los expertos en ocultar
riesgos y apañar créditos insolventes conservan sus empleos. Sólo cayó algún
chivo expiatorio por estafas muy explícitas (Madoff) y se negocian algunas
multas sin consecuencias penales con las calificadoras de riesgos (Standard and
Poors).
Los bancos estadounidenses neutralizaron la reglamentación
de una tenue ley de supervisión, mantienen sus operaciones en las sombras,
impiden la división de las grandes entidades y preservan los paraísos fiscales.
En Europa todavía no se aprobó el famoso impuesto a las transacciones
cambiarias (tasa Tobin) y el último proyecto incluye un gravamen ridículo que
podría favorecer al propio auxilio de los bancos[1].
Los gobiernos optaron por el rescate en lugar de cerrar o
nacionalizar los bancoscolapsados. Evitaron el camino de la clausura por temor
a un desplome general de los depósitos y acreencias. Luego de la conmoción creada
por la intervención de Lehman se disiparon las propuestas ortodoxas de
precipitar una desvalorización masiva del capital.
Pero la asociación de los gobernantes con el poder
financiero sepultó también las tentativas opuestas de avanzar hacia la estatización
de las entidades. Esta complicidad contrasta con el trato dispensado a las
víctimas de la crisis que padecen pobreza, desempleo y caída del salario,
Se ha mantenido intacta la estructura bancaria que detonó la
crisis. El oxígeno oficial aportado a las entidades agrava todos los
desequilibrios financieros. Lo más explosivo es la magnitud de la inyección
monetaria consumada para auxiliar a los bancos. No existen precedentes de una
emisión con efectos tan expansivos sobre la liquidez internacional. Nadie sabe
cuándo y cómo esa descomunal suma de dinero será absorbida por la economía.
La Reserva Federal (FED) introdujo una política de
“relajamiento cuantitativo” para transferir un caudal millonario de fondos a
los bancos. Intenta inducirlos a incrementar los préstamos con destino
productivo. Pero los resultados de esa medida sobre el nivel de actividad
económica han sido exiguos. Las entidades eluden derivar esos recursos a
créditos de inversión o al refinanciamiento de las familias endeudadas. Utilizan
el dinero para incentivar un nuevo ciclo de especulación con materias primas,
acciones o monedas extranjeras.
La FED ha quedado atrapada en un complejo dilema. Si
mantiene la liquidez continuará alentando las transacciones de alto riesgo que
condujeron al estallido del 2008. Pero si desactiva ese peligro incrementando
la tasa de interés asfixiará la débil recuperación y reabrirá el grifo para una
recesión de envergadura[2].
A diferencia de los años 60 no está obligada a optar entre
el crecimiento inflacionario y la retracción de la economía. En las últimas
décadas se ha instalando un cuadro deflacionario que reduce el impacto de la
emisión sobre los precios. Pero debe lidiar con la disyuntiva de propiciar
nuevas burbujas financieras o resignarse al continuado estancamiento.
Un anticipo de este dilema se verificó en Japón durante los
años 90. El auxilio a los bancos no se tradujo allí en repunte del crecimiento
y los rescates ni siquiera erradicaron la insolvencia financiera. Si se repite
ese escenario los gobiernos bombearán fondos que nunca llegarán a la esfera
productiva.
Liderazgo financiero estadounidense
La crisis comenzó en Estados Unidos, se expandió al resto de
las economías desarrolladas y terminó atenuándose en el país de origen. Esta curva
se explica por la gravitación de la primera potencia en varios terrenos.
En primer lugar mantiene la primacía del dólar en el
comercio y las finanzas. En esa divisa están nominadas el 62% de las reservas y
el 85% de las transacciones globales. El billete norteamericano ha perdido su
reinado de posguerra, pero ninguna otra moneda ocupa su lugar. Preserva una
significativa hegemonía, mientras se negocia otro patrón internacional basado
en la convivencia de varias monedas, el retorno a las paridades fijas o la
formación de una canasta de divisas[3].
A pesar del elevado endeudamiento y déficit comercial que
soporta la economía estadunidense, el dólar se mantuvo como refugio predilecto
de los capitalistas en los momentos críticos del último sexenio. En esas
coyunturas los acaudalados buscaron protección en ese signo monetario.
Estados Unidos define, en segundo término, el ritmo y las
características de la reforma del sistema financiero internacional. Este ajuste
normativo se ha tornado imperioso por la crisis reciente, la globalización de
las finanzas y la interconexión de las Bolsas. Un reconocido jefe del clan
bancario supervisa esta remodelación (Paul Volcker), para perpetuar la
hegemonía de los capitales que operan desde Nueva York. También busca
garantizar los privilegios del puñado de expertos que maneja de ese complejísimo
sistema.
La influencia de este sector se verificó en el veto que
impuso a las propuestas de limitar las operaciones de alto riesgo. Los
financistas bloquearon, además, las sanciones contra los causantes del crack
del 2008 y consiguieron la continuidad de las escandalosas comisiones que
cobran los gestores de las burbujas.
Estados Unidos logró, en tercer lugar, rehabilitar al FMI
como auditor de las economías nacionales y supervisor de los ajustes. Una
entidad desprestigiada y con recursos decrecientes, cuenta nuevamente con
muchos fondos y gran capacidad de intervención global. En los últimos cónclaves
del G 20 se acordó duplicar el capital de ese organismo. Aunque los
norteamericanos aportan poco dinero mantienen una influencia predominante en el
directorio. La agenda del FMI se define en Washington.
Este poder de Wall Street y la Reserva Federal explica cómo
pudo la potencia del Norte exportar una crisis originada en su territorio. Al
comienzo del temblor impuso la estrategia de expandir la liquidez bancaria y
neutralizó la resistencia de Alemania. Ha recurrido nuevamente a la inundación
internacional de dólares, que en el pasado facilitó la licuación de la deuda
pública estadounidense. Ante la ausencia de alternativas los tenedores de esa
moneda vuelven a aceptar ese riesgo.
Muchos bancos del país se han recompuesto con fondos
públicos y comienzan a devolver parte del dinero obtenido durante el rescate.
Por eso la FED propicia un giro hacia la restricción monetaria y el aumento de
las tasas de interés[4].
En las fases anteriores de liquidez, la política monetaria
expansionista condujo a la emigración de capitales hacia las economías
intermedias, que ofrecían mayor rendimiento a los fondos golondrinas. En el
escenario opuesto que se avecina (de encarecimiento del costo del dinero),
comenzaría un retorno de esos capitales hacia las economías centrales.
En ambos períodos Estados Unidos ha orientado el ciclo
financiero global, confirmando el rol central que tienen Wall Street, la FED y
los bancos de ese país en el desenvolvimiento del capitalismo contemporáneo[5].
Deterioro industrial
La otra cara de este protagonismo internacional es el
deterioro interno de la economía del Norte. Ese declive se corrobora en el
débil crecimiento, que ha sucedido al endeudamiento privado y a la insolvencia
desatada por la crisis de las hipotecas.
La recuperación de la economía está afectada también por el
enorme costo fiscal que ocasionó el socorro de los bancos. La deuda pública
alcanzó un peligroso techo luego de saltar del 62 % (2007) al 100% del PBI
(2011). La gravedad de esta carga fue testeada el año pasado durante el cierre
del gobierno federal. La administración dejó de funcionar, mientras
republicanos y demócratas discutían los límites al financiamiento de ese
pasivo.
El establishment utilizó el abismo fiscal como un argumento
de ajuste, para forzar cortes más drásticos en el gasto municipal y social.
Finalmente no se produjo el temido default, ni la dramática corrida contra los
bonos del tesoro. Pero lo ocurrido ilustra la dimensión de la crisis fiscal que
corroe a la economía norteamericana[6].
Esta flaqueza se acentúa, además, por la impotencia que
demuestra Obama para introducir reformas mínimas. Bajo la presión del TEA Party
y los republicanos aceptó el vaciamiento de su proyecto de salud. Los millones
de estadounidense que carecen de protección sanitaria deberán afiliarse a un
servicio privado pre-pago regulado por el estado. El proyecto de una cobertura
significativa y menos onerosa quedó archivado.
Como la derecha ha bloqueado cualquier reintroducción de
impuestos a los ricos, todo el ajuste sigue recayendo sobre los trabajadores.
Obama choca con los republicanos en temas culturales (aborto, matrimonio
homosexual) y prioridades políticas (inmigración, uso de armas). Pero su agenda
económica es muy semejante. Un abismo lo separa del New Deal que instrumentó
Roosvelt durante la gran depresión.
El presidente actual mantiene una política neoliberal
adversa a los sindicatos y rechaza todas las sugerencias de los economistas
keynesianos para regular los bancos, aliviar a los pequeños deudores y mejorar
el ingreso de los empobrecidos.
Como resultado de este continuismo un puñado de
multimillonarios ha triplicado su apropiación del PBI en comparación a los años
70. El sistema impositivo que impuso el reaganomics no ha cambiado, mientras
uno de cada seis norteamericanos vive con ingresos inferiores a la línea de
pobreza.
El endeudamiento personal constituye otro índice del mismo
deterioro. Es un recurso de supervivencia frente a la pérdida de ingresos, que
utilizan todas las víctimas del modelo actual. Las familias de Estados Unidos
han quedado particularmente atrapadas en la madeja de esta financiación.
Las brechas sociales se amplían además con la expansión del
desempleo, que no decae en los momentos de reactivación. Gran parte de los
empleos perdidos desde el 2008 desaparecieron para siempre. Las grandes
empresas continúan incrementando la productividad con innovaciones que expulsan
mano de obra, mientras amplían su deslocalización de plantas. Crean fuera del
país los empleos que destruyen internamente, multiplicando los barrios
fantasmales en las ciudades obreras (como Detroit).
Es cierto que este deterioro industrial coexiste con el
liderazgo estadounidense en la creación de nuevas tecnologías de la
información. Pero esa actividad genera poco empleo y no podrá encabezar un
resurgimiento del nivel de ocupación. La emigración de empresa hacia países con
menores costos laborales genera pérdidas de puestos de trabajo muy superiores,
a la recuperación de empleos que acompaña al desarrollo de las actividades de
punta. Las nuevas tecnologías no recrean el trabajo masivo de la industria
clásica.
Reajustes en la primacía bélica
Estados Unidos conserva un rol internacional protagónico a
pesar de su pérdida de liderazgo industrial. ¿Cómo se explica esta disociación?
La influencia decisiva de sus bancos aporta una respuesta. Pero la principal
explicación se encuentra en el rol imperial que despliega la primera potencia.
Esa supremacía militar le permite preservar protagonismo económico.
El gendarme del planeta es garante del orden capitalista. Es
un sheriff que maneja el 40% del gasto bélico global, a través de 800 bases
militares distribuidas en 130 países. No tiene sustituto en este papel de
custodio de las clases dominantes. Protege al capital frente a las amenazas
sociales serias o las situaciones de extrema inestabilidad[7].
Actualmente Obama perfecciona estas formas de intervención.
Promueve una menor presencia directa de tropas para facilitar acciones
laterales con mayor sostén tecnológico. El curioso premio Nobel de la Paz
incorporó a su equipo a un ex halcón republicano (Check Hagel) y a un experto
en provocaciones de la CIA (John Brennan). Ha decidido evitar las invasiones
con más operaciones encubiertas.
Washington es la capital de una guerra perpetua. Un ejército
secreto de 60.000 hombres se encarga de implementar los mandatos de una
diplomacia militarizada que desinforma a la población. Este encubrimiento es
facilitado por el ínfimo porcentaje actual de alistamiento de la ciudadanía.
Las operaciones quirúrgicas son realizadas por comandos
entrenados para el asesinato. El caso de Bin Laden ilustra como estas
ejecuciones son resueltas sin procesos judiciales. Obama maneja la lista de
condenados y define el momento de cada crimen. Utiliza una ley secreta para
detener a los sospechosos de terrorismo en cualquier parte del mundo y refuerza
los grupos de tareas que pasaron de 35 (2002) a 106 (2010)[8].
Esta política conduce a restricciones de las libertades
democráticas, como se ha notado en la venganza que soporta el soldado Bradley
Manning por destapar información sobre la violencia imperial. La persecución
internacional que sufren Assange y Snowden obedece al mismo propósito de
silenciar la brutalidad de las operaciones estadounidenses. Este belicismo
repercute internamente en el continuado armamento de población, los asesinatos
en los colegios y la expansión de las milicias derechistas.
Obama reajusta la estrategia imperial para reparar la fatiga
política y el agujero financiero que dejó Bush. Después de la crisis del
2008-09 Estados Unidos no puede costear guerras infinitas. Los 800.000 millones
de dólares gastados en Irak y los 450.000 millones desembolsados en Afganistán
dejaron exhausto al Tesoro. Tal como ocurrió luego de Vietnam, la primera
potencia necesita cicatrizar las heridas para retomar el intervencionismo. No
es la primera vez que el imperio introduce un paréntesis entre dos cruzadas[9].
Imperialismo colectivo
La reorientación actual incluye una revisión de las
prioridades bélicas, para reducir la presencia estadounidense en Medio Oriente
y aumentar la presión sobre China. En la primera región se transfieren
responsabilidades a los socios locales, mientras la CIA preserva el control de
las operaciones secretas, el manejo de la información y la provisión selectiva
de armamento.
En la segunda zona el Pentágono incrementa el número
de tropas localizadas en la zona del Pacífico, afianza el cerco sobre Corea del
Norte y supervisa los conflictos limítrofes entre Japón, Corea y China. Pero
además, los marines entrenan tropas de 34 países africanos y encabezan todas la
“intervenciones humanitarias” que requieran las empresas multinacionales.
Sostienen especialmente la tensión sobre Rusia, a través de los nuevos
satélites que incorporó la OTAN.
El gendarme global mantiene su vieja estrategia de
hostilizar a los adversarios para obligarlos a negociar. El acuerdo con Irán es
el ejemplo más reciente de esta política. La primera potencia impuso el desarme
nuclear a cambio de concesiones mínimas. Logró este objetivo al cabo de muchos
años de bloqueo comercial y ofertas de negocios a la burguesía persa.
La renuncia a bombardear Siria demostró que Estados Unidos
tiene limitada su capacidad de intervención militar directa, pero no su rol de
mandante geopolítico. Está ubicado en la primera fila de las negociaciones,
luego de la contraofensiva iniciada en Libia para sepultar la primavera árabe
en guerras sectarias.
Se ha retirado superficialmente de los conflictos de la
región, para facilitar un desangre que le permita negociar nuevas alianzas con
los ganadores de las batallas en curso. Fue el modelo que utilizó con Irak
contra Irán, para luego sepultar a Irak y terminar negociando con Irán. En
Siria financia a los yihadistas contra el gobierno para luego exigir la
depuración de los fundamentalistas. En el Líbano apaña el reinicio de las
masacres.
Pero como cada aventura alumbra una nueva fuerza
reaccionaria autónoma, la secuencia de guerras no tiene fin. Ya ocurrió con los
talibanes y Al Qaeda. El próximo descarrilamiento podría ser encabezado por
Arabia Saudita, si el reino continúa avanzando en la construcción de una bomba
atómica para reforzar sus ambiciones regionales[10].
Es evidente que el sheriff del mundo quedó afectado por el
resultado de Irak. Debió abandonar un fallido ensayo colonial que devastó a ese
país. Pero sigue manejando los hilos de la región junto a sus socios y a
diferencia de Vietnam no soportó una crisis interna por las masacres
perpetradas.
Luego de la experiencia iraquí, Obama promueve acciones
imperiales más coordinadas y trata de compartir costos con sus socios
internacionales. Busca que Europa hostilice a Rusia frente a la crisis de
Ucrania, qué Francia intervenga en África y que las elites locales se
involucren más directamente en los conflictos de Yemen, Tailandia, Pakistán o
Egipto.
Esta política apunta a incrementar la participación de sus
aliados en la custodia imperial sin resignar el manejo de las prioridades.
Estados Unidos determina quiénes son los integrantes y excluidos de la
OTAN, cómo opera el eje forjado durante la guerra fría con Europa y Japón y qué
papel deben cumplir las sub-potencias ya probadas (Israel, Canadá, Australia),
seleccionadas (Turquía, Brasil, Sudáfrica) o eventuales (Pakistán, India).
Estas tendencias confirman que el rol militar de
Washington no se ha modificado. Preserva el liderazgo de una gestión imperial
colectiva, que en la segunda mitad del siglo XX sustituyó a las viejas
confrontaciones bélicas inter-imperialistas[11].
Algunos autores cuestionan esta caracterización remarcando
el declive militar de Estados Unidos. Interpretan los desenlaces geopolíticos
recientes en Medio Oriente, Europa Oriental o Asia como expresiones de
impotencia de un viejo gendarme. Estiman que el Pentágono ha quedado
irreversiblemente agotado y retrocede frente a cada desafío. Consideran que
luego de ejercer cierta hegemonía cultural durante de los años 90 (con la
fantasiosa ilusión de un “siglo americano”), los yanquis han perdido la
partida[12].
Pero resulta difícil corroborar este diagnóstico a la luz de
lo ocurrido en los últimos años. Estados Unidos sigue fijando las pautas y
asumiendo las decisiones más relevantes de la acción imperial. Es la voz
cantante a la hora de definir quiénes son los integrantes y los excluidos del
club nuclear.
En ese terreno negocia con sus viejos antagonistas (China y
Rusia), comparte el armamento con sus socios (Francia, Gran Bretaña) y agentes
privilegiados (Israel), acuerda la magnitud del poderío atómico con regímenes
históricamente próximos (Pakistán) o actualmente afines (India). Al mismo
tiempo impone una duro acoso contra quienes buscan dotarse de esos recursos
bélicos en forma autónoma (Corea del Norte).
Estados Unidos ha perdido capacidad de acción unilateral,
pero no poder de intervención en la dirección del imperialismo colectivo. Este
comando obedece a la inexistencia de otro timón para la custodia general del
capitalismo.
Alemania remodela a Europa
Europa es el epicentro de la crisis actual. Allí continúa la
recesión al cabo de fatigosos ajustes con niveles récord de desempleo. El
momento más dramático del temblor se registró en el 2011-2012, cuando sobrevoló
una convergencia de quebranto de los bancos con cesaciones de pagos de la deuda
pública, en pleno temblor global. También parecía inminente el estallido del
euro. Ese dramatismo ha cedido pero el respiro es frágil. La situación de las
instituciones financieras es delicada y el estancamiento es mayor que en
Estados Unidos.
La interpretación europea inicial de tsunami como un eco
pasajero del temblor norteamericano ha quedado desmentida. El Viejo Continente
está entrampado en un círculo vicioso de quiebras bancarias y déficit fiscal.
El rescate de las entidades potenció la deuda pública y precipitó recesiones,
que acentúan la vulnerabilidad del sector financiero. Aunque 800 bancos ya
recibieron un billón de euros nadie avizora el final del túnel.
Alemania se ha convertido en la gran potencia del Viejo
Mundo. Recuperó preeminencia con la anexión de la RDA, que financió entre 1998
y 2006 con ajustes internos y retracción salarial. Luego impuso el incremento
de la productividad por encima de los sueldos, mediante un atropello contra las
conquistas sociales. Con las leyes Hartz se obligó a los desocupados a realizar
trabajos precarizados, que ya representan un cuarto del empleo total. Esta
agresión fue desplegada por los capitalistas para reducir el costo salarial.
La afluencia de mano de obra barata y calificada del Este y
la relocalización externa de numerosas empresas complementaron el ajuste. Los
sindicatos no fueron demolidos como en Inglaterra, pero decreció su poder de
negociación y el modelo renano de capitalismo social se diluyó, hasta perder
sus viejas diferencias con el esquema anglosajón. El capital alemán se
internacionalizó, recibió inversiones externas y adoptó el estilo brutal de los
managers estadounidenses.
Estas transformaciones han socavado la legitimidad del
sistema político. En Alemania Oriental las elites del viejo régimen no
obtuvieron los beneficios que lograron sus pares de Polonia, Hungría o
Eslovaquia con la restauración capitalista. La emigración de jóvenes provocó
una importante despoblación de la ex RDA y el 16% de la población total, ya
afronta un serio riesgo de pobreza. Además, los servicios de alimentación para
los carenciados se han triplicado desde el 2002[13].
Los capitalistas germanos salieron airosos de la anexión e
impusieron sus prioridades en la conformación de la Unión Europea. Acumularon
un gran acervo de acreencias y superávits comerciales que les permite definir
el rumbo del continente. Esta primacía se ha consolidado luego de cooptar a
varias economías del norte (Dinamarca, Holanda, Finlandia, Austria).
También ha sido esencial el acuerdo político con Francia. La
clase dominante de ese país compensa su declive productivo con la alianza
geopolítica que forjó con su viejo rival. Pero el precio del convenio es un
ajuste continuado, que conservadores y socialdemócratas implementan sin ninguna
distinción. A los pocos meses de asumir, Hollande sustituyó su leve sugerencia
de subir impuestos a las familias pudientes por nuevos subsidios al capital y
mayor flexibilidad laboral.
Inglaterra ensaya otra estrategia tomando distancia del
poder alemán. Se mantiene fuera del euro y renegocia el status especial que
acordó en el 2009 dentro de la UE. Esta autonomía es exigida por el lobby
bancario, para preservar los negocios internacionalizados de la City
londinense. Pero hay muchas tratativas en curso, porque el sector industrial
-que coloca la mitad de sus exportaciones en el Continente- promueve una
reaproximación con Europa.
Cirugía deflacionaria
Las economías intermedias de Europa afrontan las
consecuencias de convalidar los recortes que impone la cúpula de la Unión. Esta
cirugía comenzó en Italia a principios de los 90 con la aceptación de las
reglas de Maastrich. El viejo modelo de inflación, devaluación y déficit fiscal
fue sustituido por una drástica comprensión del gasto público. La derecha de
Berlusconi y los socialdemócratas de Prodi se han repartido la tarea de
privatizar y desregular el mercado de trabajo, acentuando la brecha que separa
al Norte del Sur. Con este molde macroeconómico se perpetúa el estancamiento y
el desempleo.
España siguió otro recorrido. Su incorporación a la Unión
dio lugar a un fuerte crecimiento inicial e incentivó la internacionalización
de ciertas empresas que se transformaron en jugadores globales (Telefónica,
Endesa, Fenosa, Repsol, BBVA, Santander). La contrapartida de esa inserción ha
sido una especialización de la economía (construcción, servicios, turismo), que
cercenó la estructura industrial y estabilizó elevadas tasas de desempleo.
Estas fragilidades explican el gran impacto de la crisis
reciente. El estallido de la burbuja inmobiliaria precipitó en España un
colapso bancario que arruinó las finanzas públicas al cabo de cuatro rescates.
El último socorro incluyó el tutelaje alemán directo en la supervisión de los
recortes. El producto se contrae, el déficit fiscal saltó al 6,4% y la deuda
araña el 87% del PBI.
España e Italia no pueden compensar su fragilidad económica
con acciones geopolíticas. En las últimas centurias tuvieron poca presencia en
este ámbito y la incorporación a la Unión consolidó esa marginalidad. El
impacto de la crisis se asemeja por estas razones al sufrimiento de toda la
periferia europea[14].
El desempleo bate récord en la zona euro (10,8%) y se
duplica entre los jóvenes (21,6%). Pero en España ya supera el 23% y en Italia
afecta a uno de cada tres jóvenes y a la mitad de las mujeres del sur. El 8,2%
de trabajadores europeos quedó situado en el 2010 por debajo de la línea de
pobreza. Pero el número de empobrecidos se duplicó en Italia (2007- 2012) y
alcanza a tres millones de personas en España. Si esta degradación persiste al
ritmo actual, un amplio sector de la población de ambos países quedará privado
de coberturas básicas en los próximos años. El modelo socialdemócrata de
“capitalismo con mejoras sociales” se desvanece en forma acelerada.
En el fracturado mapa del continente, Alemania determina el
ritmo del ajuste. Impone a los deudores una indigerible dieta deflacionaria,
para amoldar la región a su patrón de competitividad. Como al mismo tiempo
necesita preservar los nuevos mercados evita la bancarrota de sus clientes,
refinanciando a los quebrados con durísimos condicionamientos.
Cada país debe socorrer a sus bancos con fondos propios, puesto
que la unificación monetaria no incluye compartir los pasivos. Alemania
proyecta avanzar hacia una convergencia fiscal y bancaria de toda la U.E.,
cuando haya concluido la actual limpieza de insolventes. Por eso otorga
préstamos sólo a las economías colapsadas que aceptan el futuro control
germano.
Para preparar esa supervisión, Alemania bloquea cualquier
auxilio indiscriminado basado en la mutualización de deudas o la emisión de
Eurobonos. Impone un organismo afín (ABE) que timonea la reorganización de los
bancos. También introduce la supervisión del Banco Central Europeo sobre las
6.200 entidades de la eurozona y maneja la recapitalización de esas
instituciones a través de un fondo de estabilidad (MEDE). El paso siguiente
sería reformar el Tratado Europeo para asegurarse el control fiscal, ampliando
la delegación de atribuciones que ya detenta Bruselas.
Sólo al final de este proceso Alemania consideraría la
introducción de los mecanismos federales que rigen en Estados Unidos, para
supervisar las finanzas y la moneda. Pero este plan requiere que el euro, los
bancos y las finanzas públicas perduren sin estallar por la gran ingesta de
cicuta que contienen los ajustes. La crisis podría demoler este proyecto antes
de su concreción, si se agrava la actual fractura entre el Norte y el Sur
europeo.
Mecanismos de polarización
Los capitalistas de toda la Eurozona invocan la permanencia
en el euro para justificar la destrucción del estado de bienestar. Pero los más
afectados son los países de la periferia regional. Estas economías han sufrido
duramente las consecuencias de una liberalización financiera, que generalizó
las maniobras de titularización, el apalancamiento y las contabilidades fuera
de balance. Los bancos quedaron desprovistos de sus protecciones tradicionales
y al trastabillar impusieron un inmenso agujero a las finanzas públicas.
La periferia europea está agobiada por pasivos inmanejables
y ha quedado sometida a las exigencias de los acreedores. Su situación se
asemeja a los padecimientos sufridos por América Latina en los momentos de
mayor endeudamiento.
Los mismos excedentes de liquidez y mercancías que Estados
Unidos colocaba entre sus vecinos del Sur en años 80 y 90, fueron transferidos
por Alemania a las economías más frágiles del Viejo Continente. Ambas potencias
utilizaron formas semejantes de endeudamiento público para descargar sobrantes
de mercancías y capitales. Esta traslación socavó la estabilidad fiscal de las
regiones dependientes y derivó en ajustes muy similares. El FMI monitoreaba los
recortes de América Latina y ahora repite esa supervisión en una Troika
compartida con la Comisión Europea y el BCE. Sólo han cambiado las victimas y
la localización de un mismo proceso.
El desastre es mayúsculo en varios casos. Grecia sufre un
colapso superior al padecido por Argentina en el 2001, tanto en el desplome de
su producto (el doble del derrumbe pos- convertibilidad), como en la magnitud
del endeudamiento (169% frente a 150% del PBI). El desempleo promedia el 27% y
alcanza el 58% en la juventud, en un escenario de depresión sin fin[15].
La Troika no expulsó al país del euro pero tampoco lo
financia. Mantiene una soga corta para imponer el ajuste perpetuo con
inverosímiles promesas de mejoría futura. Al cabo de una promocionada
renegociación de la deuda, el pasivo fue reducido en un irrisorio 10%.
A Irlanda no le va mejor. Durante una década el país fue
exhibido como el “modelo más exitoso de neoliberalismo” y desde hace cuatro
años soporta un ajuste sin pausa. El consumo se ha desplomado (12% inferior al
2007) y los recortes no han reducido la deuda pública que continúa por encima
del 120% del PBI.
En Portugal la derecha y los social-liberales se alternan en
el gobierno para introducir nuevos recortes, al concluir cada ronda de
negociación de la deuda. Con el tercer rescate de los bancos el país quedó
vaciado de reservas, mientras se multiplica el desempleo. Europa Oriental sufre
una gran emigración de la población desocupada y soporta tasas de pobreza
semejantes al Tercer Mundo.
El destino de dos paraísos financieros ilustra quién carga
con las consecuencias de la crisis. En Islandia se privatizaron las entidades
para atraer capitales a dos bancos, que recaudaron fondos equivalentes a 10
veces el PBI de la isla. Cuando colapsaron el FMI intentó transferir el
desfalco a una población que impidió el atropello.
También en Chipre se buscó penalizar a los pequeños
depositantes por la quiebra de los bancos. La resistencia social y el temor a
una corrida en otros mercados liberalizados obligaron a limitar esa
confiscación. Pero el precedente de una expropiación directa de los ahorristas
quedó flotando como un recurso para el futuro.
La moneda común opera en toda la Eurozona como una
convertibilidad forzosa, que consolida las ventajas de las economías avanzadas
al impedir el uso de las devaluaciones para recomponer la competitividad.
Los países más endeudados son forzados a reducir su déficit
fiscal y su desbalance comercial. Como utilizan la misma moneda que el resto
para gestionar productividades, salarios y tasas de inflación muy diferentes,
soportan una gran hemorragia de recursos hacia el centro.
El promedio salarial en Alemania, Francia, Países Bajos,
Suecia y Austria duplica o triplica las medias de Grecia, Portugal o Eslovenia.
Supera entre 7 y 10 veces los niveles vigentes en Letonia, Rumania o Bulgaria.
La brecha de productividad con Alemania es abismal.
También los desniveles de inflación entre el Norte y Sur de
Europa se han acentuado. En el período 2000-08 el incremento de precios fue
11,8% en la primera región y 27% en la segunda. Desde su incorporación al euro
las economías de la periferia crecieron aumentando el consumo sin ningún
soporte productivo. La inflación diferenciada reflejó este desequilibrio, que
primero desembocó en déficit comercial, luego en endeudamiento y finalmente en
quebranto bancario.
Estos procesos ilustran el carácter crónico de las
desigualdades socio-económicas regionales y la recreación de relaciones
centro-periferia en los momentos de gran reconversión capitalista. En el
escenario europeo se verifica como ambos polos se alimentan mutuamente, a
medida que la región es adaptada a los nuevos moldes de la acumulación
global[16].
Del federalismo al centralismo
La crisis no ha detenido la conformación de la Unión
Europea, que ya es un proto-estado continental con varias instituciones en
gestación. Hasta ahora funciona mediante tratados sin gran sustento
constitucional. Para cambiar cada regla se necesita el voto de los gobiernos,
que a su vez recurren a consultas internas. Estos mecanismos regirán hasta que
se defina como centralizar las decisiones. Esta modificación se está procesando
mediante la eliminación de todos los resabios de la Europa social que obstruyen
a la Europa del capital.
La transformación en curso ya no guarda ningún parentesco
con el ideario federalista. Ese proyecto se ha disipado para insertar al Viejo
Continente en la mundialización neoliberal. El viraje es comandado por Alemania
que ensayó internamente, los nuevos principios de restricción salarial y
prioridad explícita del beneficio, a través de estrictas políticas monetarias
de independencia del Banco Central[17].
Los primeros pasos que siguió la paulatina conformación de
la Unión (Tratado de Roma en los 50, política agraria común en los 60, sistema
de paridades en los 70, acuerdos de moneda en los 80) registraron un brusco
giro con el tratado de Maastrich en los 90. Allí comenzó el viraje neoliberal
consumado con la unificación monetaria, el resurgimiento de Alemania y el
ingreso de los países del Este a la U.E.
El modelo actual funciona bajo el comando de una casta
supra-nacional, que amolda la construcción de Europa a las exigencias del
mercado. Su poder creció abruptamente luego con la implosión de la URSS y la
reunificación germana. Maastrich consagró la primacía del despotismo
capitalista, para demoler el estado de bienestar en los 27 miembros de la Unión
y en los 17 integrantes de la Eurozona.
Todos perdieron soberanía, resignaron atribuciones
presupuestarias y delegaron decisiones en la tecnocracia de Berlín-Bruselas.
Este sometimiento se verifica en la primacía económica del Tribunal Europeo, el
dominio de las empresas continentales, el libre flujo de capitales financiero y
la gravitación del euro.
El proyecto federalista inicial de Monnet-Delors ha quedado
totalmente sustituido por las propuestas de Hayek de forjar una estructura
política divorciada de la soberanía popular. Este esquema modifica a tal punto
las tradiciones progresistas de posguerra, que el término “reforma” ya no
implica mejoras sociales sino aceleración de las privatizaciones.
La meta geopolítica inicial de la Unión apuntaba a realzar
la gravitación de Francia para contener un eventual resurgimiento germano. Ese
propósito tenía el Plan Schuman y la Comunidad del Acero y el Carbón. Se
buscaba evitar la repetición de la inestabilidad de los años 30, imponiendo la
subordinación de Alemania a una construcción continental.
Pero la crisis de Suez, las derrotas del colonialismo
francés y la erosión del gaullismo alteraron el proyecto. Por un lado se
incrementó la presencia perdurable de Estados Unidos en el Viejo Continente y
por otra parte se debilitaron las posibilidades de un esquema europeo autónomo.
El desplome de la URSS reforzó estas tendencias.
El viejo temor a una repetición de la inestabilidad de
entre-guerra se diluyó e irrumpió el nuevo horizonte de forjar empresas regionalizadas
(o internacionalizadas), para apuntalar la competitividad europea. El discurso
apolítico que emana desde Bruselas expresa esta prioridad.
Todas los debates actuales confirman la sustitución
definitiva del proyecto keynesiano por el planteo hayekiano. Algunas
interpretaciones atribuyen este cambio a la necesidad de centralizar la
actividad de las grandes empresas integradas. Otros explican el mismo proceso
por la pérdida de influencia del estado-nacional. La interdependencia económica
y la formación de alianzas continentales son vistas como datos insoslayables
del nuevo escenario europeo.
Contradicciones de la Unión Europea
Muchos analistas se preguntan si la Unión aguantará la
profunda erosión que genera la crisis actual. También discuten si el ajuste en
marcha no terminará debilitando al Viejo Continente en la competencia global.
Cada iniciativa que adopta la Unión reduce su legitimidad
política. Desecha las normas de una confederación, afianza la tiranía de sus
organismos (Comisión, Consejo, Corte) y se divorcia del sustento electoral. Por
estas razones aumenta el predicamento de las corrientes euro-escépticas.
El “déficit democrático de la Unión” es presentado por los
neoliberales como un trago amargo y pasajero. Pero en realidad promueven un
consenso pasivo de largo plazo, asentado en el sostén de las elites para
contrapesar la indiferencia de las masas.
Dos de cada tres europeos ya hablan otro idioma y las
calificaciones educativas se han unificado. Pero las clases populares no
comparten el nuevo europeísmo, carecen de un sentido supra-nacional y conservan
sus afiliaciones nacionales. Este descontento emerge periódicamente a la
superficie en los resultados de los comicios.
El distanciamiento popular distingue la unificación actual
de las viejas construcciones nacionales, que incluían la intervención
revolucionaria de las masas para democratizar los nuevos estados. Estos
organismos surgieron históricamente a través de la expansión gradual de la
autoridad en cierto territorio, la edificación desde arriba (absolutismo
francés) o la revolución anticolonial (Estados Unidos).
La Unión Europea no repite ninguno de estos precedentes y se
forja con gran orfandad simbólica. Los valores de la civilización asociados con
el Viejo Continente desde el Iluminismo han sido vertiginosamente erosionados
por los atropellos neoliberales.
La unificación actual destruye, además, el equilibrio de
poderes políticos que generaba la existencia de múltiples estados competidores.
Este deterioro podría compensarse con la integración económica continental.
Pero las empresas están consumando su entrelazamiento en un contexto de crisis
global y desgarramiento social[18].
Los analistas euro-escépticos también remarcan la
inexistencia de una defensa militar y una política exterior común, la
inoperancia del Parlamento de Estrasburgo, la continuada primacía de partidos
políticos nacionales y la ausencia de una real identidad europea. Subrayan
especialmente la incapacidad de la Unión para sustituir a los viejos estados
nacionales en la gestión corriente de los asuntos públicos[19].
La manifestación más evidente de estas tensiones es la
creciente gravitación de las demandas regionalistas. Las tendencias
separatistas se expanden en un amplio espectro de regiones (Escocia, Flandes) y
en procesos muy contradictorios. Las legítimas exigencias nacionales
(catalanes) se mixturan con el regresivo rechazo a compartir los presupuestos
locales con las zonas empobrecidas (Norte de Italia).
El contraste entre los derechos vulnerados de los vascos y
la persecución racista en la ex Yugoslavia, ilustra el carácter diametralmente
opuesto que pueden asumir esos nacionalismos. Al aceptar varios mini-estados en
su seno, la Unión Europa abrió un peligroso sendero de pertenencia a la
Comunidad fuera de los estados vigentes.
Dos facetas de la unificación
La estructura estatal europea en gestación presenta un
perfil neoliberal de pocos gastos y burocracias ínfimas. Con ese delgado
aparato se busca avasallar las conquistas sociales que nunca alcanzaron los
asalariados de otros continentes. Por esa razón el presupuesto de Bruselas se
reduce al 1% del PBI regional.
La insignificante dimensión de ese organismo conduce a
combinar los atropellos decididos en Bruselas con su implementación
estatal-nacional. En este último ámbito se garantiza el recorte. Allí se
concentran los dispositivos represivos y las instituciones políticas requeridas
para consumar la agresión.
Pero un proto-estado mínimo para el ajuste también genera
una estructura débil para la competencia internacional. Esta diferencia se ha
verificado en las políticas divergentes que adoptaron la Reserva Federal y el
Banco Central Europeo frente a la crisis. Mientras que la FED lanzó una emisión
de 400% de la base monetaria de la economía estadounidense, el BCE sólo
incrementó ese volumen en un 150%[20].
Esta diferencia de respuestas ha determinado una
recuperación inferior del producto bruto y del empleo en comparación a Estados
Unidos. La caída del nivel de actividad tuvo una duración inicial similar en
ambas regiones (un año y medio). Pero la Eurozona recayó posteriormente en una
nueva recesión de dos años. Además, su tasa de desempleo promedia el 12,1%
frente al 6,7% de Estados Unidos[21].
Mientras que la potencia norteamericana recurrió a tres
rounds de relajamiento monetario, en el Viejo Continente imperó la norma
deflacionaria. Esta asimetría ha sido explicada por la adopción de una política
monetaria expansiva frente a otra restrictiva. También se menciona la
existencia de una Reserva Federal con experiencia, frente a un Banco Central
Europeo en surgimiento. O se recuerda que los reglamentos de la Unión impiden
prestar el dinero, que la FED distribuye sin ninguna restricción en todo el territorio
estadounidense.
Otros analistas subrayan la mayor capacidad de acción de un
estado imperial construido hace dos siglos, frente a un proto-estado
continental en plena gestación. Observan la misma diferencia entre un capital
yanqui (que opera en forma cohesionada) y capitales europeos (segmentados en
proyectos heterogéneos).
Pero la principal diferencia radica en la continuada
hegemonía imperial de Estados Unidos. El ejercicio de esa supremacía le otorga
un manejo militar, político y económico que no tienen sus rivales europeos.
Este dominio se expresa también en la forma dominante de ejercer la política
monetaria con un horizonte global.
Por estas razones la Reserva Federal adoptó una actitud
ofensiva frente a la crisis, emitiendo moneda y reduciendo las tasas de
interés, mientras que el BCE recurría a la deflación y al encarecimiento del
costo del dinero.
Merkel optó por una estrategia ultra-ortodoxa, no sólo por
alcance acotado del euro como moneda mundial. Su conducta defensiva también
obedece a la subordinación germana al poder geopolítico norteamericano.
Alemania ha recuperado gravitación económica pero no presencia militar.
La sintonía del país con cualquier acción
anti-terrorista que exige el Pentágono ilustra este sometimiento. Las elites
alemanas son muy conservadoras y se han acostumbrado a seguir los mandatos del
Departamento de Estado. En los últimos años aceptaron la participación de sus
efectivos en los Balcanes, Afganistán y el Congo.
El comando económico que rige dentro de la Unión Europea no
se extiende a la órbita geopolítica global. Como Alemania carece de ejército y
proyección internacional, no puede actuar sola. Necesita el concurso de
Francia, que a su vez ha optado por el abandono de la estrategia soberana del
gaullismo.
El declive imperial francés no siguió el precedente
británico de inmediata dependencia financiera y subordinación militar a Estados
Unidos. De Gaulle pretendió reconstruir la autonomía del país mediante guerras
coloniales y proyectos atómicos propios, aprovechando la gravitación
internacional que mantenía la cultura francesa.
Pero ese intento fue socavado por la adaptación al
neoliberalismo que inició Mitterand y posteriormente propiciaron los
intelectuales derechistas enemistados con la generación del 68. Esta
transformación fue reforzada por la apertura de la economía, la privatización
de las empresas públicas y la consolidación de un estilo gerencial anglosajón.
El estancamiento económico, la reacción política y el
declive cultural de Francia han desembocado en el giro pro-norteamericano en
los últimos años. Este viraje incluyó el reingreso a la OTAN y la participación
militar en Afganistán.
Es cierto que Francia mantiene un despliegue imperial propio
en su viejo espacio colonial. Allí desenvuelve todas las “intervenciones
humanitarias” que exijan sus empresas. Ha realizado estas incursiones
neocoloniales en Costa de Marfil, Ruanda, Congo, Níger y República
Centroafricana, considerando a esa región como una gran reserva de negocios.
Pero habitualmente actúa en sintonía con el Pentágono, a
través de operaciones coordinadas que distribuyen el trabajo militar. En el
caso reciente de Mali la invasión fue concretada por Francia para garantizar la
provisión de uranio a su red energética. Pero el ejército norteamericano ya
había adiestrado previamente a las tropas del mismo bando[22].
No sólo en África la acción imperial francesa remueve
presidentes, promueve secesionismos y encubre genocidios en coordinación con la
OTAN. También en Medio Oriente actúa con sus aliados occidentales, para
sostener a las fuerzas reaccionarias de Libia o Siria.
Todas las rivalidades franco-americanas se procesan en el
marco compartido del imperialismo colectivo. Cualquiera sea la expectativa
francesa de esta acción (conservar su influencia neocolonial, su proteccionismo
agrario o su excepcionalidad cultural), la asociación con Estados Unidos reduce
el margen de acción de la principal potencia militar de la eurozona.
Estados Unidos incrementa su influencia sobre una Europa
unificada. Piloteó la expansión de la OTAN hacia el Este promoviendo la
incorporación de varios países lindantes con Rusia y logró un explícito
compromiso del Viejo Continente en la “guerra contra el terrorismo”. Ha
impuesto la definitiva extinción de las viejas diferencias que separaban a los
conservadores de los social-demócratas en el manejo de la política exterior
europea
La reciente crisis desatada por el espionaje informático
norteamericano corrobora ese viraje. Snowden destapó cómo el Pentágono ausculta
los secretos de sus socios europeos. Los espiados respondieron con cierta
espuma mediática, pero aquietaron rápidamente el escándalo para no perturbar
las operaciones conjuntas de ambas potencias.
La impotencia de Japón
La crisis global generó fuertes efectos pero no sorpresas en
la economía nipona. Reavivó impactos que la tercera potencia del bloque
desarrollado padece desde hace veinte años.
El prolongado estancamiento que soporta Japón le quitó
centralidad económica, desde el estallido de una burbuja especulativa en
sectores bancarios y de la construcción (1989). Ese temblor inició un lento
proceso de restricción crediticia e inversora, que desembocó en 5 recesiones
durante los últimos 15 años.
En ese período las cotizaciones del mercado bursátil Nikkei
y los activos inmobiliarios se desplomaron en un 70% y el nivel de actividad se
retrajo muy por debajo del promedio de Estados Unidos y Europa.
La insolvencia bancaria generó un agujero financiero que
continúa absorbiendo el 40% del presupuesto estatal. La deuda total se ubica en
un récord internacional de 245% del PBI y todas las iniciativas ensayadas para
retomar el crecimiento han chocado con la persistente deflación. Estos resultados
son vistos con gran preocupación por los gobiernos occidentales, que
actualmente recurren al mismo experimento monetario.
Un nuevo intento de reactivación ha encarado el gobierno de
Shinzo Abe. Lanzó planes keynesianos de gran porte, que incluyen la inyección
anual de 100.000 millones de dólares (Plan Kuroda). Se propone monetizar la
deuda pública, expandir el crédito barato y mantener reducidas las tasas de
interés, mientras empuja la actividad económica estimulando cierto repunte de
la inflación. Implementa una flexibilización monetaria muy riesgosa, con un
volumen de liquidez interna que podría situarse por encima de su equivalente
estadounidense.
El atisbo de crecimiento que registran ciertos analistas no
alcanza para revertir el estancamiento de las últimas décadas. El nuevo plan ha
impulsado el despegue de los índices bursátiles, pero no la reactivación real
de la economía[23].
Las iniciativas en curso alientan también la devaluación
para propiciar las exportaciones. Pero esta opción enfrenta la saturación del
mercado mundial y la retracción general de compras. Japón no está en
condiciones de entablar una guerra de monedas con sus competidores asiáticos,
mientras mantiene irresueltos varios conflictos económicos con Estados Unidos.
Los funcionarios norteamericanos negocian desde hace varios
años la liberalización comercial de la economía nipona, especialmente en los
sectores más protegidos de la agricultura, el comercio minorista, la salud, la
energía y las finanzas. Después de muchas negativas, el gobierno se ha
resignado a negociar un tratado de libre comercio.
Japón lideró la primera oleada de exportaciones asiáticas y
quedó posteriormente afectado por el ascenso de sus rivales. China y Corea del
Sur han logrado mayor competitividad en varios sectores. El viejo milagro
exportador nipón se está deteriorando y por primera vez desde los años 80, la
economía padeció coyunturas de déficit comercial por la fortaleza del yen y la
debilidad de las ventas. El encarecimiento de las importaciones de petróleo y
minerales ha influido significativamente en este declive.
El peso económico de Japón se desdibuja. Por esta razón
durante los picos de la crisis reciente hubo más preocupación por el contagio,
que por los eventuales auxilios a Estados Unidos y Europa
El deterioro de la competitividad nipona está influido en el
largo plazo por el envejecimiento de la población. El exabrupto de un ministro,
que presentó la aceleración del fallecimiento de los ancianos como único
remedio al déficit de la seguridad social, ilustra la gravedad de este
problema.
En un contexto de evidente madurez industrial Japón no
cuenta con reservas demográficas para abaratar el salario. Enfrenta un fuerte
escollo frente a rivales asiáticos que cuentan con gran acervo de trabajo juvenil.
También en el tablero internacional Japón actúa en espacios
geopolíticos muy estrechos y se desenvuelve como un actor secundario en
comparación a Europa. Está subordinado a las prioridades que fija Estados
Unidos y esta marginalidad tiene serias consecuencias a la hora de concretar
negociaciones comerciales o financieras.
Japón acompaña sin voz propia todas las acciones de la
gestión imperial colectiva. Esta conducta se corroboró en las guerras
recientes. Las fuerzas neo-conservadoras que dirigen el país reforzaron el
alineamiento pro-occidental, mediante un giro armamentista que incrementó el
presupuesto miliar.
Esa política condujo a la revisión de la Constitución de
posguerra que restringe la acción bélica externa del país. Siguiendo las
demandas de Washington fueron enviadas tropas a Irak y Afganistán y para
limitar el avance de China se multiplican los ejercicios con los socios
regionales de Estados Unidos (Filipinas, Malasia, Australia) [24].
El escenario japonés confirma que más allá de los matices y
diferencias, la crisis global afecta a todas las economías avanzadas. ¿Pero qué
ocurre con los países emergentes? ¿Han logrado sustraerse del temblor?
¿Consumaron el esperado desacople?
30-4-2014.
Mutaciones del capitalismo en la etapa neoliberal I.
Economías centrales
Claudio Katz
RESUMEN: Seis años de crisis han alterado el escenario
mundial. Los bancos fueron salvados con mayor bache fiscal y una enorme
inyección monetaria que incentiva más burbujas que reactivaciones productivas.
Estados Unidos exportó la crisis y define el ciclo
financiero global porque mantiene la supremacía del dólar, el manejo de los
grandes bancos y el control sobre el FMI. Pero la deuda pública y la
regresividad impositiva acentúan su deterioro industrial. Mantiene protagonismo
por una preeminencia militar, que reorganiza con más tecnología y menos tropas.
Reajusta prioridades estrechando la coordinación con los aliados.
Luego de la anexión, el ajuste interno y una alianza con
Francia, Alemania refuerza su predominio en Europa. Italia y España no tienen
resguardos geopolíticos frente a la cirugía deflacionaria y las transferencias
a los acreedores golpean a la periferia de la región.
El ideario federalista keynesiano ha sido reemplazado por la
centralización neoliberal en la conformación de un proto-estado continental.
Para amoldar Europa a la competitividad global se acentúa el despotismo de la
Troika. Pero la ilegitimidad, el rechazo popular y las demandas separatistas
socavan a la Unión.
La reducida estructura estatal europea es funcional al
ajuste pero no a la concurrencia internacional. Lo demuestra la política
monetaria defensiva y el abandono de proyectos militares. La crisis refuerza el
prolongado estancamiento de Japón que pierde posiciones en Asia y reafirma su
rol secundario en la política internacional.
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- Claudio Katz es Economista, Investigador, Profesor.
Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es:
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[2] Munevar Daniel, “Inestabilidad en los mercados
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[3] Ramaa Vasudevan, “La crisis de la hegemonía del dólar”,
www.pagina12.com.ar, 24/09/2012.
[4] Noyola Rodríguez Ariel, Noyola Rodríguez Ulises,“La
rivalidad euro-dólar”, 6-4- 2014, contralinea.info
[5] Hemos desarrollado esta caracterización partiendo de la
tesis de autores como Gowan y Panitch. Katz Claudio, Bajo el imperio del
capital, Luxemburg, Buenos Aires, diciembre de 2011, (cap 3). Gowan Peter, “US hegemony today”, “Imperialism
Now”, Monthly Review, vol 55, n 3, July-august 2003. Panitch Leo, Leys
Colin. “Las finanzas y el imperio norteamericano”. El Imperio Recargado,
CLACSO, Buenos Aires, 2005.
[6] Navarro, Vincent. “La falsa alarma del abismo fiscal en
Estados Unidos”, 11/1/2013 www.vnavarro.org.
[7] Exponemos este tema en nuestro último libro retomando
los enfoques de Anderson, Panitch y Gindin. Katz, Bajo el imperio, (cap 3, 5, 6, 11). Los trabajos más recientes de
esta visión en: Anderson Perry, “American Foreign Policy and Its Thinkers”, NLR
83, Sept-Oct 2013, Panitch Leo, Gindin Sam The Making of Global Capitalism,
2013.
[8] Gelman, Juan. “Robotizando la guerra”,
www.pagina12.com.ar, 9/2/2012.
[9] Petras
James, “The changing contours of US Imperial”, 22/12/2013,www.worldtruth.org.
[10] Armanian, Nazanín.“Arabia Saudí: el viaje más
importante de Obama”, 31/3/2014, www.other-news.info/
[11] Analizamos este problema recogiendo la visión de Amin.
Katz, Bajo el imperio (cap 4). Una actualización en: Amin, Samir.
El imperialismo colectivo: Desafíos para el Tercer Mundo, 19/8/2013,
fisyp.org.ar
[12] Zibechi, Raúl. “Hacia un mundo desamericanizado”,
14/9/2012, hunna.org/el-ir-a-las-cosas-de-la-política,
paginaglobal.blogspot.com. Meyssan, Thierry. “Hacia un mundo sin Estados
Unidos”, 15/10/2013, www.voltairenet.org/article.Sapir, Jacques. El nuevo siglo
XXI, El Viejo Topo, 2008, Madrid, (pag 16, 62-63,65-67, 84, 88)
[13] Kundnani, Hans. “Deconstruyendo el llamado milagro
alemán”, 6/2/2014, www.pagina12.com.ar
[14]Beck, Gunnar “El experto prevé que el bloque europeo”,
29/6/2012,www.pagina12.
[15] Ntavanellos, Antonis ¿Podremos avanzar hacia la
constitución de comités?, 25/10/2013,www.vientosur.info
[16] Esta reconsideración de la dinámica centro periferia
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Toussaint, Eric. “Contradicciones Centro Periferia en la Unión Europea”,
12/11/2013, www.isepci.org.ar
[17]
Goddin, Roger. Quelques elements trop peu connus du neoliberalisme, 30-3-2014
www.avanti4.be
[18]-Anderson,
Perry. The New Old World, Verso, London, 2009.(pag 110-115, 48, 476-480, 24,
98-105, 130-132, 118-123)
[19] Mann, Michael. “Estados nacionais na Europa en outros
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Editorial Contrapunto.
[20]
Durand, Cédric “The strategies of the ruling class and the
"austeritarian" program in Europe”, Third IIRE Seminar on the
Economic Crisis. Amsterdam, 15-2-2014.
[21] Wiesbrot, Mark. “En el reino de los ciegos”, Página 12,
23/1/2014.
[22] Martial, Paul. “Sobre la intervención francesa”
www.kaosenlared.net/. 04/02/2013. Ramonet, Ignacio “¿Qué hace Francia en
Mali?”, www.rebelion.org 02/02/2013.
[23] Roberts, Michel. Japón: el triple empujón de Kuroda,
14/ 4/ 2013, www.sinpermiso
[24] Kessler, Christian. El regreso militar de Japón,
15/6/2013, lahistoriadeldia.wordpress
2.- Ascendentes, intermedios y periferia.
Las economías emergentes suscitan tanto interés como
dificultades de interpretación. Aglutinan a los países que no integran el
bloque de los desarrollados, ni de la periferia marginada. Se han expandido,
ganan espacio en el mercado mundial y aumentan su influencia geopolítica.
Pero no es fácil distinguir a los integrantes de este
segmento. Como suele ocurrir con las denominaciones que difunde el periodismo,
el término se ha popularizado antes de alcanzar un significado nítido. Retrata
indiscriminadamente a varias economías, sin distinguir a China del pelotón de
ascendentes.
Esta generalización impide notar una de las principales
transformaciones cualitativas del período actual: la conversión del gigante
asiático en una potencia. Ya está ingresando en el club de los países centrales
y se ubica muy por delante de cualquier otro ascendente. Se ha convertido en el
taller del mundo, con un tipo de inserción global muy diferente a los
proveedores de materia primas o a los subcontratistas de servicios.
La transformación de China
El cambio de posicionamiento de China en la jerarquía
mundial corona el afianzamiento de su estructura industrial. Esta mutación es
el resultado de un vertiginoso crecimiento que multiplicó en 22 veces el PBI
per cápita entre 1980 y 2011(de 220 a 4930 dólares). Este mismo incremento se
amplía a 33 veces en términos de poder de compra.
El volumen comercial del país se duplica cada cuatro años.
Representaba el 20% de las transacciones estadounidenses en el 2001, saltó al
40% en el 2005 y actualmente ha emparejado a su rival. El peso del comercio
exterior pasó de 9,8% del PBI (1978) al 65% actual. Estas transformaciones
trastocaron por completo la estructura interna de la economía. El peso del
sector agrícola cayó abruptamente, los servicios se expandieron y la industria
se convirtió en el motor de todas las actividades [2].
La nueva potencia oriental mantuvo altísimas tasas de
crecimiento durante tres momentos complejos de la etapa en curso: las “décadas
pérdidas” de la periferia (1980-90), el desplome del bloque soviético y la
crisis global reciente. En estos escenarios protagonizó un cambio histórico
comparable a la revolución del vapor en Inglaterra, a la industrialización de
Estados Unidos o el desarrollo de la Unión Soviética.
Esta nueva gravitación de China se ha verificado en el
último sexenio. Su auxilio al dólar y al euro durante el pico de la crisis
impidió la conversión de la recesión del 2009 en una depresión global. Los
aportes financieros de Beijing fueron decisivos para el rescate inicial de las
instituciones hipotecarias estadounidenses, para sostenimiento posterior de los
Bonos del Tesoro y para el apuntalamiento reciente de la moneda europea. La
magnitud de las acreencias acumuladas por China retrata la dimensión de este
salvamento.
El auxilio no fue acto de filantropía. Sirvió para asegurar
la continuidad de las exportaciones y evitar la desvalorización de los enormes
activos atesorados en moneda extranjera. Pero lo novedoso es la gravitación del
país. En los años 70 era impensable que el sistema financiero internacional
fuera socorrido por China.
La mutación de esa economía comenzó en 1978 y hasta el 2007
estuvo centrada en la emigración rural y el aumento de la productividad por
encima de los salarios. Esta combinación abrió las compuertas para el giro
exportador y la creciente captura de porciones del mercado mundial. Pero esa
expansión no fue gratuita. Se consumó reduciendo la participación de los
salarios y el consumo en el ingreso total. El boom exportador floreció junto a
las ganancias y el debut de una brecha social interna .
Este ascenso ilustró los enormes márgenes para desenvolver
la acumulación que poseía una economía atrasada de dimensiones continentales.
Pero China no partió de cero. El valor agregado de su industria en 1980 ya
superaba ampliamente a Brasil y mantenía una distancia abismal con India [3] .
La crisis en curso tiende a reforzar un giro hacia el mayor
consumo. Se intenta reducir la dependencia de las exportaciones de manufacturas
básicas para expandir el mercado interno. Con ese objetivo se introdujeron
varios planes keynesianos de estímulo de la demanda.
Pero los resultados del sexenio han sido modestos. Aumentó
levemente el consumo, se incrementó en algunos puntos la participación del
salario en el ingreso y se registró alguna caída porcentual de las
exportaciones. Estos cambios se ubican muy lejos del viraje ambicionado .
El gran problema radica en que una economía estructurada en
torno a elevadísimos rendimientos del comercio exterior, no puede girar hacia
un esquema inverso sin perder competitividad.
El pasaje al capitalismo
China empieza a registrar las consecuencias de su tránsito
al capitalismo. Desde 1978 hasta 1992 ese pasaje estuvo limitado por la
preeminencia de un modelo de reformas mercantiles subordinado a la
planificación central. Bajo ese esquema las comunas rurales se convirtieron en
unidades agro-industriales guiadas por principios de rentabilidad, pero sin
privatizaciones de envergadura. Aparecieron los managers con atribuciones para
reorganizar las plantas industriales, pero sin facultades para despedir en masa
o vender empresas.
También se formaron las zonas francas en la costa, arribó el
capital extranjero y comenzó la exportación, pero estas actividades no ejercían
un dominio estratégico sobre el resto de la economía. En ese período la
industrialización retroalimentó la demanda y las mejoras en el consumo
preservaron la distribución precedente del ingreso. El modelo ensayó una
versión actualizada de la Nueva Política Económica (NEP), que se introdujo a
mitad de los 20 en la URSS para remontar el estancamiento [4].
El viraje hacia el capitalismo se consumó a principios de
los 90, a partir de las privatizaciones realizadas por los viejos directores de
las empresas con la intención de forjar una clase capitalista. Los miembros de
ese grupo se transformaron en los principales inversores de las nuevas
compañías. Se aceleró también la acumulación primitiva mediante la expoliación
de los productores agrarios. Con el ingreso del país a la OMC se afianzó,
además, el entrelazamiento de la elite dominante con las empresas
transnacionales.
La triplicación del ingreso per cápita y la cuadruplicación
de la tasas de crecimiento han presentado desde ese momento otro significado
social. Convalidan los enormes niveles de desigualdad social y la regresión de
las conquistas populares.
Los grandes avances de la revolución han quedado
interrumpidos. La duplicación de la esperanza de vida (de 32 a 65 años) y la
alfabetización masiva (de 15 al 80-90% de la población) han sido reemplazados
por la expansión del coeficiente de desigualdad (un Gini de 0,27 en 1984 a otro
de 0,47 en 2009). Para una familia obrera se ha tornado muy difícil afrontar
los gastos corrientes de salud y educación [5].
Los desequilibrios del capitalismo comienzan a emerger en
una economía que reduce su promedio de crecimiento (del 9-11% al 6-7% anual),
como consecuencia de la madurez industrial y el encarecimiento de los costos.
En el ciclo 2013-14 el nivel de actividad registraría la menor expansión de la
última década. Tal como ocurrió anteriormente con Japón y Corea, el modelo comienza
a lidiar con problemas de competitividad. Mantiene salarios muy inferiores a
esos países, pero en las regiones de la costa y en las actividades de mayor
calificación esa diferencia se está estrechando.
También los desequilibrios financieros se multiplican.
Una importante porción de los bancos opera en las sombras con créditos dudosos
que solventan el consumo de la clase media. También la oscura administración de
los gobiernos locales se financia con préstamos clandestinos.
En las grandes ciudades está ascendiendo, además, una
visible burbuja inmobiliaria. La inflación que durante la década pasada osciló
en torno al 2% anual ha trepado al 6,2%. Junto al salto registrado en el número
de multimillonarios (de 3 a 197 en la última década), crecen los padecimientos
del trabajo precarizado que realizan los inmigrantes a las ciudades.
Pero el principal desequilibrio actual se ubica en la
altísima tasa de inversión, que se mantiene en porcentuales insostenibles
(43,8% del PBI en 2007 y 48,3% en 2011), en la actual coyuntura de
desaceleración económica internacional. Esos niveles generan sobre-acumulación
de capitales y sobre-producción de mercancías a una escala mayúscula.
Una economía no puede crecer al 10% mientras sus compradores
se expanden al 2-3%. Todos los planes keynesianos de los últimos años agravaron
un problema, que no se resuelve con el simple incremento de las importaciones
[6].
Las tasas de inversión chinas no guardan ninguna proporción
con patrones históricos o internacionales. Son consecuencia de un modelo
exportador que exige un insostenible nivel de utilización de las materias
primas y una gran devastación ambiental.
Una vez sustituida la gestión planificada por la competencia
del mercado, no es fácil atemperar este tipo de sobre-inversión. La
concurrencia por el beneficio impide procesar en forma ordenada la reducción de
ese exceso.
Disputas internas y externas
Las contradicciones económicas de China se acentúan por la
disputa que opone al grupo dirigente de la Costa (asociado con el capital
extranjero), con la elite del Interior (interesada en el desenvolvimiento del
capitalismo de estado).
El primer sector busca reforzar la integración del país a
los circuitos del capitalismo global, con mayores compromisos comerciales
externos, nuevas adquisiciones de activos europeos y estadounidenses y una
eventual participación en el diseño de la futura moneda mundial.
Por el contrario, el segundo sector promueve un giro más
radical hacia mercado interno, cuestiona el desmedido aumento de las inversiones
foráneas y objeta el gran rescate de monedas y bancos extranjeros.
El choque entre estas fracciones ha incluido importantes
cambios en la cúpula del PCCH, que mejoraron las posiciones del grupo
neoliberal encabezado por Wang Jiang, muy asentado en la región exportadora de
Gaungdong. El sector rival sufrió el desplazamiento de ciertos líderes como Bo
Xialai. El conflicto persiste, pero el último congreso partidario consagró el
liderazgo de Xi Jinping y autorizó nuevas privatizaciones. Los grupos
exportadores resisten un distanciamiento del mercado mundial que amenazaría sus
privilegios
Estas tensiones en las fracciones dominantes no han
modificado la estrategia geopolítica defensiva que caracteriza a todos los
dirigentes chinos. Buscan asegurar el acceso internacional a los recursos
naturales, garantizar la seguridad de las fronteras conflictivas (Tíbet) y
completar la reconstrucción de la nación con la reincorporación de Taiwán.
Para alcanzar estos objetivos recurren a heterogéneas
alianzas y despliegan a pleno la realpolítik. Esta orientación guía su custodia
naval del Pacífico y su intermediación en la negociación de las armas nucleares
que construyó Corea del Norte.
Este énfasis en la protección fronteriza explica la ausencia
de correlatos político-militares externos de la expansión económica
internacional del país. China inunda al planeta de capitales y mercancías, pero
no de ejércitos y conspiradores. Mantiene una actitud defensiva frente a los
periódicos hostigamientos de las administraciones norteamericanas, acrecentando
la vigilancia y los resguardos defensivos.
Los líderes de Pekín saben que Estados Unidos ejerce la
dirección del bloque imperialista y no aspiran a ocupar ese lugar. Intuyen que
cualquiera sea el grado de traslado de la industria mundial a Oriente, el
gendarme yanqui continuará supervisando las intervenciones imperiales. Los
dirigentes chinos no se imaginan a sí mismos cumpliendo ese rol en ningún
escenario previsible.
Pero el nuevo status de potencia económica mundial que
alcanzó China dificulta esa estrategia de equilibrio. La necesidad de recursos
naturales y nuevos mercados empuja a sus dirigentes a la adopción de conductas
agresivas. La apropiación de materias primas en África y los tratados de libre
comercio con América Latina constituyen dos muestras de esta compulsión. Hay
mucha ingenuidad en la creencia que China rehuirá los conflictos típicos del
capitalismo, renovando una tradición de pacifismo oriental opuesta al
territorialismo occidental [7].
La nueva potencia está embarcada en la concurrencia global y
en las consiguientes rivalidades internacionales. Su modelo exportador que no
es agregativo, ni inclusivo. Exige arrollar a los competidores en el propio
escenario asiático.
El ascenso de China amenaza el lugar central de Japón y la
pujanza de Corea del Sur. Las tensiones se acentúan, a medida que el nuevo
gigante amplía su participación en exportaciones de mayor valor agregado y
localiza plantas en la periferia asiática, para explotar fuerza de trabajo
barata.
Escenarios y desenlaces
El principal interrogante geopolítico gira en torno a las
relaciones chino-estadounidenses. Algunas hipótesis estiman que irrumpirá un
gran conflicto cuando la economía asiática externalice las tensiones de su
modelo, presionando a los proveedores (para que abaraten insumos) y a los
competidores (para que resignen mercados). China confrontaría con Estados
Unidos, luego de conseguir el manejo de una moneda internacional convertible.
Pero otro escenario surge de recordar cómo se ha renovado la
codependencia de China con Estados Unidos en las últimas cuatro décadas. El
gran exportador oriental necesita el mercado norteamericano para descargar sus
excedentes y la primera potencia requiere financiación china para solventar sus
monumentales desbalances financiero-comerciales.
La transformación de Shangai en gran centro de empresas
transnacionales ilustra cómo se reciclan los proyectos entre ambas potencias.
Dos figuras centrales del pensamiento imperial apuestan a la renovación de esta
asociación. Consideran que Estados Unidos aceptará un status económico preponderante
de China, a cambio de su ratificación como sheriff del planeta [8].
Hasta ahora las tendencias hacia el conflicto y la
asociación se desenvuelven con similar intensidad y resulta muy difícil prever
cual será el desenlace. Es tan aventurado un pronóstico de choque abierto, como
la previsión opuesta de una idílica amalgama entre ambas potencias. Por el
momento, el gigante oriental no sustituye a su adversario occidental y el
gendarme norteamericano oscila entre conciliar y hostilizar a su rival.
Estados Unidos fomenta la tensión militar supervisando las
disputas territoriales sino-niponas. También controla las maniobras navales de
Corea del Sur, refuerza la instalación de marines en Australia y redobla las
presiones sobre Corea del Norte para que desactive su arsenal atómico. Pero
estas acciones coexisten con la continuidad de inversiones conjuntas.
El desenlace de este conflicto permitirá esclarecer también
la naturaleza del régimen chino. Algunas miradas elogiosas subrayan la
autonomía política y ponderan el modelo de acumulación
nacional-intervencionista, sin indagar la naturaleza social del sistema actual
[9].
Este enfoque impide analizar como el ascenso económico chino
se consumó mediante una asociación internacional con empresas transnacionales,
que aceleró la formación de la nueva clase capitalista. La peculiaridad de este
proceso ha sido el enlace directo que establecieron los grupos aburguesados del
país con esas compañías. No siguieron la trayectoria clásica de acumulación
nacional, barreras proteccionistas y rivalidad con otras potencias por la
conquista de mercados externos. Se incorporaron sin mediaciones al nuevo
contexto internacionalizado del capitalismo.
Con ese soporte introdujeron una restauración de la gran
propiedad extendiendo las privatizaciones, reforzando la preeminencia del
beneficio y asegurando la supremacía del mercado sobre el plan. Se puede
debatir si esta mutación ha concluido y es irreversible, pero su profundidad y
contenido social regresivo están a la vista. Los autores que subrayan esta
involución presentan un cuadro más realista, que los intérpretes de ese proceso
como una variedad del “socialismo de mercado” [10].
Confusión de emergentes
Un cierto número de países ha quedado clasificado junto a
China dentro del mismo bloque de emergentes. Especialmente India, Brasil y
Rusia son ubicados en ese casillero. Pero este agrupamiento olvida que la
economía china es dos veces y media superior a la India y cuadruplica a Brasil
o Rusia. Sus tasas de crecimiento han sido mucho mayores y acumula reservas por
un monto que duplica la suma de los tres países [11].
Estas distancias han sido corroboradas por un tipo de
inserción internacional muy diferente. Mientras que China incide directamente
sobre la marcha del ciclo global, los otros países ejercen una influencia
secundaria.
El decisivo auxilio que ofreció el Banco Central Chino a las
monedas, presupuestos públicos y bancos de la Tríada durante la crisis,
contrasta con la ausencia de gravitación de las otras tres naciones. Este grupo
se ubicó más cerca del campo de los necesitados que del área de los
socorristas. Los tres países tampoco han sido receptores del desplazamiento
general de la industria que se orienta hacia el Extremo Oriente.
Las clasificaciones más recientes también incluyen dentro
del bloque emergente a Turquía y Sudáfrica. Realzan su expansión durante la
última década, el efecto limitado de las crisis reciente y el menor impacto del
endeudamiento en comparación a las economías desarrolladas . Pero las tasas de
crecimiento de estas economías han sido variables y muy inciertas. Obedecen a
procesos relativamente recientes y no a movimientos acumulativos de varias
décadas.
Otros países ubicados en el mismo sector ascendente han
repuntado como consecuencia de la apreciación internacional de las materias
primas. El carácter eventualmente estructural y no meramente financiero de esta
valorización, no modifica la vulnerabilidad de economías tan dependientes del
vaivén de las commoditites.
El agrupamiento de todos bajo un mismo mote de emergentes
genera múltiples confusiones. La propia clasificación proviene de visiones financieras
de corto plazo. La sigla BRICS, por ejemplo, fue introducida por un operador
bursátil de Goldman Sachs para señalar las oportunidades de inversión.
Con este mismo parámetro otros financistas han tomado
distancia de los BRICS y preparan su reemplazo por los MINT (México, Nigeria,
Indonesia y Turquía), que son percibidos como candidatos a recibir capitales
golondrinas. En realidad, los receptores potenciales de estos fondos son tan
numerosos como efímeros.
Los más renombrados últimamente son: Vietnam, Australia,
Bangladesh, Chile, Colombia, Corea del Sur, Egipto, Filipinas, Irán, Israel,
Malasia, México, Nigeria, Pakistán, Perú, Polonia, República Checa, Singapur,
Tailandia. Como no existen criterios para clasificar a esta variedad de países
se multiplican las sopas de letras (CIVETS, EAGLES, AEM, VISTA, MAVINS).
Es evidente que estos malabarismos terminológicos no
esclarecen ningún proceso económico. En función de algún parentesco financiero
se mezcla en el mismo casillero a países medianos y periféricos o a economías
industrializadas y rentistas.
Economías semiperiféricas
El probable incremento de las tasas de interés
estadounidenses ha reducido actualmente la aureola de los BRICS. Algunos
economistas consideran que los mayores riesgos de un próximo temblor financiero
se han desplazado hacia las economías intermedias, con mayores déficits
fiscales y tasas de crecimiento bajas [12].
Otros temen la repetición de las grandes crisis que durante
los años 90 desencadenaron economías semejantes (México-1994 , el Sudeste
Asiático-1997, Rusia -1998 o Argentina -2001).
Pero más allá del diagnóstico coyuntural es importante
registrar que se ha profundizado la división en el viejo bloque de economías no
industrializadas. Un segmento amplió su estructura fabril, participa de
exportaciones manufactureras, incorporó empresas al círculo de compañías
transnacionales o desarrolló servicios productivos. El otro sector mantiene, en
cambio, su viejo perfil primarizado.
Esta clasificación de las economías en función de su
estructura e inserción en la división internacional del trabajo es utilizada
por autores críticos del vago concepto de “emergentes”. Con esta mirada
centrada en el proceso productivo global han precisado el contenido de la
noción semiperiferia [13].
Esta categoría se aplica a países como Corea, Taiwán,
Turquía, México, Brasil o Sudáfrica, que se han distanciado del grueso de la
periferia asiática, africana o latinoamericana. Este posicionamiento intermedio
confirma el ordenamiento tripolar que postulan los teóricos de sistema-mundo y
su caracterización de las semiperiferias, como un segmento que acolchona las
brechas entre los dos polos del capitalismo global [14].
Este grupo protagoniza actualmente las bifurcaciones que
tradicionalmente separaron a las económicas ascendentes de sus pares
retrasados. Se repite así la trayectoria seguida por países que atravesaron por
contradictorios períodos de proximidad con los centros o confluencia con la
periferia.
Esta caracterización cuestiona la creciente expectativa
actual en un ascenso general de los países emergentes. Destaca que estas
economías compiten entre sí al interior de una arquitectura estable, dónde el
éxito de un concurrente conspira contra las posibilidades de los rivales
situados en la misma escala de desarrollo.
Las economías intermedias repiten la trayectoria de
las semi-periferias precedentes, que ambicionaron subir al escalón del centro.
Pero la segmentación mundial siempre impidió un éxito colectivo. Si la
expansión actual de China se consolida, confirmará la excepcionalidad de ese
salto. El arribo al status de país desarrollado no está al alcance de otros
BRICS, MINTS o EAGLES.
Sub-potencias dispersas
El protagonismo geopolítico regional de cada economía
semiperiférica es determinante de su éxito o fracaso, en ocupar los espacios
vacantes del orden global. Algunos países de ese segmento cuentan con
dimensiones continentales y estados de gran porte, pero arrastran también
trayectorias imperiales frustradas. Fueron potencias que devinieron en
semicolonias y volvieron a renacer con proyectos de dominación zonal.
Actualmente se desenvuelven en grandes territorios con
importantes recursos demográficos o naturales y negocian directamente con la
Tríada. Su acción geopolítica incide directamente sobre su ubicación finalen el
ranking semiperiférico. Especialmente Rusia, India y Turquía comparten estas
peculiaridades.
Muchos analistas estiman que estos países tienden a
converger en bloques comunes, para disputar poder con las potencias centrales.
Pero los indicios efectivos de este empalme son escasos, frente al trato dispar
que les dispensa el imperialismo. Estados Unidos hostiliza a Rusia, está
asociado con Turquía y se reacomoda con la India.
En lugar de conformar un bloque, cada sub-potencia busca su
propio nicho dentro del orden neoliberal. Aceptan el libre comercio, la
primacía de las empresas transnacionales y la continuidad de flujos financieros
transfronterizos. A diferencia de lo ocurrido durante 1930-40 no apuestan a
forjar redes proteccionistas, ni a construir coaliciones belicistas.
Todos trabajan dentro de los organismos internacionales para
reforzar su influencia. Promueven reformas del sistema de votación dentro del
FMI y propugnan la constitución de fondos de reservas globales, para reemplazar
paulatinamente al dólar. Como no les interesa sustituir abruptamente a la
divisa que nomina el grueso de sus reservas, apuestan a una larga negociación.
En las Naciones Unidos propician un reajuste del actual
Consejo de Seguridad, conformado por cinco miembros permanentes con derecho a
veto. Esa negociación es muy conflictiva porque el nuevo asiento en discusión
tiene muchos candidatos, entre las viejas potencias (Alemania, Japón) y las que
ascienden (India, Brasil). China y Rusia no están seguras de la conveniencia de
este cambio.
Varias sub-potencias han mostrado disposición para aportar
tropas a las misiones de la ONU convalidando la hipocresía del humanitarismo
imperialista. Esta conducta no sólo ilustra la afinidad de las clases
dominantes de estos países con el status quo global. También indica las
dificultades que enfrentan para encarar acciones alternativas. Algunos
integrantes de esta franja compiten entre en sí en varios terrenos económicos y
otros mantienen viejas disputas fronterizas. Frecuentemente sus prioridades
estratégicas no confluyen.
Los BRICS realizaron, por ejemplo, varias cumbres para
acordar cierto incremento del intercambio, la constitución de un fondo de
reserva y la eventual conformación de un Banco de Desarrollo. Pero han buscado
confluencias frente a contingencias de corto plazo, sin avanzar en compromisos
significativos.
Esa actitud obedece a la estrecha asociación que están
gestando las clases dominantes de este grupo con las empresas transnacionales.
Son burguesías que descartan los viejos coqueteos con los proyectos
antiimperialistas de los años 60-70. Un bloque de “No Alineados” o un encuentro
como Bandung están fuera de sus horizontes. Participan de la etapa neoliberal
junto a elites de multimillonarios muy integradas al club mundial de los
poderosos. Estas tendencias se verifican en cuatro casos.
Rusia e India
La recuperación de Rusia es muy visible. La era Putin ha
contrarrestado la desintegración social, el derrumbe económico y la pérdida de
posiciones internacionales que sucedieron a la implosión de la URSS. Pero se
suelen resaltar los contrastes entre ambos períodos omitiendo las
continuidades. El presidente ruso consolidó las nuevas clases capitalistas, que
la vieja burocracia forjó saqueando los bienes del estado. Ese descarado
vaciamiento desembocó durante el período de Yeltsin en la bancarrota del rublo
[15].
Putin limitó esos excesos restaurando el orden que se
requiere para el funcionamiento del capitalismo. Reconstruyó el poder del
estado mediante un régimen autoritario, asentado en la fatiga con la caótica
situación precedente. Introdujo reglas para la acumulación y consolidó la
concentración del negocio energético y financiero en manos de un reducido de
acaudalados. También afianzó cierto control estatal sobre los rentistas para
recomponer el consumo y la inversión. Esta acción incluyó la detención de
varios millonarios.
El nuevo poder político vertical se basa en el fraude y la
persecución de opositores, pero logró varios triunfos electorales. Este caudal
de votos es utilizado para reforzar el sometimiento político de una clase
obrera huérfana de tradiciones y prácticas de auto-organización.
El legado de varias décadas de totalitarismo burocrático
continúa obstruyendo la conformación de sindicatos y agrupaciones de izquierda,
a pesar de la enorme desigualdad social y la creciente pérdida de ilusiones en
el capitalismo [16].
Sobre este trasfondo de pasividad y desmoralización popular,
Putin recrea una ideología nacionalista que enaltece los liderazgos
providenciales y las antiguas tradiciones de supremacía eslava. Intenta
reconstruir el papel sub-imperial de Rusia en el entorno geográfico del viejo
zarismo.
Las masacres contra los chechenos fueron el punto de partida
de esta acción. Contaron con la implícita colaboración de Occidente, que
perpetra crímenes semejantes en la lucha contra “el enemigo terrorista”.
Pero esa complicidad no atenuó la creciente tensión de Rusia
con el imperialismo norteamericano, que intentó aprovechar el colapso de la
URSS para exterminar a su viejo rival. Estados Unidos rodeó el país con misiles
de la OTAN para forzar la liquidación del gran arsenal soviético.
Putin comprendió que ese desarme imposibilitaría forjar un
sistema capitalista medianamente sólido e inició una reacción defensiva de
reconstrucción del poder bélico. Intervino en Georgia, desplegó efectivos en
Asia Central, participa en las negociaciones de Siria y anexó Crimea frente al
golpe de Ucrania.
Con estas acciones consolida la autonomía estatal que los
grandes capitalistas necesitan para afianzar sus inversiones. Estos sectores
dividen sus simpatías entre Estados Unidos y Europa, mientras derrochan
fortunas en Berlín, Londres o Nueva York. Una fuerte tradición soviética de
intervención en los problemas globales es utilizada por la elite actual. Aprovechan
la diplomacia para apuntalar los negocios.
Rusia recupera espacio porque mantiene una enorme estructura
bélica, que no supervisa el imperialismo colectivo. Esta gravitación militar y
no el florecimiento económico explican su resurgimiento internacional. La
crisis global afectó al país más que a otros emergentes. No ha reconstruido la
estructura industrial del pasado y se afianza una enorme dependencia de las
exportaciones de gas y petróleo.
También India participa del ascenso de los emergentes por el
lugar geopolítico que ocupa en un convulsivo sub-continente asiático. Es la
gran potencia de una región conmocionada por diferendos fronterizos, demandas
separatistas y ambiciones localistas. La omnipresencia de su ejército
contrapesa la convulsión de Sri Lanka, las tensiones de Bangla Desh, los
conflictos con Nepal y la ola de terror talibán. Condiciona el irresuelto
status de Cachemira, al cabo de cuatro guerras con Pakistán y las disputas
fronterizas con China luego del choque militar de 1962. El status de Tíbet se
mantiene irresuelto.
Las clases dominantes gestionan un conglomerado de más de
1000 millones de personas, en 28 estados, 7 territorios, 18 idiomas oficiales,
varias religiones y comunidades que cohabitan en una estructura de castas. Las
estructuras estatales formalmente seculares están corroídas por la
multiplicidad de choques sectarios y por sangrientas explosiones de
nacionalismo. Este tembladeral queda habitualmente encubierto por el discurso
celebratorio que presenta a la India como una democracia estable y
multicultural [17].
Pero el gran cambio geopolítico ha sido el giro
pro-norteamericano de clases dirigentes que adoptaron el credo neoliberal. El
desplome de la URSS y la posterior complicidad del ejército pakistaní con los
talibanes favorecieron esa confluencia con Estados Unidos.
Las inversiones yanquis saltaron en menos de veinte años de
76 a 4000 millones de dólares. India ya formaba parte del selecto club atómico
mundial, pero ahora cuenta con un aval del Pentágono, que anteriormente estaba
focalizado en su rival pakistaní [18].
En la última década la economía india registró elevadas
tasas de crecimiento y alumbró varias multinacionales de peso global. También
logró cierta expansión en la informática, especialmente en los servicios de
software. Pero sus actividades de sub-contratación se mantienen muy distantes
de los epicentros de la revolución digital. Cualquier comparación de patentes o
niveles de rendimiento con Estados Unidos confirma esa brecha [19].
Al igual que China, el resurgimiento de India está acompañado
de un sentimiento de renacer milenario de civilizaciones, que ocupaban lugares
preponderantes hasta el siglo XVIII. Pero el crecimiento actual del país no es
comparable al desarrollo de su vecino. La industria continúa operando en
eslabones intermedios no integrados, con alta dependencia de insumos externos y
pagos de royalties. La productividad es baja y la infraestructura es muy
obsoleta.
Las diferencias con China son más categóricas en el plano
social. El país cuenta con el mayor número de multimillonarios recientes y una
numerosa clase media. Mantiene al 77 % de la población en estado de pobreza y
el 40% de niños con insuficiencia de peso. La lucha contra el hambre ha
fracasado y 100.00 campesinos se suicidaron en 1996-2003 por angustias de
subsistencia. La histórica exclusión social persiste a una escala gigantesca.
Cuatro de cada diez persona no son saben leer, ni escribir y en el índice de
desarrollo humano el país está ubicado en el lugar 126 [20].
El proceso actual de acumulación enfrenta dos límites
ausentes en las centurias precedentes. India no puede descargar su población
sobrante en corrientes de emigración (como hizo Europa hacia América) y sufre
un desempleo agravado por la innovación tecnológica.
Estos obstáculos tienden a acentuarse por la actual presión
neoliberal para flexibilizar el mercado laboral y privatizar empresas públicas.
Pero esta agresión comienza a afrontar una resistencia que puede modificar
todos los datos del país.
Sudáfrica y Turquía
Sudáfrica es otro caso de gravitación geopolítica creciente,
luego de la heroica lucha popular que permitió sepultar el sistema político
racista. Pero esa gesta -simbolizada en la figura de Mandela- dio lugar a una
transición pactada que consolidó la supremacía de las minorías enriquecidas.
La cooptación de una elite negra al poder aportó a las
clases dominantes una nueva proyección regional que facilitó cierto crecimiento
económico. La desaparición del aislado régimen del Apartheid permitió
consolidar un área de libre-comercio y afianzar una economía industrializada,
que absorbe el 70% de toda la electricidad del África Subsahariana.
Esta reubicación estratégica explica la incorporación de
Sudáfrica al núcleo de los BRICS. Rusia o India tienen un PBI cuatro veces
superior y la diferencia se extiende a 16 veces con China. En este terreno el
país es incluso superado por Corea, Turquía o Indonesia. Su extensión
geográfica y población son inferiores a Argentina o Irán y tiene competidores
de peso como Nigeria dentro del continente. Pero sólo el régimen post-Apartheid
ofrece las estructuras requeridas para un liderazgo regional.
Durante el siglo XX las empresas sudafricanas combinaron la
expansión regional con el belicismo y el racismo. Los colonos blancos
convertidos en clase dominante afrikaneer se asociaron con las empresas mineras
para asumir ese rol de gendarme. Utilizaron intensamente el poder militar
gestado durante la sustitución de importaciones [21].
Con el fin de esa dominación se extinguieron las ambiciones
de expansión externa, pero no la gravitación de la principal economía de la
región. La nueva elite negra promueve el capitalismo neoliberal bajo el emblema
de un “renacimiento africano”.
Un líder histórico de los trabajadores mineros (Cyril
Ramaphosa) se ha convertido en director de grandes empresas, en un país que ya
no es repudiado por sus vecinos. Sudáfrica es el niño mimado del FMI y del
Banco Mundial. Sus dirigentes despliegan retóricas progresistas en la ONU,
mientras actúan como socios confiables de Estados Unidos [22].
Pero este giro neoliberal ha desgarrado a Sudáfrica. Desde
1996 la combinación de privatizaciones y apertura comercial con la eliminación
de las restricciones al desplazamiento de personas, generó una caótica
urbanización que ha ensanchado la polarización social [23].
El desempleo se duplicó y afecta al 36% de la población. La
desigualdad se ubica al tope de los índices mundiales (Gini 0,73). Los
desastres en la provisión de agua, la precariedad de la vivienda y la
degradación de la educación son mayúsculos. El salario se ha estancado con la
generalización de agencias que intermedian en la contratación laboral . En el
87% de las tierras que monopolizan los granjeros blancos subsisten formas
encubiertas de servidumbre.
Las modalidades extremas del desarrollo desigual y combinado
que generó el Apartheid no han desaparecido. Ese sistema articulaba capitalismo
y pre-capitalismo, mediante una excepcional subsistencia de formas de coerción
extra-económica. El trabajo temporario y migrante que conectaba a los sectores
modernos y atrasados de la economía se ha remodelado y recrea las viejas
fracturas [24].
Sudáfrica también padece la erosión de su base
energético-minera tradicional. Ese complejo se ha internacionalizado
manteniendo su primacía (23% del PBI y 60% de las exportaciones). Pero el
extractivismo está agotando los recursos del subsuelo al cabo de varios
intentos fallidos de diversificación.
Por estas razones la crisis global ha impactado más en
Sudáfrica que en otras economías equivalentes. Hay cierta fuga de capitales en
un marco de tensiones sociales y masacres mineras que recuerdan las terribles
represiones del pasado.
También el caso de Turquía ilustra como despunta una
sub-potencia regional por su gravitación geopolítico-militar. Las clases
dominantes han desarrollado en las últimas décadas una estrategia de expansión
en el mundo árabe y el mediterráneo.
Esta política se asienta en un despliegue militar que desborda
las fronteras (ocupación de Chipre) y se refuerza con la opresión interna de la
minoría kurda. Los derechos nacionales de este sector son rechazados a punta de
fusil, ignorando la opinión mayoritaria de la propia población turca. Al cabo
de treinta años de resistencia el gobierno debió aceptar el inicio de
negociaciones, ante el establecimiento de regiones autónomas kurdas en Irak y
Siria [25].
En Turquía la coerción interna y las ambiciones expansivas
son políticas de estado, actualmente retomadas por una administración islámica
conservadora. Sus dirigentes asumieron hace once años con promesas que no
cumplieron de renovar el nacionalismo autoritario del Kemalismo.
Recrean especialmente el proyecto sub-imperial de lograr la
supremacía regional frente a Irán, Egipto y Arabia Saudita. Por eso preservan
la tradición despótica de una gran burocracia sometida a la tutela militar. El
fin de la dictadura no erradicó los vestigios del totalitarismo y los poderes
efectivos del Parlamento son muy débiles [26].
El neo-otomanismo persiste como ideología histórica de
sectores dominantes que atravesaron por toda la variedad de estadios imperiales
y semicoloniales. Actualmente adaptan esa tradición a un proyecto de inserción
en la mundialización neoliberal, asentado la supremacía regional.
Con esa estrategia Turquía forma parte de la OTAN, tolera en
su territorio las actividades del Pentágono y participa en las incursiones de
Afganistán, Somalia e Irak. Pretende actuar como socio y no como un vasallo de
Estados Unidos. Con la misma intención brindó sostén a los islamistas que
participaron en la guerra de Siria.
La burguesía turca abraza el neoliberalismo con ese
horizonte geopolítico. Se ha beneficiado con un crecimiento del 8% anual del
PBI que ubicó al país en un status mediano, con varias corporaciones de peso.
Pero los nubarrones que actualmente afectan a todas las economías intermedias
amenazan este ascenso.
Los nuevos sectores del islamismo librecambista han
desplazado a las viejas fracciones proteccionistas laicas, pero todos dejaron
atrás la etapa desarrollista para propiciar la apertura comercial. Buscan
ingresar en la Unión Europea con el activo apoyo de los medios de comunicación
y la Bolsa.
Estados Unidos avala esta incorporación por las mismas
razones que alentó el ingreso de los países del Este europeo a esa comunidad.
Pero resulta muy difícil lograr un consenso dentro del Viejo Continente para
incluir a una potencia autónoma tan opresiva y poco secular [27].
El gobierno islámico esperaba usufructuar de las revueltas
árabes para exportar su modelo de conservadurismo neoliberal. Pero la conmoción
que vive la zona terminó contagiando al país y la Plaza Taksim de Estambul se
convirtió en un espejo de la Plaza Tahir de El Cairo. Una marea de
manifestantes ocupó ese lugar durante semanas para rechazar las restricciones
religiosas y la brutalidad policial [28].
Esta reacción puso de relieve el descontento con la cirugía
neoliberal, que existe en un país agobiado por las agresiones sociales y los
retrocesos democráticos. Este desafío erosionó la capacidad del gobierno para
proyectar su modelo de islamismo conservador y apuntalar la supremacía regional
frente a los rivales de Irán, Egipto y Arabia Saudita. Turquía quedó
incorporada a las revueltas que pretende desactivar.
La regresión de la periferia
La crisis global ha impactado en la periferia clásica.
Afecta duramente a las economías que exportan bienes básicos, adquieren
productos elaborados y sufren el saqueo de sus recursos naturales.
Estos países no cuentan con los amortiguadores que utilizan
las economías intermedias para atemperar un contexto internacional
desfavorable. Quedaron muy golpeados por las condiciones políticas adversas que
impuso el neoliberalismo, al eliminar los contrapesos que limitaban la
polarización mundial. El desmoronamiento del bloque socialista y la pérdida de
conquistas obreras en el Primer Mundo facilitaron la ampliación de esa brecha.
La periferia está conformada por las economías que sufren un
empobrecimiento mayúsculo. En los polos extremos del ingreso persisten
diferencias abismales. El PBI per cápita de Congo (231 dólares) o Burundi (271
dólares) se ubica a años-luz de su equivalente en Mónaco (114.232 dólares) o
Estados Unidos (48.112 dólares). Estas fracturas se ampliaron
significativamente durante las últimas décadas, puesto que la brecha que separa
el ingreso per cápita de las regiones más ricas y más pobres aumentó entre 1973
y 1998 de 13.1 a 19,1. Existen numerosos cálculos de esta expansión geométrica
de la fractura de ingresos que separa a los primeros y últimos 40 países del
ranking global [29].
La acumulación del capital a escala global siempre se
desenvolvió en una división internacional del trabajo, que genera transferencias
de recursos de la periferia hacia el centro. En la etapa neoliberal esta
dinámica polarizadora se mantuvo modificando las localizaciones de este
proceso. El despegue de ciertas zonas se consumó en desmedro de otras, a través
de intercambios desiguales y procesos de recreación del subdesarrollo [30].
Esta polarización se verifica en forma dramática en el
agravamiento del hambre. Esta tragedia social se acentuó desde el 2003 por el
ciclo ascendente que registran los precios de los alimentos. Hasta el 2008 esa
carestía se concentraba en los cereales y ciertas oleaginosas, pero en la
actualidad abarca a todos los productos. En diciembre del 2010 el índice de
precios de la FAO superó su máximo histórico.
Las expectativas en un descenso de esas cotizaciones por la
desaceleración económica global no se han verificado. La cifra total de
hambrientos ronda los 1200 millones de personas, pero la amenaza se extiende a
2.500 millones que subsisten en condiciones de pobreza. Basta recordar como esa
carestía influyó en el debut de los levantamientos árabes (“una intifada del
pan”), para notar el impacto social del problema.
Existen tres explicaciones de la continuada inflación de los
alimentos. La primera atribuye el comportamiento alcista a la formación de
burbujas, gestadas con la especulación de los precios a futuro de los cereales.
Esta operación ha canalizado los excedentes de liquidez que genera la falta de
oportunidades de inversión en los países desarrollados.
Las obscenas apuestas con bienes primordiales para la vida
humana es un juego cotidiano en Estados Unidos. Antes del 2000 el mercado de
futuro de estos productos estaba regulado y se desenvolvía con estrictas
exigencias de información de las posiciones de los traders. Estas regulaciones
fueron abolidas y la actividad fue abierta al ingreso de los fondos que operan
en el corto plazo.
Las inversiones llegaron en masa y en el 2007 el monto de
esas transacciones promedió 9 billones de dólares. Los financistas
perfeccionaron posteriormente su acción y ya no suscriben contratos a futuro.
Compran y venden siguiendo el vaivén diario de las commoditties, sin
comprometerse nunca con la posesión física del producto. Simplemente manejan
los contratos mediante derivados financieros, que multiplicaron seis veces su presencia
en el sector entre el 2002 y el 2008 [31].
Los grandes bancos ( BNP Paribas, Deutsche Bank, JP Morgan,
Morgan Stanley, Goldman Sachs) se especializaron en esta actividad para
recuperar beneficios luego del crack del 2008 y estuvieron directamente involucrados
en brusco aumento del precio de los tres alimentos que cubren el 75% del
consumo básico mundial (maíz, arroz y trigo) [32].
Un segundo enfoque estima que la valorización de los
alimentos es consecuencia de las actividades que aprecian indirectamente los
productos básicos (como los biocombustibles). Estos desarrollos incrementan los
costos de los insumos y acentúan el agotamiento del suelo. Los precios de los
alimentos trepan, además, al compás del encarecimiento del petrolero, el
transporte o la irrigación. El mismo impacto genera la expansión de los
supermercados que inflan la demanda con nuevos hábitos de consumo.
Finalmente otra explicación estima que la apreciación de los
alimentos es un problema estructural, derivado de la demanda ejercida por los
nuevos compradores asiáticos. Aunque la oferta se ha expandido junto al
incremento de la productividad agrícola, consideran que la nueva dieta de
millones de consumidores impacta sobre los precios.
Es probable que estas tres visiones expliquen aspectos
complementarios del mismo fenómeno. En los próximos años quedará esclarecido
cual ha sido el principal determinante de la carestía alimenticia. Sean
maniobras financieras, actividades competitivas o brechas estructurales entre
producción y consumo el resultado es el mismo: agravamiento de la tragedia del
hambre.
El trasfondo de este flagelo ha sido la mundialización neoliberal,
que impuso una reconversión agrícola tan favorable a la exportación como nociva
para los cultivos tradicionales. Esa transformación benefició al agro-bussines,
socavó la seguridad alimentaria, destruyó al campesinado y acentuó el éxodo
rural.
Las normas de libre-comercio que impuso la OMC forzaron la
especialización exportadora de muchas economías periféricas, que se
convirtieron en compradoras netas de productos básicos. Perdieron sus reservas
nacionales de alimentos y quedaron desguarnecidas frente al ciclo actual de
encarecimiento. Esta desprotección favoreció a varias economías
desarrolladas que descargaron sus excedentes sobre comunidades arruinadas por
la destrucción del auto-consumo.
La desnutrición constituye la manifestación más aguda de la
regresión padecida por el Tercer Mundo. Estas economías soportan la depredación
de los recursos codiciados por las grandes empresas transnacionales. El
petróleo, los minerales, el agua y los bosques son blancos principales del
atraco.
¿Despunta África?
África Sub-sahariana ha sido el mayor escenario de tragedias
sociales. Allí se localizaron los terribles dramas de refugiados, m igraciones
masivas y masacres étnicas.
El desangre generado por las guerras locales se cobró tres
millones de muertos. En los años 80 y 90 la región sufrió un declive de la
esperanza de vida (58 años en 1950 a 51 años en el 2000). Este cuadro dantesco
fue consecuencia de incontables disputas por la apropiación de los recursos
naturales.
Las batallas entre caciques para controlar los recursos
exportables provocaron el colapso total de varias sociedades (Ruanda, Somalia,
Liberia, Sierra Leona). Otras se desangraron por el coltán (Republica del
Congo) o por la apetencia de diamantes, cobre y petrolero (Costa de Marfil,
Sudán y Angola). La batalla por esos botines reavivó antiguas rivalidades
étnicas, regionales y confesionales, promovidas por elites que frustraron el
proceso de descolonización de los años 60-70 [33].
No es cierto que África sufrió estas desgracias por su
“marginación del mundo”. Es la región más integrada y subordinada a la división
internacional del trabajo. La tasa de comercio extra-regional en proporción al
PBI (45,6%) es muy elevada en comparación a Europa (13,8%) o Estados Unidos
(13,2%). El problema radica en la forma que históricamente adoptó esa
integración.
Durante la esclavitud África sufrió una hecatombe
demográfica que redujo dramáticamente su población. En el periodo colonial
(1880-1960) se generalizó el pillaje y los pequeños campesinos fueron sometidos
al cultivo de exportaciones tropicales. La breve experiencia de descolonización
nacionalista (1960-75) quedó rápidamente sepultada por el neoliberalismo, que
renovó el ciclo de inserción primarizada. Pero la etapa actual incluye varias
novedades.
En primer lugar se está consolidando la formación de un
capitalismo negro, integrado por socios locales de las empresas extranjeras que
capturan una porción del recurso depredado. En muchos países se han reformado
los códigos de minería y petróleo para acrecentar esa tajada, que nutre también
un proceso de acumulación primitiva. Por eso ha ganado importancia la
participación de las burguesías locales de ciertos países. Sudáfrica lidera
este grupo, pero también Nigeria amplia su gravitación.
En segundo lugar la llegada de China ha modificado los
equilibrios de las elites dominantes con Estados Unidos y las viejas potencias
coloniales. Un nuevo jugador ha ingresado en el continente para comprar enormes
volúmenes de materias primas y ofrecer créditos de infraestructura sin las
condicionalidades del Banco Mundial. La nueva burguesía africana más vinculada
a Occidente disputa con los partidarios de estrechar la asociación con un
gigante asiático, que no carga con la rémora de ex potencia colonial.
En tercer lugar se ha producido un significativo cambio en
la coyuntura económica de la última década. La tasa de crecimiento comenzó a
repuntar y en el 2000-09 alcanzó un promedio del 5,1% anual, que supera la
media mundial (3%) y se ubica muy lejos de la regresión de 1980-90. Este
aumento acompaña el fuerte incremento en las inversiones extractivas, que
saltaron de 7 a 62 billones, en un marco de generalizada transformación
agrícola. Las importaciones aumentan 16% anual y los términos de intercambio
mejoraron un 38% en comparación al 2000-12 [34].
Estas modificaciones han alterado el clima ideológico de
“afro-pesimismo” que presentaba el desgarro del continente como un destino
inexorable. Ahora prevalece una variante opuesta de “afro-optimismo” que
difunden las elites neoliberales, para augurar un futuro venturoso. Si la
primera teoría justificaba el saqueo recurriendo a la auto-flagelación y las
reflexiones cínicas, la segunda lo aprueba como un precio de salida del
subdesarrollo [35].
Esta última visión se difunde junto a todo tipo de fantasías
sobre la inminente masificación de las clases medias. Olvidan recordar los
abismos sociales vigentes en los países de mayor crecimiento. El 60 % de la
población es pobre en Angola o Nigeria. Este mismo porcentual de habitantes
vive en villas de emergencias en todo el continente, que en un 80% carecen de
agua potable. Además, el desempleo entre los jóvenes promedia el 60%.
En el campo la situación es más dramática por la gran
presión demografía sobre tierras cultivables, con reducidas reservas de agua
renovables en un marco de gran deforestación [36].
Desempleo árabe, explotación en Oriente
Otro ejemplo de las desventuras de la periferia se localiza
en el mundo árabe. El incendio político que conmocionó a esta región en los
últimos tres años obedece a múltiples causas. Pero varias décadas de
neoliberalismo furioso han sido determinantes de la pobreza, el estancamiento y
la desigualdad que desencadenaron ese estallido.
La región ha padecido un récord de desempleo, disimulado con
el asistencialismo que distribuyen los regímenes rentistas. Las privatizaciones
y la flexibilidad laboral generaron fracturas sociales mayúsculas [37].
Las presiones para reducir el gasto social y eliminar
subsidios a los alimentos empujaron en Medio Oriente a millones de jóvenes al
desamparo. No pueden subsistir en sus países y tienen vedada la emigración a
Europa. Estos desposeídos encendieron las revueltas, cuando un vendedor
tunecino se inmoló para protestar contra las prohibiciones a la venta callejera
[38].
Al igual que África esa región tuvo un corto período de
florecimiento nacionalista en los años 60. Esa experiencia se agotó por la
incapacidad que demostraron esos procesos para erradicar la dominación
parasitaria de los grandes capitalistas. El neoliberalismo agravó
posteriormente la explosiva combinación de subdesarrollo y rentismo [39].
Un tercer caso de regresión periférica se sitúa en los
países de Asia, que no participan de la onda expansiva generada por China y las
economías intermedias. Esas zonas sufren los terribles índices de pobreza
multi-dimensional que mide el PNUD. El último reporte de ese organismo destaca
que el 51% de la población mundial afectada por la miseria extrema, se
encuentra en el Sur de Asia y el 15% en el Este de ese continente.
Pero semejante grado de pobreza se está convirtiendo en un
imán para las empresas transnacionales, que buscan nuevos proveedores de fuerza
trabajo barata. Un sector mano de obra intensiva como la industria textil es el
gran barómetro de esta tendencia [40].
La primera oleada de deslocalización en la fabricación de
confecciones se afincó en los años 70 en Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong.
El segundo movimiento se ubicó en los 80 en Indonesia, Siri Lanka, Filipinas,
Bangladesh y Tailandia. En las últimas décadas se verifica una tercera
secuencia de inversiones en Camboya, Laos, Birmania y Bangla Desh.
El nivel de superexplotación obrera que imponen las grandes
marcas y sus contratistas es aterrador. Una gran campaña de protesta bajo la
sigla “Ropa Limpia Internacional” denuncia las atrocidades que predominan en
esos talleres.
Un ejemplo de este drama se vive en Bangladesh. El PBI
creció sostenidamente desde los años 90 hasta convertir al país en el tercer
exportador mundial de ropa. Ya hay 4000 fábricas que contratan a 3 millones de
obreros. Se trabaja entre 12 y 14 horas respirando polvo, en pequeñas
habitaciones, mal iluminadas y sin ventilación. Los empresarios locales operan
con márgenes estrechos y trasladan esa presión sobre los trabajadores, que
sufren la represión y el asesinato de sindicalistas.
Esta situación se transformó en noticia internacional cuando
250 personas murieron por el derrumbe de una fábrica carente de protecciones
laborales. Las crónicas periodísticas trazaron numerosas analogías con las
condiciones de trabajo infrahumanas vigentes en Inglaterra, durante el debut de
la revolución industrial [41].
Con pobreza, desempleo, salarios ínfimos y superexplotación,
la periferia carga con las consecuencias más duras del período neoliberal.
¿Pero qué tipo transformaciones predominaron en esta etapa? ¿Y cuáles son las
interpretaciones teóricas de esos cambios?
MUTACIONES DEL CAPITALISMO EN LA ETAPA NEOLIBERAL II.
Ascendentes, intermedios y periferia
Claudio Katz
RESUMEN:
China asciende al status de economía central. El salto
histórico en su industrialización le otorgó un impensable rol internacional en
el rescate del sistema financiero. Pero no logra concretar el giro hacia el
consumo interno. La sustitución de las reformas mercantiles por el capitalismo
ha generado sobre-inversión, especulación bancaria y polarización social.
La expansión económica global comienza a obstruir la
estrategia geopolítica defensiva de China, acentuando las disputas entre las
elites de la Costa y del Interior. La restauración capitalista está muy
avanzada pero no ha concluido, mientras persisten tendencias equivalentes a la
asociación y al choque con Estados Unidos.
Las economías intermedias que ascienden se ubican en un
escalón inferior. Varias sub-potencias regionales con ambiciones sub-imperiales
recobran incidencia sin forjar bloques comunes. Actúan dentro del orden
neoliberal y es erróneo caracterizarlas utilizando criterios financieros de
corto plazo.
Rusia recompone el estado frente al despojo de los oligarcas
para estabilizar la acumulación, forjando un dique de contención a la OTAN. El
crecimiento de India no se aproxima al desarrollo chino en una zona desgarrada
y saturada de conflictos bélicos. En un marco de gran desempleo y desigualdad,
la cooptación de una elite negra al pos-Apartheid ha potenciado la proyección
de Sudáfrica. El expansionismo neo-otomano es el soporte del crecimiento
neoliberal de Turquía.
La brecha global de ingresos se ensancha empobreciendo a la
periferia. La desnutrición se acentúa por el encarecimiento de los alimentos
que generó la reconversión capitalista del agro.
Un capitalismo negro despunta en África luego de sangrientas
guerras por el botín de los recursos naturales. Arriban nuevas potencias y se
enriquecen las elites locales. El mundo árabe continúa sufriendo una gran
expoliación que en Asia es sinónimo de superexplotación.
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[7] Discutimos esta visión de Giovanni Arrighi en Katz
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[8] Nye, Joseph. “Dos décadas para barajar y dar de nuevo”,
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[9] Sapir, Jacques. El nuevo siglo XXI, El Viejo Topo, 2008,
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[10] -Hart en el primer caso y Ding en el segundo. Hart-Landeberg Martin, “The Chinese
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[11] Turzi Mariano, Mundo BRICS Las potencias emergentes,
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[13] Martínez Peinado Javier, Cairó i Céspedes Gemma, El
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[29] Economía mundial: “un abismo de riqueza entre países
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[30] El fundamento de este proceso en: Wallerstein,
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[36] Batou, Jean. Redeploiment de l´imperialisme francais en
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[38] Petras, James. “Las raíces de las revueltas árabes y lo
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[39] Nuestra visión en: Katz, Claudio. “De la primavera al
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[40] - Amin
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Contemporary Crisis of Capitalism”, Preparatory document for the South/South
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[41] Sales i Campos Albert, “Los trapos sucios de la moda
global”, Brecha, 3-5.2013.
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