Por: Netzahualcóyotl Zaragoza Jiménez.
El 1° de marzo de 1854 se proclamó el
PLAN DE AYUTLA que proponía destituir como presidente vitalicio y Alteza
Serenísima a Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de
Lebrón, conocido sucintamente como Antonio López de Santa Anna.
La lucha encabezada por Florencio
Villarreal, Juan Álvarez e Ignacio Comonfort, se extendió por varias partes del
país, logrando el derrocamiento del dictador en octubre de 1855, quien debió
exilarse de nuevo, esta vez hasta su muerte. Juan Álvarez asumió entonces la
presidencia de forma interina, convocando sin tardanza a un Congreso que se
dedicara primero a apaciguar el país y, posteriormente, a elaborar la nueva Constitución del país, lo
cual sucedió en 1857.
En la convocatoria a este Congreso
Constituyente, Álvarez tuvo la gran visión de invitar a varios jóvenes
liberales que, en poco tiempo, se destacaron como grandes legisladores y
políticos: Melchor Ocampo, Benito Juárez, Guillermo Prieto e Ignacio Comonfort.
La principal misión de estos jóvenes fue la de, pacientemente, construir el
Estado Mexicano contraponiéndolo al Estado Religioso heredado de la colonia, en
donde el descomunal peso de la Iglesia impuesto sobre las estructuras políticas
de la joven nación desembocaba en considerar a cada habitante del país como un
creyente sin opinión ni libertad de elección, y no como un ciudadano.
La Constitución de 1857 estableció… “ las
garantías individuales a los ciudadanos mexicanos, la libertad de expresión, la
libertad de asamblea, la libertad de portar armas. Reafirmó la abolición de la
esclavitud, eliminó la prisión por deudas civiles, las formas de castigo por
tormento incluyendo la pena de muerte, las alcabalas y aduanas internas.
Prohibió los títulos de nobleza, honores hereditarios y monopolios”, y
fue el texto que dio a los mexicanos la categoría de ciudadanos capaces de tomar
en sus manos su propia historia a través de la elección de la forma de gobierno
y de los gobernantes que el propio pueblo decidiera convenientes.
De los cuatro jóvenes liberales invitados
por Juan Álvarez, Benito Juárez como abogado, luchador social y Presidente de
la República destacó por su visión clara del tipo de país requerido, su pasión
por la construcción de un Estado Mexicano que respondiera a demandas efectivamente
populares, la edificación de un espacio que albergara tanto a la población
criolla como la indígena –siendo él mismo un indígena zapoteca oaxaqueño-, la
construcción de la República a partir de la nacionalización de los cuantiosos
bienes del clero, y la férrea oposición a la intromisión de cualquier gobierno
extranjero en el naciente país.
Juárez combatió a los franceses y el
pretendido Imperio Mexicano que intentaron instaurar los conservadores en la
persona de Maximiliano de Habsburgo, así como al intento de Santa Anna de
volver a tomar las riendas del país. Y con su gestión de auténtico hombre de
Estado consolidó la República Mexicana en los turbulentos tiempos en los que
era fácil bocado para imperialistas de otras tierras y las pretendidas altezas
domésticas.
Pues bien, en los tiempos que corren
el día de hoy, se ha venido produciendo, desde Miguel de la Madrid hasta la “gestión”
de Peña Nieto, exactamente la dirección contraria a la marcada por Juárez: pieza
por pieza, con una paciencia que solo los perversos pueden albergar en su alma,
se ha venido desmantelando el Estado Mexicano, hasta dejar una escuálida
estructura inservible que es caricatura de sí misma.
Pero no solo se ha desmantelado el
Estado Mexicano, lo que de suyo ya sería suficientemente grave, sino que con la
misma decisión se ha venido entregando el país a los extranjeros, sin que medie
incluso guerra alguna: banca, minas, petróleo, carreteras, comercio, etc., son
ahora de extranjeros, quienes no han tenido que librar batalla armada alguna,
ni perseguir a ladinos indios zapotecos que se resisten al destino manifiesto
dictado por sus ambiciones.
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