Apuntes para el socialismo del siglo XXI
Por: Michael Löwy y Samuel González
La crisis de civilización que hoy experimentamos es el
resultado de más de dos siglos de modernidad capitalista, un proceso histórico
que nos ha conducido a un panorama de miseria social y a una temible crisis
ecológica que amenaza la vida sobre el planeta, lo cual anuncia una verdadera
crisis de sentido para la vida y para la historia de nuestras sociedades.
¿Acaso la modernidad falló tanto en su apuesta liberal como socialista? ¿Acaso
la historia perdió sentido; acaso se haya fatalmente condenada?
Para nosotros, si la historia puede cobrar un sentido
diferente tendría que hacerlo en un sentido opuesto a la lógica actual de la
sociedad; tendría que hacerlo fuera de la lógica cosificada del valor, fuera
del individualismo, el autoritarismo, el machismo y la depredación ecológica.
Esto implica reinventar el mundo, reinventar la sociedad sobre bases
completamente diferentes. La pregunta sería desde dónde construir la
experiencia de esa historia distinta. Desde qué posturas teóricas, desde qué
valores, desde qué ética y desde qué experiencias históricas. Sin esperar, por
supuesto, que ello consista en una receta mágica, monolítica o dogmática. Un
cambio posible deberá sembrarse sobre la base de la pluralidad y el debate
constante.
Desde nuestra perspectiva, la lucha por resignificar la
historia debería ser una experiencia que logre atajar los antagonismos modernos
entre tradición y modernidad; entre naturaleza y sociedad; entre campo y ciudad
y ello representa un ejercicio abierto al debate, abierto a la pluralidad y a
la creatividad. La sola idea de cambiar el mundo implica hacer un intento por
recuperar las experiencias más valiosas de la humanidad y, al mismo tiempo, ser
capaces de innovar, ser capaces de ir contra y más allá de la moderna sociedad
capitalista.
Sin duda alguna el proyecto liberal de la modernidad
capitalista sólo ha sido brutalmente contrastado y puesto en cuestión por el
horizonte socialista. El socialismo, como perspectiva de emancipación, se
instala en la moderna sociedad industrial intentando cuestionar el orden social
en su totalidad; intentando consolidar una verdadera resignificación de la vida
y de la historia más allá de la opresión y la explotación.
El socialismo, por supuesto, no es ningún bloque estático u
homogéneo ya que en su interior conviven diversas perspectivas de emancipación
social, pasando por el anarquismo, el comunismo e incluso ciertas formas de
socialismo utópico. ¿Pero es válido, o quizás factible, el proyecto socialista
como proyecto histórico, como movimiento de transformación social, como anhelo
de reinvención radical para la historia?
Nos parece, a la vista de las experiencias de lucha social y
política a nivel mundial de la última década, que hoy más que nunca es
necesario y coherente el horizonte socialista para este siglo pues, frente a la
crisis de civilización, el socialismo continúa proponiendo e impulsando la
creación de un mundo sin opresión ni explotación, sin propiedad privada ni
Estado. Esto indica la vigencia y la necesidad de seguir pensando la realidad
de manera distinta; de seguir actuando de manera crítica y radical, es decir,
revolucionaria.
La pregunta, por supuesto, es qué tipo de socialismo
construir y bajo qué supuestos históricos y teóricos, lo cual constituye un
reto que sobrepasa a una sola corriente teórica, a una sola corriente política
o a un sólo autor. Por ello es importante resaltar la necesidad de consolidar
un ambiente de diálogo permanente entre autores y corrientes con la intención
de recrear nuestros horizontes prácticos y teóricos.
En ese campo de lucha y de emancipación el marxismo
revolucionario, sin lugar a dudas, juega un papel primordial. Debemos reconocer
que cualquier perspectiva revolucionaria de la modernidad debe transitar
necesariamente por las coordenadas esbozadas por Marx y por los distintos
marxismos que se han desarrollado en el seno de esta compleja tradición teórica
y política.
El presente esfuerzo pretende contribuir, de manera
simultánea, a una reflexión crítica sobre el proyecto comunista de sociedad y
sobre la necesidad y vigencia de la teoría marxista en vistas de reinventar el
sentido de nuestras vidas y de nuestra historia. Como todo esfuerzo teórico se
ve limitado por distintas razones, y es en esa medida que este ensayo pretende
ser una invitación explícita –también- a reinventar la teoría marxista
revolucionaria.
Con la intensión de impulsar un socialismo revolucionario y
libertario, a lo largo de este artículo nos proponemos operar un abordaje y un
rescate crítico, desde una perspectiva marxista, de tres corrientes de teóricas
y políticas que en la actualidad gozan de un peso significativo para las luchas
de las clases subalternas a nivel mundial: el romanticismo revolucionario, el
anarquismo y el ecosocialismo. Todo ello, con la intención de entretejer una
perspectiva creativa y dinámica para el socialismo del siglo XXI.
La decisión de retomar estas tres perspectivas no fue
casual. Desde nuestra perspectiva el socialismo del siglo XXI debe emprender
una revisión crítica de estas corrientes de pensamiento en vistas de su propio
proyecto histórico. Para nosotros, existe la urgente necesidad de hacer de la
política socialista una herramienta útil en la lucha de clases actual y, para
ello, debe lograr apropiarse de una perspectiva romántica, libertaria y ecosocialista.
Entre la tradición y la modernidad: el romanticismo
revolucionario
Contrariamente a lo que se puede leer en los manuales de
historia de la literatura, el romanticismo es mucho más que una escuela
literaria de principios del siglo XIX. Se trata más bien de una visión del
mundo, que atraviesa todos los campos de la cultura – literatura, artes,
filosofía, religión, doctrinas políticas, historiografía, antropología, etc. -
y que tiene por eje principal una crítica cultural a la moderna civilización
capitalista en nombre de ciertos valores – sociales, culturales, religiosos –
del pasado pre-moderno.
La protesta romántica se levanta en contra de algunas de las
características centrales de las sociedades burguesas modernas: el
desencantamiento del mundo, la cuantificación de las relaciones sociales, la
mecanización de la vida y la atomización de los individuos. De hecho, el
romanticismo es una de las principales estructuras de sensibilidad de la
cultura moderna, que aparece en mediados del siglo XVIII -se puede considerar
Jean-Jacques Rousseau como su « fundador » - y continúa hasta hoy. Un
movimiento político-cultural como el surrealismo es un ejemplo evidente de
romanticismo en el siglo XX.
Para muchos marxistas, el romanticismo, por su referencia al
pasado, es necesariamente un movimiento reaccionario. Pero en realidad, el
campo cultural romántico es muy heterogéneo políticamente, y en su interior se
cristalizan dos polos opuestos: uno, el romanticismo regresivo, restaurador y/o
reaccionario, que sueña con una (imposible) vuelta al pasado; el otro, el
romanticismo utópico y/o revolucionario, para el cual se trata más bien de un
giro por el pasado en dirección al futuro. Para el romanticismo revolucionario
-que hace suyos los valores emancipadores modernos, libertad, igualdad,
fraternidad- la nostalgia del paraíso perdido es proyectada hacia un futuro
ideal. De hecho, el socialismo romántico es una de las formas que puede tomar
el romanticismo revolucionario.
La critica romántica de la modernidad no deja de ser, a
pesar de su « pasadismo », una forma cultural moderna; se le puede considerar
una auto-critica cultural de la modernidad. Su protesta tiene por algo aspectos
fundamentales de la civilización capitalista: la mercantilización, la
reificación, el espíritu de cálculo comercial, la disolución de todos los
valores cualitativos (estéticos, éticos o sociales) y la dominación exclusiva
de la cantidad, del valor de cambio, del dinero.
Una impresionante síntesis de esta crítica romántica
anti-capitalista es el siguiente pasaje de un autor del siglo XIX:
« Finalmente vino un tiempo en el cual todo lo que los seres
humanos habían considerado inalienable se transformó en objeto de cambio, de
tráfico y pudo alienarse. Es el tiempo en el cual las cosas mismas que hasta
entonces eran transmitidas pero jamás cambiadas ; regaladas pero jamás vendidas
; obtenidas pero jamás compradas – virtud, amor, opinión, ciencia, consciencia,
etc. - una época en la cual finalmente todo paso en el comercio. Es el tiempo
de la corrupción general, de la venalidad universal, o, para hablar en términos
de economía política, el tiempo en el cual todas las cosas, morales o físicas,
transformadas en valor venal, son llevadas al mercado para ser apreciadas a su
justo valor ».
¿Quién es el autor, tan nostálgico del pasado
pre-capitalista, de esta feroz crítica moral de la sociedad burguesa? Muchos
lectores habrán reconocido la pluma de… Karl Marx. 1
¿Sería Marx un pensador romántico? No, por cierto, pero Marx
reconocía a la crítica romántica de la sociedad burguesa una cierta
legitimidad: « En etapas anteriores de la evolución se manifiesta una mayor
plenitud del individuo (…). Es tan ridícula la nostalgia de esta plenitud
originaria, cuanto la creencia en la necesidad de quedarse en el vacio
presente. La concepción burguesa nunca logró superar a la romántica, y por
tanto esta la va a acompañar, como su legitima oposición, hasta su bendito
termino ». 2 Además, existe en los escritos de Marx un « momento romántico »,
que se manifiesta, por ejemplo, en su interés por el « comunismo primitivo » y,
en sus últimos escritos, en defensa de la comunidad rural rusa con sus
tradiciones colectivistas. En una carta a la socialista rusa Vera Zasulitsch,
en 1881, Marx considera esta comuna como el punto de partida para una
regeneración socialista de Rusia. En última instancia, escribe Marx en uno de
los borradores de la carta, que es el socialismo sino el « retorno de las
sociedades modernas a una forma superior del tipo más arcaico: la producción y
la apropiación colectiva » Añadiendo un comentario irónico: « no hay que
dejarse intimidar por la palabra ‘arcaico’ ». 3 Se trata de una dialéctica
entre el pasado (« arcaico » o « primitivo ») y el futuro (utópico) típica del
romanticismo revolucionario.
El socialismo romántico se va desarrollar, después de Marx,
en la obra de autores como William Morris, revolucionario inglés de
sensibilidad marxista/libertaria, autor de la célebre novela utópica, News from
Nowhere (Noticias de ninguna parte) (1890), o el filosofo marxista Ernst Bloch,
que caracterizaba sus primeros escritos como expresión de « romanticismo
revolucionario ».
Uno de los socialistas románticos más importantes del siglo
XX es el marxista peruano « heterodoxo » José Carlos Mariátegui. C ontra el
romanticismo retrogrado de las elites - la nostalgia del periodo colonial - él
apela a una tradición más antigua y profunda: las civilizaciones indígenas
precolombinas: “El pasado incaico ha entrado en nuestra historia, reivindicado
no por los tradicionalistas sino por los revolucionarios. En esto consiste la
derrota del colonialismo (…). La revolución ha reivindicado nuestra tradición
más antigua” 4 .
Mariátegui llamó a esta tradición “el comunismo incaico. 5
No se trata para él de volver al pasado pre-colonial, sino de entender las
raíces indígenas del futuro: “El socialismo, en fin, está en la tradición
americana. La más avanzada organización comunista primitiva, que registra la
historia, es la incaica. No queremos ciertamente, que el socialismo en América
sea calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra
propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He
aquí una misión digna de una nueva generación” 6 .
Este mensaje no quedó olvidado. Una visión
romántico/revolucionaria semejante se encuentra en muchos de los movimientos
indigenistas actuales en América Latina. Estos movimientos – en Perú, Ecuador,
Bolivia, pero también México - se refieren al pasado comunitario inca o maya,
no para restaurar el Twantisuyo, o la civilización de los Mayas, sino para
plantear una alternativa radical al neo-liberalismo, al colonialismo, al mismo
sistema capitalista. La expresión “socialismo comunitario” que circula en Bolivia
es una de las manifestaciones de esta visión del socialismo del siglo XXI.
Perspectivas libertarias para el socialismo del siglo XXI
Por ruidoso que pueda resultar para muchos, en las luchas de
las clases subalternas podemos hallar un sabor libertario inconfundible que
trae hasta nosotros la memoria del movimiento anarquista internacional. En la
actualidad el anarquismo es un espectro difuso que se mezcla en las luchas
cotidianas de las clases subalternas en todo el mundo, a pesar del pensamiento
dominante que intento borrarlo, a toda costa, de la memoria de los oprimidos.
¿Tendrá la historia del anarquismo algún significado o valor frente a la
situación actual?
A lo largo de más de una década tuvieron lugar distintos
eventos de lucha cuyo contenido libertario remembraba, no sin melancolía y un
sabor utópico inigualable, las grandes odiseas del anarquismo internacional,
una historia de luchas, y también de persecución, tortura y deportación. Las
luchas antineoliberales emergen en un ambiente completamente distinto pero
enfrentado, en muchísimos sentidos, a un panorama que anuncia la necesidad de
recrear la política de las mayorías bajo perspectivas abiertamente libertarias.
Y en ese caso nos parece que el anarquismo tiene un valor inigualable.
El anarquismo, como parte del movimiento socialista, es una
de las corrientes políticas más radicales de crítica romántica a la modernidad,
pero al mismo tiempo profundamente moderna pues sus aspiraciones llevan hasta
sus últimas consecuencias el ideal de la autonomía de individuos y comunidades
para conducir sus vidas y su historia. A lo largo del siglo XX, el socialismo
libertario logró constituirse como uno de los principales profetas de la
revolución socialista como una lucha primordialmente antiestatal y predominantemente
social basada en prácticas federativas y autogestivas, elementos presentes en
las luchas de las últimas décadas a nivel mundial. Basta recordar el perfil
autonomista de los movimientos indígenas en América Latina, los proyectos
autogestivos también en esta región así como la autogestión de numerosas
fábricas en países como Argentina y Canadá.
Es necesario señalar que las tendencias libertarias de las
protestas sociales de la última década han traído a colación viejos debates
dentro de la izquierda revolucionaria a nivel internacional relacionados con la
toma del poder, la construcción del Estado y la participación electoral. Y es
que no podemos negar que, desde hace aproximadamente una década, han vuelto de
manera contundente las discusiones estratégicas entre los distintos movimientos
sociales del mundo. Las tensiones y contradicciones de este proceso fueron
particularmente fuertes entre los movimientos latinoamericanos que alcanzaron
la capacidad de derribar gobiernos.
Desde esta perspectiva consideramos fundamental que el
proyecto socialista de este siglo vuelva sobre las experiencias y las
concepciones del movimiento anarquista, pues detrás de todos estos episodios
podemos encontrar un legado inigualable para las luchas revolucionarias de este
siglo. Para las y los socialistas de nuestra época debe ser de gran interés un
nuevo acercamiento a la literatura ácrata con el firme objetivo de renovar el
proyecto socialista desde perspectivas libertarias.
Debemos ser conscientes que tras las experiencias del
movimiento socialista durante el último siglo el horizonte socialista para este
siglo debe ser capaz de integrar dentro de sus elementos constitutivos una
crítica radical del autoritarismo, el burocratismo y el estatismo desarrollados
no sólo en las experiencias de la Unión Soviética. Para ello, consideramos
fundamental operar un rescate crítico del socialismo libertario.
No debemos olvidar que desde sus inicios el anarquismo hizo
de la libertad el valor supremo de su pensamiento. Desde esta visión, es la
libertad la fuente, pero al mismo tiempo, la única posibilidad de progreso para
la humanidad. Es en este sentido que, bajo el enfoque libertario de Proudhon,
libertad y solidaridad son conceptos hermanados orgánicamente pues como lo
indica en su Confesión de un revolucionario:
“Consideradas desde el punto de vista social, libertad y
solidaridad son dos conceptos idénticos. Encontrando la libertad de cada uno,
no un impedimento en la libertad de los demás, como dice la Declaración de los
Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1793, sino un apoyo, el hombre más libre
es el que mayores relaciones tiene con sus semejantes”
Como podrá intuirse, dentro del movimiento anarquista no
existe una concepción definitivita de la libertad. Sin embargo, todas las
corrientes anarquistas coinciden en identificar la libertad con la autonomía
plena de individuos y colectividades para decidir el sentido y la dinámica de
sus vidas en contraposición a cualquier tipo de jerarquía. De esta manera, la
concepción anarquista de la libertad transgrede los tradicionales límites
modernos del concepto ya que para el anarquismo la libertad emerge en una
oposición irreductible al Estado. Desde la perspectiva ácrata no es el Estado
la garantía para la libre autodeterminación de la sociedad.
Pero, lo que resulta verdaderamente sorprendente es cómo
esta concepción de la libertad fue constituida a través de prácticas históricas
completamente radicales. De hecho, la historia del anarquismo es la historia de
una serie de experiencias que intentaron llevar, hasta sus últimas
consecuencias, esta concepción de la libertad. Esto se hizo evidente en la
experiencia de las rebeliones campesinas en Ucrania (1917- 1920) y Corea
(1929-1930), la experiencia de la CNT-FAI en la revolución española (1936-38),
y en la experiencia del sindicalismo revolucionario en Italia (USI), Argentina
(FORA), Bolivia, en otros muchos países.
Es necesario reconocer que en todas estas experiencias se
ejercieron prácticas que hoy deben volver a pensarse y, sobre todo, a
revalorarse. En primer lugar, la perspectiva antiautoritaria del socialismo
libertario logró impulsar prácticas tan radicales como las milicias voluntarias
en España y Ucrania, la reorganización de la economía sobre la base de la solidaridad
a través de cooperativas cuya estructura fue en muchas ocasiones rotativa pero
en general una serie de acciones que tendían abiertamente a la autogestión de
la vida social. Todas estas experiencias nos muestran que una revolución social
en manos de las clases subalternas deberá ser una revolución que aspire a la
disolución del Estado y a la autogestión de la vida social.
Al mismo tiempo, no queremos dejar de lado las limitaciones
y contradicciones de todas estas experiencias. No debemos olvidar que los
socialistas libertarios experimentaron en carne propia las contradicciones de
una perspectiva estratégica que pretende la disolución inmediata del Estado, y
esto fue más que evidente en la experiencia del revolución española en donde la
CNT se vio implicada en la participación gubernamental.
En la actualidad la disyuntiva está abierta para los
distintos movimientos sociales a nivel internacional, sobre todo tras la
rebeliones populares en América Latina y recientemente en el mundo árabe y en
Europa las cuales revelan que no basta con la lucha social, que a ella debe
sumarse la perspectiva estratégica de la toma del poder ya que, sin quererlo o
no, el Estado no se disuelve automáticamente sobre todo si pensamos la
revolución como un proceso internacional e internacionalista.
Desde este enfoque el socialismo del siglo XXI debe pensarse
como un proceso revolucionario capaz de combinar la toma del poder con
practicas autogestivas abiertamente antiestatales, es decir, la revolución
deberá proyectarse como un proceso social y político que debe mezclar la
creación de formas democráticas de poder con prácticas que sobrepasen al Estado
y que apunten directamente a la autogestión de la vida social. En otras
palabras: buscando, como lo sugería Marx a propósito de la Comuna de Paris,
formas no-estatales de poder político de los trabajadores. Para nosotros la
revolución socialista debe ser una revolución libertaria capaz de reinventar la
historia sobre la base de la libertad y la creatividad.
La apuesta ecosocialista, la apuesta por una nueva
civilización
La crisis ecológica planetaria ha tomado un giro decisivo
con el fenómeno del cambio climático. Primera constatación: todo se acelera
mucho más rápidamente que lo previsto. La acumulación de gases con efecto de estufa,
la elevación de la temperatura, la fusión de los hielos polares y de las «
nieves eternas » de las montañas, las sequias, las inundaciones: todo se
precipita, y los balances de los científicos, apenas la tinta de los documentos
ha secado, se revelan demasiado optimistas. Ya no se habla de lo que pasará
dentro de cien años, en un futuro remoto, sino de catástrofes que pueden darse
en las próximas décadas.
Los efectos de feed-back pueden provocar un salto
cualitativo en el efecto de estufa y un desbordamiento incontrolable e
irreversible del calentamiento global. ¿Qué pasará si la temperatura supera los
2 o 3 grados? Sabemos que la subida del nivel del mar puede llevar a la
sumersión de las grandes ciudades marítimas de la civilización humana. ¿A partir
de un cierto nivel de temperatura - por ejemplo seis grados - la Tierra seria
aun habitable para nuestra especie? Infelizmente no disponemos de un planeta de
repuesto en el universo conocido por los astrónomos…
¿Quién es el responsable por esta situación, inédita en la
historia de la humanidad? Es el Hombre, contestan los científicos. La respuesta
es correcta, pero un poco corta: el hombre habita la Tierra hace milenios, pero
la concentración de gas carbónico ha empezado después de la Revolución Industrial
y se ha agravado considerablemente en las últimas décadas. En cuanto marxistas,
creemos que la respuesta es: la culpa la tiene el sistema capitalista, con su
lógica absurda de expansión y acumulación infinita, su productivismo
obsesionado por la ganancia. Un sistema intrínsecamente perverso, que el
pretendido « socialismo real », ya desaparecido sin gloria, trató de imitar,
tanto en el terreno del aparato productivo – basado en las mismas fuentes de
energía, fósil y nuclear - cuanto en su obsesión productivista, en una variante
de corte burocrático.
La racionalidad estrecha del mercado capitalista, con su
cálculo inmediatista de pérdidas y ganancias, es necesariamente contradictorio
con una racionalidad ecológica, que toma en consideración la temporalidad larga
de los ciclos naturales. No se trata de oponer los « malos » capitalistas
ecocidas a los « buenos » capitalistas verdes: es el propio sistema, basado en
la feroz competencia, en la impiedosa exigencia de rentabilidad, en la corrida
por la ganancia rápida, que es inevitablemente destructora de la naturaleza.
Una reorganización del conjunto del modo de producción y de
consumo es necesaria, basada en criterios exteriores al mercado capitalista:
las necesidades reales de la población y la defensa de los equilibrios
ecológicos. Esto significa una economía de transición al socialismo, en la cual
es la misma población - y no las « leyes del mercado », o un Buró Político
autoritario – quien decide, democráticamente, las prioridades de la producción
y del consumo.
Esta transición conduciría no solo a un nuevo modo de producción
y a una sociedad más igualitaria, más solidaria y más democrática, sino también
a un modo de vida alternativo, una nueva civilización, ecosocialista, más allá
del reino del dinero, de los hábitos de consumo artificialmente inducidos por
la publicidad, y la producción al infinito de mercancías inútiles.
¿Qué es entonces el ecosocialismo? Se trata de una corriente
de pensamiento y de acción que se refiere al mismo tiempo a la defensa
ecológica de la naturaleza y a la lucha por una alternativa socialista. En
ruptura con la ideología productivista del « progreso » y del « crecimiento » -
en su forma capitalista y/o burocrática – esta corriente representa una
tentativa original de articular las ideas fundamentales del socialismo -
marxista y/o libertario - y del anti-capitalismo con los avances de la crítica
ecológica al productivismo.
El ecosocialismo es un movimiento revolucionario que
pretende abrirse paso fracturando la vida contemporánea en todas sus escalas.
No demos olvidar que una revolución ecosocialista debe emerger,
simultáneamente, como una revolución política pero también como una revolución
de la vida cotidiana. Un proceso en donde los grandes y los pequeños cambios no
son contradictorios sino complementarios.
Desde ahora las y los ecosocialistas debemos emprender un
combate por hacer coincidir las luchas sociales y políticas con las luchas
ecológicas en una perspectiva de cambio radical. Como lo podemos constatar, el
entrecruzamiento entre estas luchas será cada vez más intenso como lo demuestra
la situación actual en América Latina y en muchísimas regiones del mundo.
Nos encontramos frente a un panorama muy contradictorio en
donde la crisis ecológica es combatida por las clases subalternas de todo el
mundo, no solo mediante resistencias sino también mediante prácticas
alternativas que portan, en la práctica, una visión ecológica anticapitalista.
Ello puede observarse nítidamente en numerosos territorios de América Latina en
donde diversas comunidades, mayoritariamente rurales e indígenas, gestionan de
manera autónoma diversos recursos naturales.
Las luchas ecológicas en todo el mundo representan un amplio
escenario lleno de vida. Un escenario en donde se funden tradiciones
antiquísimas de respeto a la naturaleza con nuevas experiencias que intentan
inaugurar una nueva relación con la naturaleza. Uno de los ejemplos más
significativos, a pesar de sus tensiones y contradicciones, lo podemos
encontrar en Bolivia: por un lado, el país sigue dependiendo de las energías
fósiles (gas), pero por el otro, el gobierno de Evo Morales ha encabezado las
movilizaciones internacionales en contra del cambio climático.
En la actualidad las luchas ecológicas a nivel internacional
hacen evidente que las luchas ecológicas son simultáneamente luchas políticas
en donde se disputa el rumbo de la historia. Contrario a los que muchos
quisieran, la crisis ecológica es un conflicto de clases. No podemos olvidar
que los costos de la crisis son actualmente descargados sobre las y los
explotados del mundo.
Por esta razón, pensamos que el horizonte ecosocialista debe
operar multiescalarmente, apoyando procesos locales y regionales e impulsando,
simultáneamente, perspectivas nacionales, continentales e internacionales.
Nuestra labor es hacer converger todas estas movilizaciones no sólo en el
terreno de lo social, mediante proyectos de autonomía y autogestión, sino
también mediante la lucha por el poder pues debemos ser conscientes de que el
capitalismo no desaparecerá de la noche a la mañana.
De ello se desprende la necesidad de combinar los combates
sociales con los combates políticos. No basta luchar por cambios de gobierno,
pero tampoco basta con la lucha social al margen del poder. Ambas dimensiones
deben impulsarse simultáneamente. Es desde esta visión que consideramos
fundamental pensar en la construcción de gobiernos no solo anticapitalistas
sino también ecologistas ya que, como lo demuestran las pugnas actuales
socioambientales en América Latina, se trata de consolidar experiencias de
gobiernos anticapitalistas con una perspectiva ecologista.
Nos encontramos en un momento estratégico para las luchas
ecológicas a nivel internacional. Sobre todo, si tenemos en cuenta el desastre
de la COP 16 que anunció la intensificación de los desastres ecológicos, pero
sobre todo tras la cumbre de los pueblos realizada en Cochabamba en donde se
hizo evidente la necesidad de pasar a la ofensiva, de ir más allá de la
resistencia avanzado sobre la consolidación de alternativas sociales y
políticas, más allá del capitalismo.
Finalmente, queremos expresar que luchar por una revolución
ecosocialista implica resignificar el sentido de nuestras vidas pues una
relación distinta con la naturaleza conlleva una relación distinta con nosotros
mismos.
Conclusión
El socialismo del siglo XXI se sitúa en una relación
dialéctica de continuidad y ruptura en relación con el socialismo del siglo XX.
La continuidad se refiere a lo mejor que ofreció el pensamiento y la acción de
los revolucionarios del pasado, desde Emiliano Zapata y Augusto Cesar Sandino,
hasta José Carlos Mariátegui y Ernesto Che Guevara ; desde Rosa Luxemburgo y
León Trotsky, hasta Bonaventura Durruti y Emma Goldman ; desde György Lukács y
Ernst Bloch hasta Antonio Gramsci y Walter Benjamin ; desde William Morris y
Gustav Landauer hasta André Breton y Guy Debord. La lista es obviamente mucho
más larga… Nos interesa la herencia marxista revolucionaria, libertaria y
romántica, en su pluralidad contradictoria pero potencialmente convergente.
No se trata de inventar un nuevo dogma, un sistema cerrado
con pretensiones exclusivas, en lugar del llamado « marxismo-leninismo » del
siglo XX, sino de buscar inspiración en la diversidad de las culturas
revolucionarias. Nos interesan también, pero con una perspectiva crítica, las
grandes experiencias revolucionarias del siglo XX, no sólo las victoriosas - la
revolucion rusa, la cubana - sino también las que fueron derrotadas: la
revolución mexicana, la alemana, la española - entre otras. No empezamos desde
cero, ni hacemos del pasado tabla rasa: sin memoria del pasado, no habrá
futuro.
La ruptura se refiere a las tendencias dominantes en el
socialismo del siglo XX, el reformismo social-demócrata, cómplice de la Primera
Guerra Mundial, responsable del asesinato de Rosa Luxemburgo en 1919 y de
varias guerras coloniales, y el estalinismo, responsable de numerosos crímenes
en contra de la humanidad en nombre del « comunismo ». Estas dos tendencias
comparten una concepción estatista, « desde arriba », del socialismo, donde
todas las transformaciones son iniciativa del Estado - burgués, en el caso de
la social-democracia, burocrático/autoritario en el estalinismo – y de sus
aparatos. La ruptura se refiere también a la tendencia productivista,
predominante en las corrientes socialistas del siglo XX, desde las más
moderadas hasta las más radicales. La opción por el ecosocialismo es, desde un
cierto punto de vista, la más novedosa dimensión del socialismo del siglo XXI
en relación a las tradiciones del pasado en la izquierda y el movimiento
obrero. Ella implica una ruptura con el culto « socialista » del infinito «
desarrollo de las fuerzas productivas », y con la ideología del progreso
irreversible, traducido por el « crecimiento » y la « expansión » de la producción
y del consumo.
Hemos propuesto tres dimensiones que nos parecen importantes
para el socialismo del siglo XXI: el romanticismo, el anarquismo y la ecología.
No las planteamos como alternativa al marxismo revolucionario, sino como una
forma de enriquecerlo, y de radicalizar su oposición a la civilización
capitalista. Estas tres dimensiones no son separadas, sino que se
interrelacionan y se combinan de diferentes formas. El anticapitalismo
romántico está presente tanto en la ecología radical como en el socialismo
libertario - y viceversa.
El socialismo del siglo XXI es un horizonte utópico, una
propuesta revolucionaria, la perspectiva de « un otro mundo posible », más allá
de las infamias del capitalismo. Pero no se trata, para nosotros, de esperar
por el « Gran Día », el derrocamiento final del capitalismo, la revolución
mundial. El camino hacia el socialismo del siglo XXI empieza hic et nunc, aquí
y ahora, en la convergencia de luchas de clases y luchas ambientales, contra el
enemigo común que son las políticas neo-liberales, la Organización Mundial del
Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el imperialismo yanqui,
el capitalismo global. La lucha de las comunidades indígenas, de los campesinos
sin tierra y de los trabajadores del campo de Perú, Ecuador y Brasil en defensa
de la Amazonia, bien común de la Humanidad, en contra de las multinacionales
petroleras, los latifundistas, las empresas madereras y el agro-negocio es un
ejemplo evidente de estos combates por un futuro distinto.
Lo mismo se puede decir de la rebelión de los estudiantes en
defensa de la educación como servicio público en Chile, de las ocupaciones de
fábricas en Argentina, de los acampamientos de los sin-tierra en Brasil, - así
como de algunas de las discusiones e iniciativas que se dan en el Foro Social
Mundial, con la perspectiva de que « otro mundo es posible » - todas éstas son
-potencialmente- semillas del socialismo del siglo XXI. Hay que mencionar
también la extraordinaria experiencia del movimiento zapatista de Chiapas, con
sus iniciativas de auto-organización de las comunidades indígenas, y con su
planteamiento internacionalista, materializado en la Conferencia Intergaláctica
de 1994 – iniciativa pionera del movimiento altermundialista. Algunas de las
medidas de los gobiernos anti-imperialistas de Venezuela, Bolivia y Ecuador son
también pasos en esta dirección ; pero se trata de procesos cargados de
contradicciones, que sólo podrán avanzar en la medida que los movimientos
sociales lo impulsen a través de movilizaciones « desde abajo » - lo que
implica que los sindicatos, los ecologistas, los movimientos campesinos, las
comunidades indígenas y las fuerzas de la izquierda anti-capitalista se
organicen de forma autónoma en relación al gobierno y al Estado.
La pregunta, por supuesto, es cómo reconstituir y
reposicionar el horizonte socialista como un proyecto histórico viable, no como
un proyecto de minorías radicales sino como una aspiración paras las mayorías
explotadas y oprimidas de todo el mundo, pensando, al mismo tiempo, al
socialismo como un proyecto y como un proceso heterogéneo y abierto, en
constante cambio pero firme en sus convicciones históricas. Esta tarea exige
dejar atrás las fórmulas dogmáticas y sectarias proponiéndonos consolidar
experiencias verdaderamente históricas que respondan a la situación actual, a
las necesidad de las luchas contemporáneas.
Tal y como Rosa Luxemburgo lo mencionaba, las y los
socialistas no somos, ni debemos ser, los maestros rojos de la revolución, por
el contrario, la tarea de los revolucionarios es lograr tejer un puente entre
el proyecto socialista y las luchas actuales; ello implica precisamente un
ejercicio de sensibilidad ineludible. Pensar el socialismo del siglo XXI es
pensar una revolución para la vida. Pensar y actuar como socialista es ser
capaces de subvertir el orden común, de cuestionar radicalmente el mundo tal
cual es, atreviéndonos a soñar con un mundo completamente diferente. André
Breton, fundador del surrealismo, co-autor, con Leon Trotsky, del Manifiesto por
un Arte Revolucionario Independiente (Mexico, 1938), escribió en 1935 estas
palabras aun actuales: Marx decía “tenemos que transformar el mundo”, el poeta
Arthur Rimbaud decía “hay que cambiar la vida”; para nosotros, los dos
constituyen un solo y único imperativo.
Notas:
1 Karl Marx, Misère de la Philosophie, Paris, Ed. Sociales,
1947, p. 33.
2 K.Marx, Grundrisse der Kritik der politischen Ökonomie, ,
Berlin, Europäische Verlaganstaltung, 1953, p. 80
3 K.Marx, « Brouillons de la réponse à Vera Zassulitsch,
1881, in Œuvres II. Economie, Paris, Gallimard, 1968, pp. 1561, 1570
4 JC Mariátegui, “La tradición nacional”, 1927, Peruanicemos
el Perú, Lima, Amauta, 1975, p. 121. Mariátegui Total, Lima, Empresa Editora
Amauta S.A., 1994, p. 326.
5 Esta expresión aparece también en la Introducción a la
Crítica de la Economía Política de Rosa Luxemburgo– publicada en Alemania en
1925 e indudablemente desconocida por Mariátegui.
6 JC Mariátegui, “Aniversario y Balance”, 1928, Ideología y
Política , pp. 248-249. Mariátegui Total , Lima, Empresa Editora Amauta S.A.,
1994, p. 261.
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