Lecciones de civismo y patriotismo.
Por: Miguel Ángel Ferrer Mentor
Es cierto y hasta innegable que en algunos sectores de la
sociedad mexicana imperan el conformismo, la apatía y hasta la complacencia con
el estado actual del país. Pero es igualmente cierto e innegable que en otros
sectores es elevada la conciencia de clase, enorme la rebeldía, creciente el
repudio al autoritarismo y patente el rechazo a un gobierno que desde hace 30
años dejó de velar por el interés de sus gobernados.
Entre esos sectores sociales con elevada conciencia de
clase, con valentía, con espíritu de lucha y con amplias y sólidas motivaciones
justicieras destacan los maestros mexicanos, en especial los de jardín de
niños, los de primaria y los de secundaria, es decir, la inmensa mayoría de los
mentores del país.
Son sin duda alguna los legítimos herederos de los
huelguistas de Cananea y de Río Blanco, movimientos obreros precursores del
estallido revolucionario de 1910. Y son igualmente legítimos herederos de las
heroicas huelgas de ferrocarrileros, maestros, estudiantes y médicos de
1958-1965. Y lo son también de los no menos heroicos y nobles movimientos
estudiantiles de 1968 y de los que en años posteriores se opusieron con éxito a
la privatización de la educación superior que pretendieron los nefastos rectores
y dóciles sirvientes de la oligarquía, Jorge Carpizo y José Barnés de Castro.
Y no sólo son herederos de aquellas nobleza y gallardía, de
aquella elevada conciencia de clase, de aquella valentía, de aquel heroísmo;
también lo son de los insultos, de las injurias, de las descalificaciones que
provienen del poder político y económico. Y de los macanazos, los gases
lacrimógenos y las balas, a veces de goma y a veces de plomo, de policías y
soldados.
Hoy, como en aquellos años de inicua represión, el poder no
escucha la voz dolida e indignada de los mejores hijos de la nación. Y además
los apalea, los persigue, los difama, los calumnia, los encarcela. Y ante tanta
cerrazón, sordera y maldad del poder, es necesario preguntarse qué induce a
“nuestros” gobernantes a proceder de modo tan irracional.
¿Por qué se empecinan en llevar adelante una reforma
educativa que de educativa sólo tiene el nombre y que es repudiada precisamente
por los maestros que serían los encargados de ponerla en práctica?
¿Cuál es el propósito? ¿Privatizar la educación como
privatizaron la telefonía, la siderurgia, la aviación, los puertos, los
ferrocarriles, los bancos? Obviamente. El mercado educativo es grande,
creciente y muy rentable. Millones de estudiantes que paguen colegiatura es el
sueño dorado de los mercachifles disfrazados de empresarios educativos que ya
lucran, aunque quieren más, con una bonita mercancía llamada proceso
enseñanza-aprendizaje, de muy baja calidad pero de muy alto precio.
Contra ese avieso e hipócrita propósito se han alzado los
maestros mexicanos. Y están dando lecciones de civismo y de patriotismo. Están
enseñando, en la práctica, que los derechos no se mendigan y que debe lucharse
por ellos. Y estas lecciones no son sólo para los 50 niños o jóvenes de cada
grupo escolar. Son lecciones de dignidad, ética, congruencia y valor para toda
la nación. Y para otras naciones, alrededor del mundo, que siguen de cerca y
con simpatía la nueva insurrección cívica de un importante y lúcido sector del
moderno proletariado mexicano.
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