Por: Netzahualcóyotl Zaragoza Jiménez
"El peor analfabeto es el
analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos
políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del
pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de las medicinas, dependen de decisiones
políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el
pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace
la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el
político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y
multinacionales".
Bertolt Brecht.
Una de las peores agresiones que ha
sufrido nuestro país por años, recrudecida al extremo en esta última y nefasta
etapa neoliberal, es la de generalizar la idea de que la política es algo exclusivamente
para los “políticos”, que es una actividad elitista, refractaria, árida,
insulsa incluso. Algo desconectado de la mayoría, de las personas concretas, comunes
y corrientes. Y nada más alejado de la realidad que esta afirmación que incluye
un desprecio profundo por el pueblo, y una estrategia perversa de manipulación
al mismo tiempo.
Como bien lo refiere el agudo
dramaturgo y activista alemán Bertolt Brecht en la cita que inicia esta
reflexión, la política es algo cotidiano, concreto, vital, que permea todas las
actividades del hombre en sociedad, y que lo expresa con más profundidad.
Cuando el otrora héroe oaxaqueño
Porfirio Díaz se comenzó a solidificar en el poder, el problema central de su
visión de país –al margen de su exitoso proceso de modernización- fue que veía al mexicano no como ciudadano,
como ente político, sino como “pueblo” inmaduro y carente de dimensión social.
Era una masa que “no sabía”, “no podía opinar”, “no estaba todavía madura” para
guiar su historia. Y la propia historia le hizo pagar muy caro este error de
apreciación. Lo mismo sucedió cuando hasta el Palacio de Gobierno Federal le
llegaban a Díaz Ordaz los gritos de los estudiantes del ´68, demandando diálogo
y existencia ciudadana. En ambos casos el desprecio por el pueblo, por el otro,
fue mayúsculo.
En estos tiempos neoliberales, como
ya dije, la agresión de separar a la política del pueblo ha sido recrudecida y
llevada al extremo, con el perverso objetivo de poderse despachar con la
cuchara grande –gigante, inmensa- y apropiarse de las riquezas de todo un país
sin que se oponga en absoluto el despojado.
Veamos algunos ejemplos:
Veamos algunos ejemplos:
- Para qué te metes, pueblo, en la
tediosa política de telecomunicaciones; no vale la pena. Mejor déjame despachar
a mi antojo este asunto y otorgar a un solo empresario –Carlos Slim- la comunicación
telefónica, aunque esto signifique que para ti, pueblo común y corriente, te
cueste el minuto 4 veces más que lo que le cuesta a un norteamericano este
mismo servicio.
- Para qué te metes, pueblo, en la
engorrosa política bancaria y fiduciaria; no vale la pena. Mejor déjame servirme
con la cuchara grande y darle las concesiones bancarias a bancos españoles y
norteamericanos, aunque esto signifique que para ti, en tu miserable existencia
cotidiana, entrar a un banco sea comenzar a pagar por todo lo imaginable. Y
esto sin mencionar el FOBAPROA …
- Para qué te metes, pueblo, en la
política alimentaria; no vale la pena. Mejor déjame a mí, campesino, servirme
con la cuchara inmensa y permitir a Monsanto que registre las manipulaciones
genéticas que lo pongan prácticamente en la posición de controlar y comerciar
con todos los alimentos mundiales.
- Para qué te quiebras la cabeza,
pueblo, con cosas como la política educativa; no vale la pena. Mejor déjame que
te robe a gusto y sin defensa el futuro de tus hijos…
Y así hasta casi el infinito. La
política es todo esto. Son cosas concretas, elementales, necesarias. Es pan y
salud. Vestido, casa, diversión, arte. Y es también dignidad… sobre todo eso:
dignidad.
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